Memorias

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La noche no tarda en asomarse por la ventana

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La noche no tarda en asomarse por la ventana. El pequeño niño de tres años jugaba en la alfombra de su acogedora casa; era invierno, por lo que se podía ver la nieve caer lentamente, tanto que el pequeño contaba 1, 2, 3... 8 cada vez que un copo de nieve tocaba el suelo.

Cuando escuchó los pasos de su madre, se echó a correr para esconderse detrás de las cortinas.

—Nick, ¿Dónde estás, bebé?

El pequeño se cubría sus pequeños labios con sus dos manitas para no reírse y que su madre no lo encontrara. "¿Dónde estará metido?" pensó su madre.

A lo lejos se encontraba su padre, con el cabello negro peinado hacia atrás. El pequeño movimiento del niño lo delató, por lo que su padre supo de su escondite. Junto con su madre, ambos caminaron hacia él. Su madre abrió la cortina y su padre lo tomó de la cintura para darle vueltas. El pequeño reía por las vueltas y sus padres al verlo divertirse.

— ¡Ahí está mi pequeño travieso! —exclamó su madre, riendo.

Nick no podía contener la risa mientras su padre lo hacía girar una y otra vez. Al detenerse, el niño, todavía riendo, se abrazó a su padre con fuerza. Su madre se unió al abrazo, rodeándolos a ambos con sus brazos.

—Es hora de la cena, campeón —dijo su madre con una sonrisa cálida—. Vamos a la cocina.

Nick, aún un poco mareado por las vueltas, tomó la mano de su madre mientras su padre los seguía de cerca. La cocina estaba iluminada por la suave luz de una lámpara, y el aroma a sopa de pollo llenaba el aire, creando una atmósfera acogedora y familiar.

— ¡Mmm, huele delicioso! —dijo el padre, guiñándole un ojo a su esposa.

Nick se sentó en su silla alta, balanceando sus piernitas con emoción mientras su madre servía la cena. La familia disfrutó de la comida, riendo y hablando de pequeños momentos del día.

Después de la cena, se acomodaron en el sofá para leer un cuento antes de dormir. Nick, acurrucado entre sus padres, escuchaba atentamente mientras su madre leía con una voz suave y melodiosa. La nieve seguía cayendo afuera, creando un manto blanco y silencioso que envolvía la casa en una paz invernal.

—Y colorín colorado, este cuento se ha acabado —concluyó su madre, cerrando el libro con un gesto teatral.

Nick bostezó y se frotó los ojos, sintiendo cómo el sueño lo invadía. Su padre lo levantó con cuidado y lo llevó a su habitación, arropándolo con ternura.

—Dulces sueños, campeón —susurró su Padre, besándole la frente.

Con una última mirada a sus padres, Nick cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño, seguro y amado en su pequeño mundo.

La noche siguió su curso, protegiendo con su manto oscuro a la familia que dormía plácidamente en su hogar, mientras afuera la nieve continuaba cayendo silenciosamente.

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