8. Sombras del pasado

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Días después de lo sucedido, Zhongli se encontraba atrapado en una tormenta de confusión emocional. Sabía que si decidía volver con Tartaglia, había un riesgo real de que la historia se repitiera, y esa idea le llenaba de un profundo temor. La traición y el dolor aún resonaban en su corazón, pero, por otro lado, su corazón anhelaba regresar a ese lugar feliz que una vez compartió con él. Era un dilema desgarrador: su mente le gritaba que se alejara, que dejara ir a quien le había causado tanto sufrimiento, mientras que su corazón, ese traidor incansable, clamaba por el amor que una vez había sido tan puro y vibrante.

Zhongli no podía soportar el peso de sus propios pensamientos; a menudo, la soledad lo invadía y, en esos momentos de desolación, se permitía llorar. Sus lágrimas caían sin compasión, dejando un rastro de tristeza en su rostro. "¿Por qué tenía que ser así?" se preguntaba. "¿Por qué no podía simplemente dejarlo ir?"

Los días transcurrían, y como de costumbre, Tartaglia comenzaba a frecuentar la casa de Zhongli nuevamente. Compartían risas y anécdotas, y por un breve instante, todo parecía como antes. Las tonterías de Tartaglia, que alguna vez habían sido una fuente de alegría para Zhongli, ahora se sentían como un recordatorio del amor que una vez compartieron. Era un juego de luces y sombras, donde la calidez del pasado contrastaba con la helada realidad del presente. Aunque se sentía feliz en esos momentos, la verdad era que su corazón estaba dividido.

Zhongli se encontraba atrapado en la trampa de su propia mente. La felicidad que experimentaba al lado de Tartaglia se veía empañada por el miedo al futuro. "Si vuelvo a abrir mi corazón, ¿no volverá a cerrarse de golpe?" Era una pregunta que no le permitía descansar, y, sin embargo, había una parte de él que aún deseaba creer en el poder del amor.

Con cada día que pasaba, Zhongli notaba que su corazón luchaba por salir a la superficie, y aunque prefería ignorar sus sentimientos, cada risa y cada mirada de Tartaglia le recordaban lo que una vez tuvo. Pero su mente le advertía que no podía permitirse ser vulnerable de nuevo.

El destino parecía jugar con ellos, y cada vez que Zhongli salía de su departamento, se topaba con Lumine. Aunque no le caía mal, la presencia de Lumine le resultaba incómoda. Recordar que ella había estado con Tartaglia lo torturaba, y, al mismo tiempo, no podía evitar sentir compasión por ella. Era una joven que, al igual que él, intentaba encontrar su camino en el amor.

Una noche, mientras regresaba a casa después de una larga jornada, Zhongli llevaba las bolsas de la compra, perdido en sus pensamientos. La noche era tranquila, y el aire fresco le recordaba que, a pesar de todo, aún había belleza en el mundo. Pero esa belleza se desvanecía cuando vislumbró a Lumine. Solo la vio de reojo, pero no podía evitar el impulso de apartar la vista. Sin embargo, ella lo había visto y se acercó, rompiendo la burbuja de su aislamiento.

—¡Zhongli, hola! —dijo Lumine con una sonrisa.

Zhongli sintió cómo su estómago se retorcía, pero no quería ser descortés. Al final, se obligó a responder con la voz más amable que pudo.

—Oh, hola Lumine. No te había visto, lo siento.

—No te preocupes, Zhongli. ¿Qué tal tu día?

—He estado bien, no te preocupes por eso. ¿Qué tal tu relación con Tartaglia?

Las palabras salieron de su boca como si estuvieran envenenadas. Cada mención de Tartaglia era como una daga en su corazón, y se sintió incapaz de controlar la tristeza que lo invadía. “Solo intenta mantener la calma,” se decía a sí mismo.

—Bueno, él y yo nos peleamos hace unas semanas —admitió Lumine, su tono melancólico contrastaba con la luz de su sonrisa—. He intentado contactarlo para pedirle disculpas, pero no contesta mis llamadas. ¿Sabes dónde puede estar él?

Zhongli se sintió asfixiado por la pregunta. Su corazón dio un vuelco, y aunque la tristeza lo inundaba, su voz salió casi como un susurro.

—Uhm, ¿ya fuiste a su casa? Creo que él siempre está ahí, o simplemente puedes ir a su trabajo. Te aseguro que ahí lo puedes encontrar.

Lumine asintió, pero Zhongli sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La idea de que Tartaglia pudiera estar con ella de nuevo le causaba un dolor lacerante.

—Zhongli, antes de que te vayas, ¿me darías un consejo? —preguntó Lumine, su mirada ansiosa buscaba la guía en sus ojos.

Zhongli, sorprendido, se detuvo y asintió. No podía ser descortés. Aceptó ayudarla, aunque la situación era incómoda.

Lumine habló con franqueza, compartiendo sus temores y dudas sobre su relación con Tartaglia. Al final, Zhongli comprendió que, a pesar de la situación, Lumine era solo una joven que estaba intentando encontrar su lugar en un mundo complicado. No podía odiarla, aunque su corazón aún estuviera dolido.

Después de su encuentro, Zhongli regresó a casa con una sensación de pesadez en el pecho. Guardó las cosas que había comprado con la mente en blanco, y cuando terminó, se permitió caer en el sofá. Necesitaba desconectarse de la realidad. Agarró un bote de helado, tomó una cucharada y encendió la televisión, eligiendo una serie romántica que solía gustarle.

Las escenas de amor y desamor que se desarrollaban en la pantalla le resultaban crueles. A medida que se sumergía en la historia, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Se preguntó por qué tenía que ser así, por qué su vida se había convertido en una serie de tristezas acumuladas. “Solo quiero ser amado otra vez…” se decía mientras el helado se derretía en su mano.

Se permitió llorar mientras la serie avanzaba, sintiéndose patético y perdido. En un momento de reflexión, se preguntó si realmente estaba dispuesto a dejar ir a Tartaglia. La idea de perderlo lo ahogaba, pero al mismo tiempo, el miedo a ser lastimado de nuevo lo mantenía cautivo. “¿Cómo puedo seguir adelante si aún lo amo?”

Los recuerdos de momentos felices con Tartaglia comenzaron a inundar su mente: las risas compartidas, los abrazos cálidos, y la manera en que sus corazones se unían en un compás perfecto. Pero entonces, su mente le recordaba la traición, el dolor y la decepción. “Tú y yo jamás debemos cruzar caminos,” pensaba, intentando convencerse de que la ruptura era lo mejor.

“¿Es ella o yo?” se preguntaba, sintiendo la presión de la indecisión asfixiarlo. El eco de esa pregunta resonaba en su mente, un recordatorio constante de que la felicidad a la que anhelaba regresar podía ser un espejismo.

Esa noche, entre lágrimas y helado, Zhongli entendió que no podía seguir así. Tenía que enfrentar sus sentimientos y ser honesto consigo mismo. No podía vivir en un estado de negación perpetua. Era hora de decidir, de tomar una postura frente a su amor por Tartaglia y lo que realmente deseaba para su futuro.

La confusión le pesaba en el corazón, pero la claridad comenzó a asomarse entre las sombras. “Debo hablar con Tartaglia,” se prometió, sintiendo que esa sería la única forma de encontrar paz. Al final, su amor por él merecía un último intento, aunque eso significara enfrentarse a sus propios demonios.

Así, con un nuevo propósito, Zhongli se secó las lágrimas y decidió que la próxima vez que viera a Tartaglia, tendría que ser valiente. Ya no podía esconderse detrás de su dolor. Tendría que encontrar la fuerza para preguntar lo que realmente deseaba saber: “¿Es ella o yo?”

¿Es ella o yo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora