Prólogo.

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La habitación se mantenía en un silencio abrumador, solo interrumpido por el suave ritmo de las teclas al ser presionadas en la computadora y de vez en cuando un leve suspiro cargado de frustración. Era una noche tranquila y Kamile sabía como aprovecharla, no había nada mejor que trabajar en la calma nocturna.

Se mantenía inmersa en su trabajo; Una investigación política que debía entregar al día siguiente.

La pasión por su profesión la había llevado a lo alto y ahora su esfuerzo comenzaba a dar frutos. En los últimos días, había sido nombrada como la corresponsal extranjera de Tagesschau; uno de los noticieros más importantes y confiables de Alemania. Estaba más que orgullosa por eso, era un muy buen logro —por no decir el mejor— en su vida laboral. Ahora, sería la encargada de cubrir las noticias más importantes a nivel internacional, en temas políticos, económicos y culturales.

Era el trabajo que toda su vida había estado soñando.

El enfoque que había mantenido hasta ahora, se vió interrumpido por un golpeteo insistente en la puerta. Se giró en su silla y suspiró, estiró sus brazos en el aire unos segundos antes de levantarse con dirección a la puerta. Iba a matar a Rebekah.

— Son las tres y treinta y cuatro de la mañana, espero que me des una buena razón para que estés despierta, eh. —Dijo seriamente mientras abría la puerta de su habitación, así logrando ver la figura de su hija en medio de la oscuridad del pasillo.

— Má. —Pronunció con su voz quebrada, sorbió su nariz y dió dos pasos más hacía el frente.

El corazón de Kam se arrugó y una punzada de preocupación atravesó su cuerpo cuando su vista se esclareció y vió el estado de su hija.

Su ropa perfectamente arreglada, maquillaje combinado y cabello alisado habían sido sustituidos por un camisón sucio, rastros de maquillaje viejo que probablemente no había limpiado bien y cabello enmarañado. Estaba segura de que un peine no pasaría fácilmente por ahí.

Sus ojos hinchados, con grandes ojeras oscuras combinadas con rímel regado parecía resaltar aún más la rojez de ellos.

— Ay, mi amor. —Dijo en un hilito de voz. Luchó por contener su preocupación y tomó a Rebekah entre sus brazos, atrapándola en un abrazo, queriendo así transmitirle seguridad.— Mamá está aquí, ¿Ok?

Recordó vagamente cuando Rebekah se levantaba gritando, empapada en sudor y con esas pesadillas nocturnas que a sus cortos seis años tanto la atormentaron, lloraba toda la noche y solo podía volverse a dormir en los brazos de su madre.

Aunque esta situación no era para nada parecida a las otras, por las que ya había pasado anteriormente con su hija. Ahora ya tenía diecisiete, esto iba mucho más allá de un terror nocturno.

Sintió como Rebekah asintió levemente contra su hombro, el mismo que segundos después comenzó a humedecerse gracias a las lágrimas provenientes de la menor.

— ¿Puedo dormir contigo hoy? —Preguntó, alejándose un poco de su mamá para verla directamente a la cara.

Su mirada reflejaba el dolor de un corazón roto.

— Sí, mi nena. Claro que sí. —Sonrió cálidamente mientras su hija se adentraba en su cuarto, Kamile caminó hasta la puerta y la volvió a cerrar. Rebekah se recostó suavemente sobre su cama, siguiendo todos los movimientos de su madre, quien había ido a apagar el portátil que se encontraba sobre su escritorio.

Un silencio incómodo se generó cuando Kam se recostó al lado de su hija. No sabía que hacer.

¿Qué se supone que debía decir? ¿Debía preguntarle directamente sobre el tema o sólo debía dejarlo pasar hasta que ella decidiera contárselo por mérito propio?

Rebekah se revolvió en la cama un poco incómoda, mantenía su vista clavada en el techo y de vez en cuando le lanzaba miradas rápidas a su mamá, pensando en si había sido buena idea buscarla en estas horas de la madrugada, de seguro que ella estaba trabajando.

Últimamente solía trabajar toda la noche.

Batallaba por no derrumbarse frente su mamá, aunque lo único que quería era llorar, llorar y sentir que tenía ese consuelo que tanto anhelaba, que tanto necesitaba. Aunque eso muy sería vergonzoso.

— Má. —Volvió a decir, girando su cuerpo con dirección a ella, quién yacía acostada boca arriba. Kamile cambió su posición al escuchar el llamado de Rebekah, quedando cara a cara con la menor.— ¿Cómo superaste a tu primer amor?

Kamile quedó momentáneamente en silencio, recordando aquellos días en los que su propio corazón se había fracturado. En ese instante, una oleada de emociones se apoderó de ella, trayendo consigo los recuerdos dolorosos y la tristeza que aún se alojaba en su interior.

Oh, mierda.

No podía decirle a su hija como consuelo; "Ja-ja, nunca lo superé mi amor."

No, definitivamente no podía hacer eso.

Groupie ; Tom & Bill Kaulitz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora