9. La infinita batalla del corazón

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Dime, destino, ¿qué es el amor? ¿Por qué duele tanto? ¿Por qué es tan complicado de entender? Si tan solo supiera amar, no sería un desafío constante, pero solo amé a una persona en toda mi vida. Aquel que fue mi todo, a quien confié cada rincón de mi ser y a quien entregué mi corazón sin reservas. Pero... no todos somos perfectos. Él me falló, no solo una vez, sino en múltiples ocasiones, y aún así, no puedo dejar de amarlo. ¿Por qué es tan difícil para mí? Tal vez porqude fue la única persona a la que amé de verdad... Quiero creer que sí. Destino, dime algo: ¿algún día podré amar de nuevo?


Recuerdo que me quedé dormido una noche, sumido en el mar de series románticas que había estado viendo, lágrimas aún frescas en mis mejillas. Desperté con la lluvia golpeando suavemente los cristales de mi ventana, como si el cielo llorara conmigo. Me levanté, sintiendo un nudo en el estómago, y al dirigirme hacia la alacena para buscar algo de comer, me di cuenta de que no había nada. Solté un suspiro de frustración. Debería haber hecho compras, pero todo lo que podía pensar era en la tristeza que me envolvía.

Al darme la vuelta para ponerme mis zapatos, me di cuenta de que mi paraguas había desaparecido. Era extraño, ya que siempre era tan organizado. Lo busqué por toda la casa hasta que lo encontré detrás del sofá, cubierto de polvo. Lo tomé y, tras asegurarme de llevar algo de dinero, salí de mi departamento, cerrando la puerta con un seguro que se sentía como una barrera entre mí y el mundo exterior.

Mientras caminaba bajo la lluvia, veía a parejas felices y familias riendo, y cada sonrisa que pasaba por mi lado era un recordatorio doloroso de lo que había perdido. Me perdí en mis pensamientos, sacudí la cabeza, intentando no dejarme llevar por la tristeza. Pero lo que realmente anhelaba era sentir el amor de nuevo. Ese deseo ardía en mi interior, como un fuego que nunca se apagaba.

A lo largo de mi separación, el pensamiento del suicidio había cruzado mi mente en varias ocasiones. No podía soportar la idea de vivir en un mundo donde él estuviera feliz con alguien más. Después de siete meses desde que me traicionó, seguía sintiéndome devastado. Sin embargo, dejé que las cosas fluyeran; mi hermana siempre estuvo allí para apoyarme. Ella era un pilar en mi vida, ofreciéndome su amor y sabiduría en medio de este caos emocional.

Los días pasaban, y la rutina se volvió monótona y desoladora. Recordar aquel momento seguía haciéndome sentir como si me arrancaran el corazón, y en mi mente surgían preguntas que nunca tenían respuesta. A menudo, me encontraba en mi cama, luchando contra la falta de motivación. La soledad se sentía abrumadora y, aunque intentaba encontrar consuelo en mi hermana, el dolor siempre regresaba.

-Zhongli, por favor, olvídalo. Te haces daño a ti mismo. Me duele verte así me suplicó Ninguang, su voz llena de preocupación mientras intentaba consolarme.

-No puedo... no puedo hacerlo... me duele mucho dejarlo ir-respondí, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a caer nuevamente. ¿Por qué ella y yo no? ¿Por qué? Fui insuficiente para él... Di todo de mí, ¿¡por qué me pasa esto!?

Antes de que Ninguang pudiera contestar, las lágrimas brotaron sin control. Me dejé llevar por el dolor que había estado acumulando durante tanto tiempo. Era frustrante llorar por alguien que, tal vez, no valía la pena, pero, en el fondo, sabía que lo amaba con todo mi corazón.

A medida que los días se convertían en semanas, mi sensación de vacío se profundizaba. Me faltaba algo, y sabía que era él. La resignación de dejarlo ir se mezclaba con el deseo de volver a tenerlo a mi lado. Había momentos en que me encontraba en la cama, con el corazón desgarrado y la mente atrapada en un ciclo de pensamientos oscuros. La desesperación me asfixiaba.

