Capítulo 19

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El miércoles Ian pasó por mí y fuimos a comer. Había estado leyendo su carta una y otra vez todo el día anterior y en la mañana poco antes de verlo. Estaba feliz, triste, avergonzada, preocupada; en fin, me estaba volviendo loca. No creí que este día llegaría en algún momento. Lo veía como algo muy lejano y poco probable de que pasara. Pero ahora que lo tenía frente a mí, no había marcha atrás.

Traía puesta una camisa azul de cuadros encima de una playera negra con mangas, unos jeans gastados color azul marino, tenis azul y una chamarra negra con rayas grises. El cabello lo traía más largo y alborotado. Sus chinos saltaban de un lado al otro, jugueteando en su cabeza. Lucía tremendamente encantador. Su espalda era más ancha; sin embargo, una pequeña pancita se asomaba debajo de la tela. Sonreí ante su físico. Nunca me había importado el físico en una persona y menos en él, pero siempre me fijaba en él. Notaba cualquier cambio que tuviera o se hubiera hecho. Era observadora y demasiado atenta con él, lamento admitirlo.

Nos sentaron en una mesa junto a la barra. Pedimos una pasta con carne y nuestras bebidas. Cuando el pan estuvo en la mesa, agradecí poder mantenerme con la boca ocupada. Ian había estado comentando lo maravilloso que era verme caminando con un bastón. Se alegró al saber que iría con ellos a Londres. Pasaríamos dos semanas juntos en un país lejano y maravilloso. Adoraba la nieve. Seguramente me congelaría, pero no me arrepentiría de sentir la nieve en mis manos. Eso iba a dificultar un poco mi caminata, pero no habría reto que no pudiera traspasar.

Nos trajeron la comida al poco tiempo, e Ian me sirvió. Tomamos los primeros bocados sin decir mucho. La comida no sólo olía bien, estaba deliciosa. Adoraba la pasta.

Estaba completamente centrada en mi plato cuando me permití ver un poco más allá. Ian se veía muy feliz. Comía bocados enormes y bebía varios tragos de su bebida. No podía evitar sonreír ante semejante escena. No había cambiado para nada. Seguía siendo el mismo muchacho que había conocido hacía cinco años. La única que parecía haber cambiado era yo.

─ ¿Te gusta? ─preguntó señalando mi plato.

─Esto está delicioso. ─Me lamí los labios─. Podría comer esto todo el tiempo, pero estaría como pelota en unos cuantos días, así que mejor disfruto de los placeres del momento ─comenté con una risa.

─Sí, yo terminaría igual ─afirmó riendo─. Luego tengo que llevarte a una pescadería. Tienen una sopa de mariscos deliciosa.

─Me encantaría ir ─asentí.

─Lo sé. Te encantan los mariscos ─aseguró.

─Estás bien informado. ─Sonreí tomando otro bocado.

A Ian no se le pasaban por alto todos esos detalles. Antes de saber lo que sentía por mí, siempre había tenido presente lo que me gustaba y lo que no. Ahora que conocía sus sentimientos, me preguntaba si todo aquello lo había hecho de forma consciente.

─Eres tú después de todo, Selene.

Me sonrojé. Aparté mi mirada de la suya y la centré en mi comida. A partir de mañana estaríamos juntos por dos semanas. A pesar de haber pasado cinco años sin separarnos, ahora resultaba un poco incómodo volver a estar juntos. No porque fuera algo malo, sino porque ahora me sentía muy vulnerable. Estar con él se había vuelto así. Necesitábamos hablar. Poner las cartas sobre la mesa. Pero ¿cómo empezar? Él no parecía muy desesperado por sacar el tema y yo estaba sumamente agitada como para hacerlo. Así que, en lugar de saltar de cabeza hacia el precipicio, comencé a preguntar de un tema no tan profundo.

─Ian..., ¿cómo vas con Tamara?

"¡Genial! Lo dije como si estuviera hablando del clima. Quería empezar por algo sutil y mi boca cobró vida en el momento justo en el que se desconectó de mi cerebro. Bien, Selene."

Una noche de baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora