Capítulo 4

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Fiona se despertó con una luz cegadora y gimió. Gimió sintiendo todo su cuerpo agrio y ardiente por la fiebre. Se le secó la boca antes de intentar abrir los ojos. Una enorme ventana sin cortinas dejaba que el sol la tostara.

Se llevó la mano a la cara antes de girarla para ver las numerosas camas que había junto a la suya. Nunca ha estado en un lugar así, pero una cruz roja le dice que era una especie de hospital. Recordó cómo la empujaron desde la cascada. Todavía podía sentir la cara de Sienna entre sus manos y cómo Troy se retorcía de dolor.

Está muerto. Tus padres están muertos y gracias a ti... tu amiga también. Recordó que Roni se lo había dicho. Miró a su izquierda y vio a dos guardias reales entrando en la sala. Su respiración se agitó preguntándose si vendrían a buscarla, pero se detuvieron junto a la cama de otra persona y dio un respingo cuando alguien le tocó el hombro.

—¿Qué estás mirando? He intentado llamarte. ¿No me oyes? —Fiona volvió a mirar a aquellos guardias antes de mirar al hombre que reclamaba su atención.

—¿Dónde estoy? —Preguntó Fiona, pero volvió a centrarse en los guardias.

—Estás en un hospital —Respondió aquel hombre y Fiona le miró preguntándose quién sería. Pero entonces el logo del hospital en su camisa le dijo que era personal.

—¿Qué... qué manada es? —Le preguntó al enfermero.

—Está en la capital. En el Bluemoon... —A Fiona se le abrieron los ojos de par en par. Estaba en la capital. ¿Cómo? Volvió a mirar a los guardias y esta vez uno de ellos le devolvió la mirada. Se apresuró a mirar a la enfermera y susurrar.

—Yo... tengo que irme.

—No puedes. Tienes que decirme dónde están tus padres. No sé si están aquí o no... —Por supuesto, a ninguno de los hombres lobo menores de diez años se les permitía estar solos. Y, ella podría decir que pueden adivinar su edad.

—Yo... ¿Quién me trajo aquí? —Fiona preguntó y el enfermero entrecerró los ojos.

—¿Por qué no sólo me hablas de tu manada, y, los nombres de tus padres? —Fiona sólo miró a una mujer que vino a colocar una cortina de luz en la ventana. Por fin la sacaba de la miseria del sol de lava.

—¿Cómo te llamas...? —La enfermera volvió a preguntar y Fiona negó con la cabeza.

—Yo no... —Y, empezó a llorar audiblemente. Era lo único que sabía hacer en situaciones difíciles. La conmoción hizo que uno de los guardias se acercara a su cama y preguntara.

—¿Ocurre algo? —El enfermero, que sabía que tenía que responder a un guardia real, se apresuró a informarle.

—La trasladaron aquí desde otro hospital que estaba lleno. No tenemos información sobre ella y se queja como si tuviera dos años y no me entiende —Fiona dejó de respirar en cuanto llamó la atención del guardia. Éste fulminó con la mirada al enfermero y le dijo.

—Aquí no te pagan para que te enfades con tus pacientes.

Fiona notó que aquel hombre se acercaba a sentarse en su cama y lo que sintió fue pena.

—¿Le duele algo? —Fiona miró fijamente a aquel hombre antes de asentir—. ¿Dónde le duele más? —Preguntó y Fiona levantó la mano para tocarse el vendaje de la cabeza—. Ya veo. ¿Recuerdas quién te atacó? —Fiona permaneció en silencio preguntándose qué pasaría si él descubría sus mentiras con la cara. No era una mentirosa.

Entonces tragó saliva y trató de prepararse.

—No lo sé —Aquel hombre asintió y ladeó la cabeza hacia la izquierda.

Bound to the AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora