Capítulo 24

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El sol estaba quemando mi piel y las gotas de sudor escurrían por mi espalda. La playa de la cabaña daba conexión con otras playas y, por lo tanto, con otros hoteles. Había un montón de gente, la mayoría niños, jugando con la arena, y otros en la orilla del mar. Algunos corrían cuando la ola se acercaba a ellos; unos lo lograban, otros eran abrazados y lanzados de regreso a la orilla.

Encontré una mesa vacía y me senté ahí. Podía ver como el mar chocaba a lo lejos en las rocas y volvía una y otra vez. ¿Qué estaba haciendo en ese lugar? Mi madre había aceptado para que realizara este viaje. ¿Qué le había dicho Gabrielle? ¿Esperaba que algunos de los dos hicieran algo al respecto con esta relación? Por alguna razón, mi madre me había dicho que no quería que volviera a verlo, apoyándome cuando vio lo derrumbada que me sentía cuando él se fue; y, luego, dejaba que me fuera de viaje sola con él... Nada tiene sentido.

¿Qué estaba esperando? Está claro que sentí una gran conmoción cuando lo vi, tanto que me desmayé, pero sigo sin entender lo que sucede dentro de mí. ¿Qué quería...? Busqué mi teléfono en el bolsillo y marqué el número que sabía con el que podría hablar para obtener por lo menos una idea para contestar a esa pregunta. Sonó el timbre cuatro veces antes de que ese alguien atendiera a mi llamada.

─Hola, Selene.

─Hola, Ian ─sonreí instantáneamente.

Siempre me ponía de buenas escuchar su voz. Se oía tan tranquilo y en paz que por un momento sentí envidia de que él estuviera así y yo todo lo contrario. Puse las cartas sobre la mesa de manera clara y concisa. Luego de quince minutos y de escuchar todo lo que tenía que decir, él pudo brindarme un consejo.

─Creo que deberías de pensar qué es lo que quieres, Selene.

─Eso no es de gran ayuda...

─Si estás esperando escuchar algo que te solucione la vida, olvídalo. Marcaste al número equivocado.

─Lo sé. ─Reí. Él siempre tan sincero─. Gracias.

─Confía en ti, Selene. Vuelves pasado mañana, ¿no?

─Ajá.

─Pues no necesitas apresurar nada. Si crees que es necesario que vuelvas, entonces hazlo. No tienes que decidir nada ahora.

─Entiendo. Gracias, Ian ─susurré.

─Cuídate, hermosa. Nos vemos cuando regreses.

Luego de eso, colgamos. Solté el aire que había estado conteniendo. Ian tenía razón. No era una decisión que tuviera que tomar contra reloj. Lo que tuviera que ser, sería. No me agobiaría más de lo que ya estaba y, si Gabrielle era la persona que creía, él estaría de acuerdo con cualquiera que fuera mi decisión. Si algo había aprendido al estar con él todos esos meses es que era un hombre comprensible y razonable. Además, sabía que, a pesar de no decirlo, me quería y eso sería suficiente.

Me quedé un rato más en la playa. Creo que no regresé hasta que el cielo se volvió rojizo. No tenía hambre y de repente me sentía muy cansada. Cuando llegué a la cabaña, escuché ruido proveniente de la televisión. Cuando me asomé Gabrielle estaba en el sofá dormido, así que, sin querer molestarlo, me fui al cuarto y me recosté en la cama. En poco tiempo dejé de escuchar todo lo que había a mi alrededor.

Esa noche, entre sueños, vi cómo Gabrielle me acomodaba debajo de las sábanas. Se disponía a salir de la habitación para dejarme, pero lo detuve jalándolo del brazo.

─Quédate ─susurré.

Al ver que se acomodaba a un lado de mí, sin tocarme, pude volver a dormir. En la mañana, él seguía recostado a mi lado. Me levanté tratando de no hacer ruido. Pasé al baño y bajé a hacer el desayuno. Hice jugo, panqueques y encontré unas fresas para acompañar. Cuando subí, me alegré al ver que seguía acostado. Aproveché para mirarlo un poco. Su cabello estaba alborotado y ligeramente enredado en la almohada, sus pestañas largas parecía que tocaban sus mejillas y tenía los labios entreabiertos. Parecía mucho más joven. Y el tostado de su piel resaltaba entre las sábanas blancas.

Una noche de baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora