Capítulo 8

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Ese fin de semana todos me recibieron con una gran sonrisa. Mamá preparó una gran comida y todos vinieron a verme. Por un momento me sentí más animada que cuando estuve en el hospital. Me disculpé con mi familia por mi comportamiento y ellos lo tomaron muy bien. Faltaba que me disculpara con muchas personas, pero empecé por ellos. En mi familia todos parecían sacarle ventajas a mi silla de ruedas, pero mi hermano fue el que más ventaja le sacó; siempre quería que le estuviera dando vueltas con la silla, pero me cansaba y tenía que bajarlo de mi regazo. No era su juguete.

Después de dos semanas, volvería a la escuela. Aún me dolía el brazo, pero ya había dominado muchas cosas, como los diarios movimientos que tenía que hacer para ir de un lugar al otro o hacer ciertas cosas. Y la escuela se había asegurado de brindarme comodidad para volver. Ellos se habían enterado de mi accidente y aceptaron recibirme de nuevo. No había mucho problema porque la escuela era de un solo piso, así que no tenía que subir escaleras. El director estaba encantado de recibirme a pesar de haber faltado las primeras semanas. Mis faltas estaban completamente justificadas, sólo tendría que ponerme al corriente.

Cuando tuve a mis amigos alrededor, ofrecí disculpas. Ellos lloraron y me abrazaron, felices de saber de mí. Entendían cómo me sentía y no me culpaban de nada. Supe por ellos cómo fue que sucedió el accidente. El hombre que había atentado contra mi vida había escapado de un hospital psiquiátrico. El hospital iba a pagar todos mis gastos médicos a cambio de que no lo demandáramos. Mi padre estuvo a punto de hacerlo, pero le pedí que se reusara. Ellos iban a hacer una remuneración por mi accidente y no necesitaba crear un conflicto de él. El hombre era un enfermo mental. No quise saber cómo fue que se escapó, ni cómo obtuvo el arma y la moto, pero me aseguraron que lo mantendrían vigilado y que no volvería a suceder.

Me aseguré de abrir y leer todos los presentes que me habían obsequiado en el hospital; sin embargo, la carta de Ian no pude abrirla. La dejé recargada en el escritorio y decidí que la leería cuando pudiera caminar. Sólo entonces volvería a verlo, antes no. Mi plan era que él me viera como una mujer y estando en silla de ruedas no podía demostrarlo. Además, aún faltaba que adquiriera experiencia en el plano de intimidad.

Vale y Fer no habían vuelto a sacar el tema, cosa que fue comprensible, pero aún estaba determinada a llevarlo a cabo. Buscaría a alguien que supiera de ello. O, como había dicho Fer, a un Dios del sexo. Pero llegados a este punto, puede que no llegue hasta ese momento, sólo un poco de brochazos sin llegar a ver la pintura final, ¿me entienden?

Pasada la primera semana de clases, era tiempo de tomar mi rehabilitación para poder volver a caminar. Mi madre le había dicho a Gabrielle que pasara por mí a la escuela para después tomar la fisioterapia. Aquello sonó muy planeado y mi madre se reía nerviosa cada vez que intentaba tocar el tema, diciendo que era mucho más sencillo que él pasara por mí al colegio porque ella no podría hacerlo. Y, supuestamente, Gabrielle había estado de acuerdo con ello. Aunque yo tenía entendido que hacer algo así no era ético ni profesional.

El primer día que paso por mí fue demasiado incómodo. Iba a estar sola con él, todo el camino, toda la terapia. Además, todos en la escuela lo verían.

Lo estuve esperando en la puerta del colegio. Llegó en un Jeep descapotado, traía unos lentes oscuros para el sol, unos jeans y una playera negra. La ropa se ajustaba a su cuerpo como si estuviera hecha a la medida. No pude evitar comérmelo con la mirada. Tenía un cuerpo sensacional, muy bien esculpido. La ropa no parecía nada común para ir a una fisioterapia y el transporte no me pareció el más adecuado, pero él era el experto.

Como era de esperarse, en cuanto sus fuertes piernas abandonaron el Jeep, todas las miradas se posaron en él. Unos cuantos chillidos y gemidos se alcanzaron a percibir. Era algo inevitable. Lucía como el chico malo y sexy de la universidad que todas las chicas de la preparatoria querían para ellas. Yo tampoco podía evitar caer en su hechizo. Sentí mis mejillas arder cuando apartó sus lentes y los colocó en la base de su cabeza, para luego sonreír levantando lentamente sus comisuras. Los rayos del sol parecían reflectores de luces, alumbrándolo y haciéndolo brillar como en las películas. O tal vez era yo quien lo veía de esa forma. Se acercó a donde yo estaba y, para ese entonces, todo mi cuerpo temblaba y se acaloraba.

Una noche de baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora