El Rey Y Su Pequeño Príncipe. Rodrivan

Mujer

En una enorme habitación, Ilena de lujosos y costosos muebles, resonaba el llanto de un joven adolescente de cabellera cafe desordenada, sus
lamentos rebotaban en aquellas cuatro paredes. Intentaba callarlos hundiendo su rostro en aquel blando y suave colchón.

Su madre había muerto a manos de su padre y ahora su padre había muerto también, asesinado por su propio hijo. Rodrigo se sentía horrible, volvió a suceder, volvió a matar a una persona.
La primera vez había matado a una mujer, el acto más cobarde y del cual se había lamentado durante meses, pero esta vez había sido peor.

Matar a su propio padre, o al menos al hombre al que alguna vez consideró como padre pero a pesar de sentirse mal... en el fondo sentía que estallaba de felicidad, sentía que había vengado a
su madre, que se había vengado por lo que aquel hombre le hizo, a ella y a todas sus otras víctimas. Ese hombre merecía morir, muerto era la única forma en la que podía hacerle bien al mundo.

Si era así ¿Entonces por qué no podía dejar de llorar?
Decidió parar con ello y se puso de pie, limpiando las lágrimas de sus pecosas mejillas y tallando sus ojos. Se despojó de sus zapatos negros y caminó descalzo hasta el baño, donde abrió la llave de la
tina para llenarla con agua tibia, dejando caer algo de jabón para generar burbujas. Una vez con la bañera casi llena y con muchas burbujas. Rodrigo fue sacándose sus prendas una por una hasta quedar totalmente desnudo,
primero metió un pie al agua y luego el otro para después sumergirse hasta los hombros en la gran tina blanca. Cerrando sus ojos y disfrutando de la
sensación para intentar olvidarlo todo, una vez más.

Se dejó llevar por la sensación tan relajante del agua que perdió la noción del tiempo, sin darse cuenta que estuvo ahí como aproximadamente una hora, su piel ya estaba arrugada por haber
pasado tanto tiempo en el agua. Decidió que ya era tiempo de salir, lavándose y enjuagando bien su cuerpo en la ducha, salió del baño sintiéndose más limpio pero a la vez sucio psicológicamente.

El recuerdo de la sangre de su padre impregnada en su piel le carcomía y le hacía querer volver a llorar.

Alejando de su mente el pensamiento de que ahora era un huérfano, aprendiz de asesino y miembro de los yakuza. Se dejó caer en la cama con la toalla aún rodeando su cintura y cerró los ojos buscando conciliar el sueño.

Su respiración se fue calmando y sus párpados se fueron cerrando, haciendo que vea todo oscuro, cayendo en la profundidad del sueño. Yendo al único lugar donde podía descansar y alejarse de todo el sufrimiento, por lo menos
hasta volver a despertar y tener que afrontar su cruda realidad.

[...]

Unos toques constantes a la puerta de su
habitación hicieron que Carrera despertara de su profundo sueño. Se puso de pie y se dispuso a caminar hacia la puerta pero antes de abrirla se percató de que no llevaba ropa puesta se
sonrojó al darse cuenta de que casi sale desnudo afuera, caminó rápidamente hasta su vestidor de donde sacó unos bóxers negros y más ropa negra, vistiéndose lo más rápido posible ya que los toques en la puerta eran muy insistentes. Una vez vestido volvió a caminar hasta la puerta y la abrió dejando a la vista el pequeňo cuerpo de
Angie.

-Lamento si te desperté Rodrigi pero el señor Buhajeruk me mandó a traerte esta carta. Dijo que te la entregará de inmediato para darte el tiempo de
prepararte.