Capítulo 12

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Todo el camino Gabrielle apretó el volante con demasiada fuerza. Estaba claro el grado de su enfado. Aún no sabía qué decir o cómo empezar para sacar el tema. Estaba poniéndome demasiado nerviosa. De hecho, me estaba arrepintiendo. Podría mentirle, decirle que todo había sido un error para que Ian creyera que aún estaba disponible para él. No lo sé, algo por lo común podría engañar a cualquiera. Pero no quería engañarlo a él. Gabrielle siempre había sido sincero conmigo, había sido una buena persona y me había ayudado en todo lo que necesitaba. Sería sincera con él y acabaría con el plan de una vez por todas, justo como él había dicho.

Llegamos a una casa enorme. Parecía ser una casa de ricos. Según sabía, Gabrielle vivía solo desde los veintidós. Pero nunca creí que tuviera tanto dinero. Abarcaba toda la esquina de la calle. Era blanca con ventanales grandes, verjas negras y arbustos con flores alrededor. Tenía la fachada de un castillo. Las luces de la casa estaban encendidas.

Gabrielle me ayudó a bajar y entramos a la casa. El lugar estaba lleno de obras de arte y floreros, pisos de madera barnizados y paredes de color crema. La casa era bellísima. Las luces daban un toque de tranquilidad y acogimiento. Todo ahí indicaba seguridad.

─ ¿Aquí es dónde vives? ─pregunté maravillada.

─Algo así ─contestó─. La casa es de una mujer viuda y me renta el piso de arriba. Es un buen lugar.

─Es precioso ─coincidí.

─Y lo mejor ─dijo encaminándome ─es que tiene elevador. Yo nunca lo uso, pero vengo contigo.

─Sí, supongo que es mejor que cargarme escaleras arriba.

─Estaría encantado de subirte, pero es más rápido así.

Con todo y su enojo seguía siendo un caballero. Parecía que su mal humor había disminuido, pero igual seguía tenso. Traía prisa para escuchar lo que le tuviera que decir.

Entramos al elevador y apretó el botón del primer piso. Cuando se abrieron las puertas, la vista era mucho más encantadora. Arriba podía apreciar una vista de la ciudad por los pequeños ventanales de cada lado del pasillo. Había alfombra en el piso y cuadros en las paredes. Caminamos por un pasillo no muy angosto y, al final, llegamos a una puerta de madera. Gabrielle abrió y entramos. De frente había una mesa de vidrio larga para cuatro personas. Del lado izquierdo había un librero, un sillón largo y una televisión. Más al fondo se encontraba el dormitorio, con un espejo de cuerpo completo en la puerta. Del lado derecho, unas puertas de vidrio daban la entrada a una terraza con una vista fenomenal de la ciudad. Afuera había una mesa más pequeña de vidrio y unas cuantas estatuas y jardineras alrededor. No me extrañó que la casa fuera extraordinaria, el piso era igual de espectacular.

Me levantó de la silla y me sentó en el sillón. Me ofreció un vaso de agua y luego volvió para sentarse junto a mí. Los nervios me carcomían. Me bebí el vaso casi por completo cuando escuché que él carraspeaba.

─Entonces, ¿vas a decirme qué sucede? ─preguntó lentamente.

Su humor había cambiado. El viaje le había servido para calmarse. Me había dado mucho miedo la forma como reaccionó en la fiesta, así que ahora mismo tenía miedo de lo que iba a decir. Seguramente no se esperaba nada de lo que le iba a decir, pero era la única oportunidad que tendría para decírselo.

─La verdad es que no tengo mucha experiencia con los chicos, como creo que te habrás dado cuenta ─comencé soltando el aire─. Yo...sabes que me gusta Ian. Pues la razón por la que me rechazó fue porque me veía como una hermanita. Quería que me viera como una mujer y cambié mi aspecto físico. Pero hace falta que cambie por dentro también. Para eso necesito...experiencia.

Una noche de baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora