Capítulo 21

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Al día siguiente nos la pasamos toda la mañana en el salón de cine. Vimos tres películas hasta la hora de comer. En la tarde, salimos a dar un paseo fuera del hotel. Ya me estaba acostumbrando al frío de Londres, pero igual eso no me quitó las ganas de ponerme veinte mil suéteres y gorros. No quería que mi nariz o mis dedos se partieran y los perdiera debido al congelamiento.

Ian y yo no estuvimos solos en ningún momento porque nos dedicamos a convivir como familia. Me la estaba pasando muy bien. Hacía tiempo que no pasaba tiempo con mi mamá, mi papá y mi hermano; así como con la familia de Ian. Con la terapia había estado fuera de casa todo el tiempo, pero no me quejaba de eso en absoluto. Era tiempo con Gabrielle. Todos los meses estuve llenándome de él. Pero ahora era diferente. Ya no era la misma chica del accidente. Era tiempo de estar con mi familia.

El tiempo que logré pasar a solas conmigo misma, lo aproveché para hacer unos cuantos ejercicios, y me di cuenta de que ya podía caminar varios metros sin el bastón y sin caerme. Estaba muy emocionada. Estaba segura de que para año nuevo ya podría caminar y regresar a casa sin bastón, y sin ayuda de nadie. Esperaba que así fuera. Quería contarle a Gabrielle de mi avance, compartir mi felicidad con alguien, pero no podía llamarlo. No era lo correcto.

Después del mensaje que recibí antes de partir, no había vuelto a saber nada de él. Lo extrañaba. Quería hablar con él, escuchar su voz, su risa, ver sus ojos plateados... Me lamentaba haberle dicho lo de Ian. Tal vez si no le hubiese dicho, habría aceptado venir al viaje y estaría conmigo en este momento. No a cientos de kilómetros de mi tacto. Estaba cayendo lentamente en un hoyo oscuro y deprimente. No quería arruinar el viaje con pensamientos así, por lo que me concentré en la diversión y en todos los momentos que estaba viviendo.

La noche de navidad iba a ser única. Nunca había pasado la navidad fuera de casa, por lo que todo este viaje estaba proporcionándome nuevas y grandiosas experiencias. Me puse una blusa de manga larga, una chamarra de lana y unos pantalones de mezclilla. No quería verme demasiado formal, pero tampoco iba a salir en pijama. Ian me alcanzó, o más bien, esperó, al principio de las escaleras para que me cargara y me subiera. Insistí en que no era necesario, pero él igual insistió en llevarme en sus brazos casi hasta la entrada del salón donde se llevaría a cabo la cena.

El salón estaba impactante. Había luz tenue en todo el lugar gracias a los pedazos de tela que colgaban de las lámparas; todas éstas de diversos colores. Hacían que las paredes blancas se transformaran en arco iris. Había mesas redondas para entre 8 y 10 comensales por mesa, adornadas al centro con árboles pequeños de navidad con luces. Al fondo del salón, casi por donde se encontraban los baños, había un enorme árbol de navidad. Tocaba casi el techo del salón. Estaba adornado con esferas rojas y doradas y luces de colores. Una estrella dorada marcaba la punta. Muchos ya se encontraban ahí. Algunos iban más elegantes que otros; aun así, unos cuantos niños iban en pijama.

En nuestra mesa sólo nos encontrábamos nosotros y no tuvimos que compartirla con otra familia u otros comensales. El salón estaba lleno de gente. Estaba impactada de ver cuánta gente pasaba la navidad en un hotel y no es la comodidad de sus casas. Aunque, cuando nos trajeron la cena, supuse que esa podría ser una muy buena razón. Estaba deliciosa.

A la hora de la ensalada, Ian y yo intercambiamos algunas miradas cómplices. Además, Eduardo estaba muy al pendiente de nosotros, porque negaba con la cabeza mientras reía cada que nos veía. Me sonrojé al recordar que él ya sabía todo. Últimamente hacía mi vida pública más de lo necesario. Confiaba en Eduardo, así que no estaba tan preocupada por eso. Y tener a alguien de mi lado en ese lugar remoto, luchando contra la montaña de emociones, aplacaba la rumiación de pensamientos que circulaban a toda hora en mi cabeza.

Al final de la cena, pusieron música. Varios se pusieron a bailar de inmediato; incluso los niños bailaban animadamente alrededor de sus padres. Estaba centrada, hipnotizada, en la forma en la que los demás bailaban. Me recordó la primera vez que baile con Gabrielle. Estábamos en plena calle, y él sólo se detuvo y me sacó del coche para bailar. Fue lindo y divertido. Yo no podía bailar, pero él me llevaba en brazos de un lado al otro en círculos. Si alguien nos hubiera visto, habría pensado que estábamos ebrios. Pero el gesto fue tan espontáneo que no me importó cómo nos viéramos ni lo enojada que había estado en aquel momento.

Una noche de baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora