capítulo cuatro

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Minatozaki Kimura, por primera vez en dieciséis años, estaba preocupado.

Sabía que ese momento tendría que llegar algún día, que su hija se haría mayor y saldría con chicos, pero, para él, Sana aún era su niñita.

Su pequeña había ido a un baile y aunque suplicó y rogó a su mujer que le dejara ir al instituto a espiar, Ayaku se lo había prohibido rotundamente, así que no le había quedado más remedio que esperar en casa sentado en el viejo sillón del salón que había situado delante de la puerta con la lámpara del salón encendida y un viejo libro como compañía.

Como no podía hacer nada para vigilar a su hija, les pidió a las gamberras de sus hermanas que la espiaran durante toda la fiesta y que no la dejaran a solas con ese jovencito lleno de hormonas ni un solo instante, pero sus hijas eran unas tarambanas y seguro que se habían olvidado de su hermana en cuanto llegaron al baile.

Su último recurso antes de resignarse a perder a su pequeña había sido pedir a Jihyo que compartiera el coche de alquiler con sus hijas. Con suerte esas dos volverían a las andadas y pasarían todo el tiempo discutiendo, sus parejas se cansarían de ellas y su Sana volvería a casa diciendo que odiaba a todos los chicos y los bailes.

—Dios, por favor, que vuelva a casa despotricando de la vecina y no con una sonrisa radiante de «me he besado con un joven adolescente y quiero más» —rezó Minatozaki Kimura antes de que la puerta de su casa se abriera con brusquedad y su hija entrara descalza y gritando.

—¡Odio a Park Jihyo y no pienso volver a ir a ningún estúpido baile con chico alguno! ¡De hecho, no pienso salir con nadie! ¡Nunca!

—Gracias, Dios mío —murmuró Kimura antes de levantarse del sofá para calmar a su hija.

Sus hermanas, que entraron tras ella, intentaron calmarla y muy pronto no tardó en unirse a la reunión Ayaku, que salió de su habitación en la planta superior dispuesta a solucionar una vez más el enfado que su hija tenía con la vecina.

Cuando la madre de Sana entró al salón adormilada, terminó de despertarse de golpe en cuanto vio a sus hijas con las ropas destrozadas y el peinado destruido peleándose, a Sana buscando la escopeta de perdigones con el vestido de noche y descalza, y a su marido persiguiéndola una vez más portando el folleto de ese instituto «sólo de chicas», que no paraba de sacar en cada conversación desde que se había dado cuenta de que Sana era toda una mujer.

—¿Qué demonios pasa aquí? —gritó Ayaku a pleno pulmón poniendo fin a todo el alboroto.

—Sana odia a los hombres y las fiestas —contestó Kimura muy ilusionado.

—Mis hermanas se han peleado en el baile —cotilleó Sana en un intento de distraer a su madre de lo que estaba haciendo.

—Jihyo ha besado a Sana... —comentó Mina evitando la mirada furiosa de su madre.

—Y por eso... Sana quiere pegarle un tiro a la vecina —señaló Momo librándose de la atención de su madre, que finalmente recayó en su hermana.

—¡Ésa es mi niña! ¡Así se hace! ¡Ven aquí, que te enseño a disparar! —animó Kimura a su hija bajo la mirada reprobatoria de su mujer.

—¡Nadie va a disparar a la vecina! —gritó Ayaku histérica—. Sana, ¿te has vuelto loca? ¡Suelta la escopeta de tu padre ahora mismo!

—¡Pero mamá, me besó en la boca y me metió la lengua! ¡Fue asqueroso! ¡No voy a volver a besar a nadie en mi vida! —protestó Sana mientras bajaba la escopeta.

—¡Gracias, Dios, porque la vecina no sabe besar! Mañana mismo le regalo una cesta de frutas —murmuró Kimura.

—¡Kimura, cállate y déjame a solas con tu hija! ¡Me estás poniendo histérica! —dijo Ayaku señalando la puerta del salón.

not my prince charming || sahyo [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora