3. La lluvia y la reconciliación pendiente

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Después de esa discusión devastadora, Zhongli tomó una decisión firme: debía alejarse de Tartaglia. Se fue a casa de su hermana Ningguang, buscando consuelo y un lugar donde su mente pudiera descansar, aunque en su corazón supiera que no sería tan fácil. Ningguang, como siempre, lo recibió con los brazos abiertos, sin preguntas incómodas, sin juicios. Sabía que su hermano estaba pasando por algo profundo, y aunque ella intentaba ayudarlo, Zhongli seguía sintiéndose distante, inmerso en su propio dolor.

Pasaron los días y, con ellos, la tristeza de Zhongli solo parecía aumentar. Cada jornada era más oscura que la anterior. Aunque estaba rodeado del amor y apoyo de su hermana, nada lograba llenar el vacío que sentía dentro. Tartaglia intentaba contactarlo, enviándole mensajes y llamándolo insistentemente. Zhongli veía cómo el teléfono sonaba, cómo los mensajes se acumulaban uno tras otro, pero nunca tenía el valor de responder. No podía enfrentar ese dolor de nuevo. Lo que había visto aquella noche, la imagen de Tartaglia con Lumine, lo perseguía como una sombra, y no importaba cuántas palabras de arrepentimiento recibiera, el daño ya estaba hecho.

Zhongli apenas salía a caminar, y cuando lo hacía, el mundo parecía haber perdido sus colores. A veces se topaba con sus amigos por las calles de Liyue, pero apenas los saludaba. No tenía ánimos de socializar ni de fingir que todo estaba bien. En su interior, seguía destrozado, atrapado en una tormenta de emociones que no sabía cómo controlar. Incluso Ningguang, con su perseverancia y amor, no lograba romper la coraza de tristeza que envolvía a su hermano. Intentó muchas veces hablar con él, distraerlo, llevarlo a pasear, pero Zhongli apenas respondía con monosílabos.

Había algo en el aire que siempre lo regresaba a esa noche. Era como si cada rincón de Liyue, cada brisa, cada sonido, le recordara lo que había perdido. Y aunque lo sabía, en lo más profundo de su ser, también estaba ese pequeño fragmento de esperanza, ese deseo de que todo fuera un mal sueño, de que al despertar, Tartaglia estaría allí, a su lado, fiel como siempre lo había sido... antes de la traición.

Un día lluvioso, mientras el cielo descargaba su furia sobre las calles de la ciudad, Zhongli estaba sentado junto a la ventana. Las gotas caían pesadamente sobre el cristal, y cada sonido de la lluvia lo hacía hundirse más en sus pensamientos. A lo lejos, veía cómo las personas corrían buscando refugio bajo techos y sombrillas, pero él no tenía intención de moverse. La lluvia siempre había sido su compañera en momentos de reflexión, pero hoy parecía más una enemiga, una constante que acentuaba su tristeza.

De repente, escuchó un golpeteo suave en la puerta. Al principio, pensó que era el sonido del viento o tal vez una ramita arrastrada por la tormenta. Decidió ignorarlo y siguió observando la ventana, perdiéndose en los patrones que formaban las gotas de agua. Pero el golpeteo se repitió, más fuerte esta vez. Zhongli frunció el ceño, molesto por la interrupción. Se levantó lentamente de su asiento, caminando con desgano hacia la puerta, sin tener idea de quién podría ser.

Cuando abrió, el aire húmedo de la tormenta lo recibió, y frente a él, empapado y temblando bajo la lluvia, estaba Tartaglia.

—Z-Zhongli... —la voz de Tartaglia era apenas un susurro, cargada de nerviosismo.

Zhongli se quedó inmóvil. Ver a Tartaglia ahí, en esa condición, lo golpeó con una mezcla de emociones. La sorpresa y la tristeza se entrelazaban en su pecho, pero había algo más... rabia. Tartaglia estaba empapado, aparentemente olvidando su paraguas en su desesperación por llegar. Aunque Zhongli no quería sentir nada por él, una parte de su corazón se resistía a dejarlo afuera bajo la tormenta. Con un suspiro silencioso, dio un paso al lado, invitándolo a pasar.

Tartaglia entró con pasos tímidos, mirando el suelo como un niño que había cometido un error imperdonable. El ambiente entre los dos era insoportable. La tensión era palpable, cargada de todas las palabras no dichas, de todas las heridas abiertas. Zhongli, intentando mantener algo de cortesía, le pasó una toalla para que se secara, sin mirarlo directamente a los ojos.

