— Preciosa, despierta.
Sacudió un poco mi brazo y abrí los ojos. Dylan sonreía y me acomodé en el asiento. ¿Cuánto dormí? Parpadeé varias veces para reconocer el lugar y ya estábamos frente a la casa de mamá. Me convertí en un saco de dormir, literalmente caí noqueada.
— ¿Ya llegamos?
— Así es.
Salí con un dolor en el cuello. Maldita tortícolis. El auto de mamá no estaba ahí y la casa parecía estar vacía. Les escribí un mensaje, pero no sé si será mi señal o la de ellos que no se envía por completo. Dylan bajó mi maleta y saqué la llave de emergencia que obtuve en mi cumpleaños. Toqué primero y efectivamente, nadie atendió.
— ¿Probaste escribirles?
— No les llegan los mensajes.
Si salieron, no quisieron dejar a Tylee sola en un lugar desconocido. Inserté la llave en la cerradura y, a pesar de ser la primera vez abriendo, resultó muy bien. Las luces estaban apagadas y observé el lugar en caso de ser una broma de mal gusto. Busqué el interruptor y encendí las luces iluminando toda la sala.
— Puedes dejarla en el suelo. Gracias.
Me quité el abrigo y los guantes para dejarlos en el mismo sillón donde Dylan dejó mi maleta. Me dirigí a él.
— Gracias por sacarme de la prisión, traerme y todo lo demás.
— No hay de qué.
Las heridas en su rostro ya no sangraban. Era más bien, sangre seca, pero igual debían limpiarse. Una infección es lo peor.
— ¿Puedes esperarme en el baño?
Asintió y pasó a mi lado. Busqué el banquito en la cocina que usa mamá cuando no alcanza la repisas altas. Lo llevé hasta el baño y lo hice sentar ahí. La tensión entre nosotros sigue y me estoy quedando sin opciones para solucionarlo.
Revisé el botiquín y ninguno de los medicamentos estaba caducado. Traté de encontrar la mejor postura y ubicación para limpiar las heridas, pero mi espalda siempre chocaba con algo. No quería sentarme en el inodoro.
— Quédate quieto ¿de acuerdo?
Empecé con los nudillos. O él estaba con hipotermia o yo estoy demasiado nerviosa. Los limpié con algodón y agua para proseguir con el agua oxigenada.
— No seas bebé —comenté cuando se quejó.
— Si fueras más gentil, no me dolería tanto.
Bien, acabo de mal pensar eso. Compartir habitación con Robin me está afectando las hormonas y el pensamiento. Apliqué el medicamento y me pasó la otra mano, las heridas eran menores y menos feas que la derecha.
— ¿Quieres el labio o la ceja?
Estiré el brazo para conseguir más algodón y un hisopo. Me golpeé la cadera y me quejé con palabrotas como buena latina que soy. ¿Por qué las puntas de estos muebles son tan asesinas? Pareceré mismo guineo en feria al terminar. Vertí un poco del medicamento en el hisopo y me acerqué, más bien mi rostro. Casi no podía ver su pupila. ¿Cómo unos ojos pueden ser tan azules? Deben ser alterados genéticamente.
Ya que él no quiso responderme, me decidí por la ceja. Limpiando el área, fue un corte bastante pequeño y no profundo.
— ¿Cómo estás con la escala del dolor?
— Menos cinco.
— Uh, perdone usted —bromeé y esbozó una sonrisa.
Miré a mi alrededor y terminé sentándome en la taza del inodoro. Parecía estable, de igual forma, traté de que todo mi peso no recayera sobre el mismo. Le indiqué que girara en mi dirección. Mis dedos hicieron contacto con su piel. Apenas el agua oxigenada hizo contacto; se estremeció.
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Aviones de Papel
Romance*ÚNICA REGLA PARA TI LECTOR: NO te enamores del protagonista* Camila Torres está en problemas. En graves problemas. Sabía que salir de fiesta era una mala idea y peor si era para celebrar el inicio de un nuevo año universitario porque ser social, no...