Prólogo

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La música resonaba en todo el lugar. Camila casi no podía escuchar sus propios pensamientos, pero no le molestaba al ser música pop de los principios del año 2000. De esa que se escuchaba en todos lados y que creció con ella. Después de todo, cumpliría los veintiún años en poco tiempo.
Con su padre se mudaron hace tan solo dos semanas. El papeleo con la universidad fue un gran dolor de cabeza. Tanto que pensó que no la aceptarían y tendría que empezar de cero con dos años completos perdidos de la licenciatura.
Ahora se encuentra en un país no del todo ajeno. Ha visitado Canadá un par de veces cuando era pequeña debido a que su madre es originaria de aquí, específicamente de Quebec. Pero no es lo mismo: el idioma, la cultura, la comida, las estaciones del año.
Empezar de cero.
Su madre... Esa mujer que se dignó a aparecer después de más de una década. La abandonó a los ocho y regresó a meses de cumplir los veintiuno.
¡Y su padre la aceptó como si los años no hubieran transcurrido en vano!
Meneó la cabeza alejando esos pensamientos. Definitivamente necesita averiguarlo y considerando que pasará muy poco tiempo con ellos, le será muy complicado.

— Camila, ¿quieres jugar?

Parpadeó varias veces regresando a la realidad. Su botella de cerveza seguía intacta frente a ella y observó a cada uno con los que había venido al bar.
Max Anderson, el chico que la ayudó a cargar sus maletas hasta la residencia, el día anterior. Phoebe Herrings, la chica que la recibió en recepción y que administra la residencia.
Robin Lynch, su compañera de habitación y que insistió en invitarla esta noche.

— Lo siento. ¿Jugar qué?

— Verdad o reto.

Frunció el ceño. Phoebe apretó los labios.

— Lo sé, Max no tiene buenas ideas.

— ¡Hey! Soy el Steve Jobs de esta generación —Phoebe le mostró su lengua de forma burlona.

— Es una forma de divertirnos mientras esperamos.

— ¿Esperar?

— Por Dylan —respondió el pelirrojo, Max—. Ya no debe tardar.

Ah, cierto. No serán ellos cuatro únicamente.
Camila recordó vagamente como Robin mencionó el nombre de ese tal Dylan mientras se maquillaba. Recorrió con la vista, la mesa en la que se encontraban. Cuando aparezca, se sentará frente a ella. Le tocará ser sociable sí o sí.

— ¿Juegas?

No.

— De acuerdo.

Su juego favorito no es. Era el más popular cuando estaba en la escuela y lo jugaban durante los recesos o en el bus de regreso a casa. Nunca participó como jugadora, sino como observadora y lo que veía y escuchaba, fue demasiado.
Ella jamás sería capaz de actuar de esa manera.

— ¿Verdad o reto? —le preguntó la chica de piel morena y trenzas africanas, Phoebe.

— Verdad.

— Sé sincera. ¿Qué pensaste de Max la primera vez que lo viste?

— ¿Perdón?

— Es un tarado, ¿cierto?

El mencionado golpeó levemente el hombro de la chica que realizó la pregunta.

— Está bien, de cada uno de nosotros.

Camila ladeó un poco la cabeza. Los tres esperaron por una respuesta. Parecían entusiasmados, salvo por Robin que su actitud de pocos amigos y cara de que odia el mundo entero, parece no cambiar.
Rascó su sien y aclaró la garganta. Para responder esa pregunta, deberá regresar al primer día en donde todo comenzó, pero no únicamente cuando los conoció, sino mucho más atrás.
Hasta ese aeropuerto.

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