El silencio entre ellos era tan denso que parecía llenar cada rincón de la habitación. Ambos sabían que había cosas que necesitaban decirse, pero ninguno se atrevía a romper ese silencio incómodo. Finalmente, Tartaglia, incapaz de soportarlo más, fue el primero en hablar.

—Zhongli... hay algo que... que necesito decirte.

Zhongli, con los brazos cruzados, miraba hacia el suelo. No quería esta conversación, no quería abrir nuevamente esa herida que apenas comenzaba a cicatrizar. Pero aún así, respondió con una frialdad que lo sorprendió incluso a él.

—Solo dilo.

Tartaglia tragó saliva, sintiendo como su corazón latía con fuerza. Estaba asustado. Sabía que había cometido un error imperdonable, pero necesitaba que Zhongli lo supiera, necesitaba que entendiera cuán arrepentido estaba.

—Por favor, perdóname —comenzó Tartaglia, con la voz temblando—. Fui un tonto... He sido un idiota. Te amo, Zhongli. Solo a ti. No quería lastimarte, no quería perderte... Lo siento tanto. Todo es mi culpa.

Zhongli escuchaba las palabras, pero parecía que no le llegaban. El dolor que sentía era demasiado grande como para que una simple disculpa lo arreglara. Sin embargo, había algo en la voz de Tartaglia que lo hizo dudar, que lo hizo querer creer en sus palabras, aunque su mente le decía que no debía hacerlo.

En un impulso, se acercó a Tartaglia y lo abrazó con fuerza. Los brazos de Tartaglia se envolvieron alrededor de Zhongli casi de inmediato, como si temiera que ese gesto se desvaneciera si no lo aceptaba rápidamente. Pero a pesar del abrazo, ambos sabían que las cosas no estaban bien. No podían volver a como eran antes. Había demasiado daño, demasiadas cosas no resueltas.

—Tartaglia, yo... —Zhongli comenzó a hablar, pero sus palabras se cortaron. No sabía qué decir. Parte de él quería volver a ser feliz con Tartaglia, pero otra parte, más fuerte, sabía que no podía simplemente perdonarlo. No todavía.

Tartaglia, sintiendo el peso de las palabras no dichas, bajó la mirada.

—Lo sé —respondió suavemente—. Sé que no vas a regresar conmigo... Sé que lo arruiné. Fui un idiota, Zhongli. No quería que me odiaras por esto. Vine hasta aquí porque necesitaba pedirte perdón. Lo siento tanto. Todo fue mi error. No debí...

Zhongli lo interrumpió suavemente.

—Necesito tiempo.

Las palabras salieron despacio, como si le costara decirlas. Tartaglia lo miró confundido, pero Zhongli continuó.

—Quiero pensar bien las cosas. Quiero... volver a ser como antes, pero no sé si pueda. Quiero pensar... en lo que necesito, en lo que quiero. Por favor, dame un tiempo para aclarar todo esto.

El silencio que siguió fue largo, pero no incómodo. Tartaglia lo miró a los ojos, y aunque su corazón se rompía en mil pedazos, asintió. Sabía que si de verdad amaba a Zhongli, debía darle el espacio que necesitaba. No había otra opción. No quería perderlo para siempre, pero tampoco quería presionarlo.

Ambos se abrazaron una vez más, pero esta vez con la certeza de que nada sería igual. Tartaglia había traído el anillo consigo, el que Zhongli le había devuelto, pero no se atrevió a sacarlo. Sabía que aún no era el momento. Quizás nunca lo sería.

Cuando el abrazo terminó, Tartaglia se despidió en silencio y salió. Para entonces, la lluvia había parado, dejando el aire fresco y limpio. Mientras caminaba de regreso a su departamento, su mente no podía dejar de girar alrededor de todo lo que había hecho. Sentía un nudo en el estómago, una sensación de asco consigo mismo. ¿Cómo había podido lastimar de esa manera a la persona que más amaba?

Las lágrimas comenzaron a caer mientras caminaba por las calles vacías. Sabía que tal vez nunca podría recuperar lo que tenía con Zhongli. Y aunque lo había intentado, el arrepentimiento y la culpa eran ahora su única compañía. Había arruinado lo mejor que tenía, y esa realidad lo golpeaba una y otra vez, con cada paso que daba.

¿Es ella o yo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora