4. Dejar ir

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Zhongli, después de semanas de reflexión, seguía con la mente y el corazón hechos un nudo. Un mes había pasado desde aquel fatídico día en el que su mundo se desmoronó. Tartaglia había sido su vida, su refugio, pero el dolor de su traición aún lo devoraba por dentro. Se preguntaba una y otra vez si debería darle otra oportunidad, si podrían encontrar juntos un nuevo comienzo. Esa era la razón por la cual, sin pensarlo mucho, salió de su apartamento con un solo propósito en mente: encontrarlo y enfrentarse a sus propios sentimientos.

El aire fresco lo golpeaba en el rostro mientras recorría las calles de la ciudad. Se sentía perdido, buscando a Tartaglia en cada esquina, cada cafetería, cada lugar en el que alguna vez habían compartido momentos felices. Pero no lo encontraba. Sus piernas comenzaron a doler, y su corazón, ya pesado, se llenaba de incertidumbre. ¿De verdad estaba tomando la decisión correcta? Se sentó en una banca del parque, observando a los transeúntes caminar bajo el sol suave del atardecer. Mientras tanto, su mente seguía debatiéndose entre el amor y la razón.

Zhongli sacó su teléfono con manos temblorosas, revisando los mensajes sin responder de su hermana, Ningguang. Había salido de su departamento de forma tan abrupta que olvidó cerrar la puerta y ahora ella estaba preocupada, pero al leer los mensajes se dio cuenta de que no solo estaba preocupada: estaba enojada. Había algo más detrás de sus palabras, como si supiera algo que él aún no había descubierto.

Lleno de duda, decidió llamar a Tartaglia. El tono sonaba una y otra vez, cada pitido aumentaba su ansiedad hasta que, finalmente, una voz familiar le contestó. Pero lo que escuchó del otro lado lo dejó en shock. No fueron palabras lo que escuchó, sino el sonido de risas y susurros. Tartaglia no estaba solo. Se oían los murmullos de otra persona, la risa de una mujer que Zhongli conocía muy bien. Era Lumine.

El mundo de Zhongli se quebró de nuevo. Su mano temblorosa soltó el teléfono, dejándolo caer al suelo. La esperanza que había sentido al salir de su casa se desvaneció, reemplazada por una dolorosa realidad que ya no podía ignorar. Las lágrimas empezaron a correr por su rostro mientras se quedaba inmóvil en la banca, mirando el suelo. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido, tan ciego? ¿Cómo había permitido que el amor lo cegara tanto, incluso después de todo lo que había pasado?

Sin decir una palabra más, colgó el teléfono. No tenía fuerzas para seguir buscando a Tartaglia, ni para enfrentarlo otra vez. Se levantó de la banca y comenzó a caminar de regreso a casa. Cada paso se sentía pesado, como si llevara el peso del mundo en los hombros.

Cuando llegó a su edificio, vio a Ningguang esperando afuera. Su expresión de preocupación se transformó en una mezcla de enojo y tristeza al ver el estado de su hermano.

—Zhongli —dijo suavemente, aunque su tono denotaba firmeza—, ¿lo has estado buscando, verdad?

Zhongli no pudo evitar sentir una punzada de culpa. Sabía que su hermana tenía razón, pero no estaba listo para admitirlo.

—N-Ningguang, yo...

—Zhongli, tienes que aprender a soltarlo —interrumpió ella, tomando su mano suavemente—. No es justo lo que hizo. Tienes que dejarlo ir.

El silencio entre ellos era casi insoportable. Las lágrimas empezaban a llenar los ojos de Zhongli de nuevo, pero intentaba mantener la compostura. Él quería creer que todavía había esperanza, que Tartaglia aún lo amaba. ¿Cómo podía simplemente dejar de sentir todo lo que sentía?

—Pero... yo lo amo... —murmuró, su voz apenas un susurro.

Ningguang suspiró profundamente, con una mezcla de tristeza y frustración.

—Sé que lo amas, pero eso no significa que debas seguir con él. Hermano, te está destruyendo. No me gusta verte sufrir así por alguien que no lo merece.

Zhongli se sintió acorralado. Sus palabras eran dagas que atravesaban su corazón, pero él no quería rendirse.

—¡Claro que vale la pena! —exclamó, su voz quebrada—. ¡Él vale la pena! Tartaglia... él me ama, lo sé. Solo está confundido. Si lo vieras como yo lo veo, entenderías... él quiere estar conmigo, no con ella. Solo está perdido.

Ningguang lo miró con tristeza, viendo cómo su hermano intentaba aferrarse a una mentira que ya no tenía sentido. Dio un paso hacia él y lo abrazó, sintiendo cómo sus lágrimas mojaban su hombro. Zhongli rompió en llanto, incapaz de contener el dolor que había estado reprimiendo durante tanto tiempo.

—No es justo... —sollozó, su cuerpo temblando en los brazos de su hermana—. No es justo... yo lo amo, y él me prometió que cambiaría.

—Zhongli —dijo Ningguang suavemente—, sé que duele. Pero tienes que entender que no todos los amores son para siempre. Y no todos los que dicen que cambiarán lo hacen realmente. No quiero que sigas lastimándote.

Zhongli se apartó ligeramente, limpiándose las lágrimas con la manga. Sabía que su hermana tenía razón, pero no quería aceptarlo. ¿Cómo podía dejar ir a alguien que había sido su todo?

—Pero... si lo dejo ir, ¿qué me queda? —preguntó, con la voz rota—. Él era todo para mí.

Ningguang lo miró con dulzura, acariciando su cabello como cuando eran pequeños.

—Te tienes a ti mismo, Zhongli. Y eso es suficiente. Eres más fuerte de lo que crees. Pero no te darás cuenta de eso hasta que lo dejes ir.

El silencio cayó entre ellos nuevamente, pero esta vez fue diferente. Zhongli comenzó a entender, aunque no quería. La realidad era dolorosa, pero no podía seguir aferrándose a una ilusión. Tartaglia lo había traicionado, y por mucho que lo amara, el daño estaba hecho.

—Zhongli... —la voz de Ningguang rompió el silencio—, ya es suficiente. Déjalo ir. Él no te necesita, y tú tampoco lo necesitas a él.

—Pero... —Zhongli vaciló—. Yo lo amo. ¿Cómo se puede dejar de amar a alguien así?

—No tienes que dejar de amarlo —dijo Ningguang—, pero sí tienes que aprender a amarte a ti mismo más. El amor propio es lo que te sacará de esta oscuridad, no él.

Zhongli asintió lentamente, comprendiendo cada palabra aunque el dolor aún lo ahogaba. Sabía que dejar a Tartaglia sería lo más difícil que haría, pero también lo más necesario. Ningguang tenía razón: Tartaglia ya no lo necesitaba. Y él, aunque no lo sintiera en ese momento, eventualmente podría encontrar la paz.

Con el tiempo, Zhongli entendió que el amor no siempre es suficiente para salvar una relación, especialmente cuando se ha roto algo tan importante como la confianza. Y aunque su corazón aún lo anhelaba, sabía que el camino hacia la curación comenzaba con dejarlo ir.

¿Es ella o yo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora