Capítulo 33

34 5 8
                                    

Capítulo XXXIII

Un testigo, un crimen

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Un testigo, un crimen. 

Cuando era pequeña, una vez Mite me contó la historia de los Días de Fuego, esos días en los que ni la luna podía protegernos del Sol abrasador.

Ese amanecer, dos lunas después de lo sucedido en VinaMore, el Sol no se ocultó tras las nubes, sino que brilló, con tal intensidad y poder, que su llegada rápidamente alertó a todo Partenos.

Dentro de BlueHouse los sirvientes humanos corrían de un lado a otro, cerrando las cortinas esas de triple capa que existían solo para días como ese y poniendo seguro a las puertas, preparaban baños de hielo y leche para las quemaduras. Los sempiternos se refugiaron en los lugares más recónditos y bajos de la fortaleza, huyendo de la luz y el calor; y en medio de todo ese caos estaba yo, sumida en la oscuridad de mi habitación, con el corazón oprimido y los ojos inservibles de tanto llorar.

Mientras me encontraba sentada en una esquina de mi habitación con la cabeza hundida entre las piernas escuchando a todos correr por los pasillos, sentí dos ligeros toques en mi puerta. No respondí. Cuando la puerta se abrió suavemente, levanté la vista por primera vez en horas solo para encontrarme con una imagen distorsionada de mi madre. Tenía una capa encima y un paño cubriéndole el pelo.

―¿Madre? ―Pregunté en un hilo de voz. Preguntándome por qué de todos estaba alucinando con ella.

Ella se quitó la capa dejando ver que debajo tenía un traje de doncella.

―No tenemos tiempo, ella sabrá que me fui dentro de poco.

―¿Ella? ―no entendía que estaba pasando.

―Tu abuela, no tardará en saber que me fui. ―Comentó asqueada.

Mi mente estaba en un estado de desequilibro, no podía siquiera procesar su presencia en mi habitación, menos sus palabras.

―Vete, quiero estar sola.

Para mi sorpresa, Adania tiró de mi brazo con fuerza dejándome de pie frente a ella. Fijé mis ojos en los suyos viendo como el miedo y la ira se reunían en su interior.

―No me he esforzado tanto para llegar hasta aquí y que tu me ignores. Cállate y escucha. ―Musitó furiosa. ―Sientate en la maldita cama, Rubi.

No tenia motivos para hacerle caso, pero mi estado de agotamiento era tan grande, que me daba igual hacerle caso. Me senté en la cama y solo instantes después ella me siguió.

―Cuando tenía tu edad conocí a Killian, me obsesioné con él, al punto de no querer otra cosa en mi vida que no fuera ser suya. ―Negó con la cabeza. ―Yo cumplía con todos los requisitos que debía tener la esposa de un hijo de los Belssing, y sobre todo, cumplía los requisitos de la madre de un futuro Sucesor al trono. Desgraciadamente nunca pensé en que Killian no me amaría como yo creía que lo amaba.

DESCENSO  (Balada de los Hijos de la Luna, Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora