Capítulo 24

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Capítulo XXIV

          Estaba muerta

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Estaba muerta.

Callahan no me había dejado salir de la habitación, estaba, en sus propias palabras, saciándose de mí. El problema: mi cuerpo no lo soportaría.

Luego de que le suplicara una maldita pausa, me preparó un baño y me metió en el agua. Frotó suavemente la esponja por toda mi piel, a veces dejaba caricias en mis brazos o besaba mis hombros, teniendo excesivo cuidado. Quien lo viera no pensaría que me había asfixiado con una almohada hacia nada de tiempo, o que tenía sus manos marcadas en las caderas y sus colmillos en la nuca.

―La primera vez que tomé un baño caliente fue gracias a Audri. ―comenté con algo de añoranza.

Estaba sentado en el suelo, junto a la tina, con el agua mojándole los pantalones. Sus manos jugaban con las mías por debajo del agua.

―¿Detestas el agua fría?

Asentí vehemente. ―Para mí mala suerte solo tengo permitido usar agua caliente durante las heladas.

―¿Cómo llegaste a eso?

―Fue la primera helada luego de la llegada de Audri. Hacía tanto frio que ni siquiera quería bañarme. ―me estremecí solo de recordar ese momento. ―Tenía que ver a la abuela pero no quería ni acercarme a la tina. Audri quiso ayudarme, me llevó a escondidas a las habitaciones de las sirvientas humanas y me preparó un baño caliente. Fue la primera vez que me sentí a gusto duchándome.

Callahan inspiró una fuerte bocanada de aire. Levantó una mano y acarició mi mejilla. Sus ojos se perdieron en los míos.

―Lo lamento. ―susurró.

―No deberías, no fui una niña desdichada, solo tuve mis malos ratos. Mite, una de mis sirvientas, me encontró. ―sonreí levemente. ―Ella me conocía bien, sabía que yo era diferente así que hicimos un trato. Para las heladas ella siempre vaciaría una de las habitaciones de la servidumbre y colocaría ahí una tina de agua caliente para mí, a cambio yo no debía quejarme el resto del tiempo.

―Eso es mezquino

―No del todo, Mite me cuidaba mucho, dejarme bañar con agua caliente seria asumir mi supuesta mortalidad, asumir que los rumores eran ciertos. Ella no podía permitir eso.

Callahan asintió, llevó una de mis manos a sus labios y la besó.

Pasé mis ojos por su cuerpo, notando algo que me hizo enojar.

―No te has quitado la ropa, en ningún momento. ―recordé. ―¿Por qué te gusta hacerlo vestido?

Sonrió de lado. ―No creo que quieras oír esa respuesta.

DESCENSO  (Balada de los Hijos de la Luna, Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora