Cagaste, Freen Sarocha.

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Freen Sarocha.

Siempre me había gustado mi cuerpo y estaba conforme con él, pero suponía un problema para mí tener pechos más grandes de los que debería tenerlos a mis dieciséis años.

Había pasado muchas veces por esos incómodos momentos en los que tenía que soportar miradas lascivas desde adolescentes hasta hombres mayores. Y detestaba eso. Porque no tendría que acostumbrarme a algo así.

Incluso en ese momento que iba del brazo de mi hermano, tenían la audacia de mirarme de esa forma.

Sentía que se me calentaba la cara de la vergüenza.

— ¿Estás bien?

—Sí, andemos más rápido, por favor.

Íbamos de camino a una cafetería para vernos con la abuela, ya que milagrosamente estaba en la ciudad, porque siempre se la pasaba de viaje.

Tal vez la situación me habría molestado menos de haber estado en otro lugar, pero yo estaba simplemente en la calle andando como cualquier otra persona. Y odiaba que me mirasen por ello.

Por ese tipo de cosas terminaba matando personajes sin razón.

Llegamos al lugar y busqué a la abuela con la mirada, cuando la vi en una de las mesas cerca de las ventanas bebiendo una cerveza, se la señalé a mi hermano y fuimos con ella.

—No sé quiénes son ustedes, espero a mis nietos —Bromeó.

—Abuela, ya no da risa —Se quejó mi hermano.

Pfff, claro que sí.

Mi abuela, a sus sesenta años estaba más saludable y en mejor condición física que yo. Mientras ella se movía excelentemente de cualquier manera, yo me agachaba y me dolía la rodilla. A mis dieciséis.

Cada uno le dio un abrazo, y luego nos sentamos con ella en la mesa.

— ¿Ustedes que me cuentan? ¿Sus vidas siguen igual de aburridas?

Si, ella también disfrutaba más que nosotros.

—Freen ahora tiene un gato.

— ¿Un gato? —Amalia, mi abuela, hizo una mueca.

—Sí, y es precioso —Me apresuré a defenderlo.

—Es horrible —Contradijo mi hermano—. Es negro y se llama Bonbon.

—Buen nombre —Mi abuela se inclinó para chocar las cinco conmigo y yo le correspondí sonriendo.

—Por fin alguien con un poco de sentido común —dije.

—Ponerle Bonbon a un gato no es tener sentido común, tarada.

—Usted cállese —le dijo la abuela a Richie—. Freen es más madura que tú.

Él, casi en automático, frunció el ceño y se cruzó de brazos como niño pequeño. Yo no pude evitar reírme, lo que le indignó más.

—Mentiras. Puedo ser maduro cuando me lo propongo.

—Si eso te deja dormir bien, hijo, créetelo.

Por eso mi abuela me caía bien.

Estuvimos casi toda la tarde con ella, incluso me dejaron probar una cerveza, pero no me gustó en absoluto. ¿Por qué ellos me dejaron probar una cerveza? Bueno, no sé. Eran igualitos los dos. Yo era la única con cordura en esa mesa. O no.

Cuando estuve en casa, lo primero que hice fue buscar a Bonbon.

— ¡¡Bonbon!! —chillé, tan fuerte, que seguro escucharon los vecinos del piso de arriba.

¿Qué escribes? - Adaptación FreenBeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora