La vida de Zhongli había tomado un giro inesperado. Desde que Tartaglia había decidido quedarse con Lumine, un pesado manto de tristeza lo envolvía cada día. El recuerdo de su amor perdido era una sombra constante que se cernía sobre él, y aunque intentaba seguir adelante, cada rincón de su hogar le recordaba a Tartaglia.
Un mes había pasado desde aquella dolorosa llamada, y Zhongli aún se sentía atrapado en un ciclo de dolor y nostalgia. Se encontraba en su departamento, mirando por la ventana, mientras la lluvia caía suavemente. La vista era hermosa, pero su corazón estaba lejos de compartir esa belleza. Cada gota parecía resonar en su pecho, como si la naturaleza misma llorara por él.
Su hermana, Ningguang, había estado a su lado, intentando levantar su ánimo. Ella le traía pequeñas sorpresas y lo animaba a salir, pero Zhongli solo podía pensar en Tartaglia. Los mensajes y llamadas de su ex esposo habían cesado, y eso solo había intensificado su dolor. La ausencia de Tartaglia se sentía como un eco en su vida, un vacío que nada podía llenar.
—Zhongli, ¿no crees que deberías salir un poco? —sugirió Ningguang, mientras organizaba algunos documentos en la mesa del comedor—. Tal vez ver a algunos amigos te ayude a distraerte.
—No tengo ganas de salir —respondió Zhongli con la mirada perdida, pensando en lo que solía ser su vida con Tartaglia—. No tengo ganas de ver a nadie.
Ningguang suspiró, sintiendo la frustración crecer dentro de ella. Su hermano había sido una persona fuerte y confiada, pero la pérdida lo había cambiado. La tristeza había hecho mella en él, y cada día que pasaba sin Tartaglia lo hundía más en la desesperación.
—Tienes que hacerlo, Zhongli. No puedes seguir así —dijo con firmeza—. Te mereces ser feliz, incluso si eso significa dejar ir a Tartaglia.
Zhongli sintió que su corazón se encogía ante esas palabras. ¿Cómo podía dejar ir a alguien que había sido su mundo? Cada recuerdo, cada momento compartido lo mantenía atrapado en un pasado que no podía recuperar.
—Lo sé, pero... —su voz se quebró—. Lo amo. Aún lo amo.
—Y yo entiendo eso, pero a veces el amor no es suficiente. Tienes que pensar en ti mismo —insistió Ningguang—. No puedes quedarte atrapado en un ciclo de dolor.
Zhongli bajó la mirada, luchando con sus emociones. La verdad era que estaba asustado. Asustado de perder a Tartaglia para siempre, asustado de enfrentarse a la realidad de que su amor podría haber sido solo una ilusión. Pero también sabía que su hermana tenía razón. Aferrarse a algo que lo estaba destruyendo no era la solución.
Después de una larga pausa, Zhongli finalmente respondió.
—Voy a intentar salir... —dijo con voz temblorosa, como si esas palabras le costaran el mundo.
Esa tarde, Zhongli decidió caminar por el parque. A medida que avanzaba, el aire fresco lo envolvía, pero cada paso era un recordatorio de lo que había perdido. Se sentó en una banca y observó a las parejas que pasaban, riendo y disfrutando de la vida. Se preguntaba si alguna vez volvería a sentir esa alegría, esa chispa de felicidad que había compartido con Tartaglia.
En ese momento, su mente lo traicionó. Recordó los momentos felices: las risas, los abrazos, las promesas susurradas en la oscuridad de la noche. Pero también recordó el dolor, la traición y la sensación de su corazón rompiéndose en mil pedazos. El contraste era abrumador.
Zhongli tomó su teléfono, casi instintivamente, y buscó el número de Tartaglia. Su pulso se aceleró mientras lo miraba. ¿Debería llamarlo? ¿Sería eso un error? Pero, al mismo tiempo, una parte de él anhelaba escuchar su voz. Sin embargo, recordó la decisión de Tartaglia y el dolor que eso había causado.
Decidió no marcar. En lugar de eso, se sentó allí, dejando que las lágrimas fluyeran libremente. La tristeza que lo había estado consumiendo finalmente encontró su camino hacia el exterior. Era liberador y doloroso al mismo tiempo.
Mientras lloraba, un grupo de amigos se acercó. Era un grupo conocido que no había visto en mucho tiempo. Uno de ellos, un viejo compañero de trabajo, lo saludó con entusiasmo.
—¡Zhongli! ¡Qué sorpresa verte aquí! —dijo el chico con una sonrisa radiante—. ¿Por qué no te unes a nosotros? Vamos a celebrar el cumpleaños de Yanfei.
Zhongli dudó, pero luego, algo dentro de él se activó. Quizás salir con ellos lo ayudaría a distraerse, a olvidar, aunque fuera por un momento.
—Está bien... —respondió, tratando de forzar una sonrisa—. ¿Dónde están?
Mientras caminaba con ellos, Zhongli sintió que una parte de su tristeza se aliviaba, aunque solo fuera un poco. Se unió a la celebración, disfrutando de las risas y la compañía, pero en su interior, la falta de Tartaglia siempre estaba presente. Era como un eco que resonaba en su corazón, recordándole que, aunque intentara seguir adelante, una parte de él siempre llevaría esa herida.
Esa noche, mientras regresaba a casa, Zhongli sintió que había dado un pequeño paso hacia adelante. No era suficiente para curar su dolor, pero tal vez era un comienzo. Con cada día que pasaba, comenzaba a entender que dejar ir no significaba olvidar. Significaba aceptar lo que había sido y lo que ya no podía ser.
De vuelta en su departamento, Zhongli se sentó en el sofá y miró por la ventana. La lluvia había cesado, y una suave brisa entraba por la ventana abierta. Decidió escribirle a Tartaglia, no para pedirle que regresara, sino para cerrar el ciclo que había dejado abierto en su corazón.
Tomó un bolígrafo y un cuaderno, sintiendo cómo las palabras fluían de su mente. Escribió sobre su dolor, sobre su amor y sobre la aceptación de que a veces, el amor no es suficiente para mantener a dos personas unidas. Cerró el cuaderno y sintió que un peso se había levantado de sus hombros.
Zhongli no sabía lo que le depararía el futuro, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba listo para enfrentarlo. Estaba decidido a sanar y a seguir adelante, incluso si eso significaba vivir sin Tartaglia.
ESTÁS LEYENDO
¿Es ella o yo?
FanfictionZhongli siempre había confiado en su marido, pero una traición enterrada en las sombras amenaza con destruir la tranquilidad que había construido. A medida que las sospechas crecen, las piezas de un rompecabezas inquietante comienzan a encajar. Ahor...