Era una mañana gris cuando decidí que necesitaba salir, alejarme de la prisión de mi departamento, aunque solo fuera por un rato. El aire fresco me golpeó la cara cuando salí a la calle, pero no fue suficiente para despejar la niebla que nublaba mis pensamientos. Caminé sin rumbo, mis pasos guiados por un impulso que ni yo comprendía. En algún lugar, dentro de mí, todavía había una chispa de esperanza.

Un día, después de revisar mis redes sociales, vi una foto de mi exmarido junto a su nueva pareja. El dolor que sentí fue agudo y desgarrador, como si un cuchillo hubiera atravesado mi pecho. Apagué el teléfono y dejé que las lágrimas fluyeran libremente. No podía soportar la idea de verlo feliz con alguien más. Esa imagen se convirtió en una pesadilla, un recuerdo que se repetía en mi mente sin piedad.

Esa tarde, tras un día interminable de tristeza, miré mi teléfono. Pensé en llamarlo solo para escuchar su voz. Pero mis manos temblaban y mi garganta se cerraba. Finalmente, me armé de valor y marqué su número, pero una voz femenina respondió.

-¿Hola? ¿Quién llama? -preguntó, y mi corazón se detuvo en ese instante. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que había cometido un error. Mis labios se apretaron, y tras varios intentos fallidos de hablar, finalmente logré articular:

-Lo siento... número equivocado -dije con una voz temblorosa antes de colgar, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Las lágrimas caían sin piedad, empapando mi rostro. No podía controlar el torrente de emociones que me abrumaba. Quería verlo de nuevo, incluso si eso significaba arriesgarme a ser destrozado una vez más.

-Tal vez... estás mejor sin mí... -mi voz temblaba mientras me acomodaba en la cama, mirando la pared, abrazando un viejo peluche que aún olía a él. Lo extrañaba tanto. Quizás era el momento de dejarlo ir, pero el dolor que sentía era un recordatorio constante de que el amor verdadero nunca desaparece.

La batalla en mi interior era constante, una lucha entre el amor que aún sentía y la necesidad de liberarme de este dolor. Cada noche, el insomnio se convertía en mi único compañero. A menudo, me encontré despertando de sueños húmedos y pesadillas aterradoras, donde lo veía sonriendo con su nueva pareja. Despertaba con el corazón en la boca, el pecho apretado y los ojos llenos de lágrimas. Esa sensación de pérdida era como un eco que resonaba en mi mente, un recordatorio constante de lo que había sido y lo que nunca volvería a ser.

Me sentía atrapado en un ciclo vicioso de autocompasión y desesperanza. A veces, la idea de rendirme y dejarme llevar por el dolor parecía más fácil que seguir luchando. Pero luego recordaba los momentos felices que compartimos, las risas, las promesas y los sueños que habíamos construido juntos. Todo eso se desvanecía como humo en el aire, dejándome con una sensación de vacío que nunca se llenaría.

Mis días se convirtieron en un juego de distracciones. Buscaba refugio en la música, el arte y las películas, intentando encontrar consuelo en los lugares donde una vez había encontrado felicidad. Pero cada vez que escuchaba una canción que había sido nuestra favorita, el dolor regresaba, intensificado por la nostalgia. Era un ciclo interminable que me consumía, y la lucha interna se volvía cada vez más feroz.

Quizás un día encontraría la forma de seguir adelante. Quizás podría encontrar el valor para dejar ir, pero por ahora, solo quedaba sumido en este océano de emociones. Sin embargo, en el fondo de mi ser, había una pequeña luz de esperanza que nunca se apagaba por completo. Tal vez un día aprendería a amar de nuevo. Tal vez un día podría perdonarme a mí mismo por el dolor que sentía. Pero hasta entonces, la batalla continuaría, y yo seguiría luchando en esta guerra silenciosa con mi propio corazón.

¿Es ella o yo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora