Capítulo 4

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Según mis cálculos hemos viajado toda la noche y un poco más, no hemos parado ni un solo segundo. La noche se arrastraba sobre nosotros, dejando tras de sí un manto de oscuridad que solo se veía interrumpido por la implacable luz de las estrellas. La travesía, lejos de aminorar, intensificaba su tormento, como si el universo mismo conspirara para prolongar nuestro tormento. Mi cuerpo, víctima de horas de inmovilidad y el frío nocturno, protestaba en dolores punzantes. Las piernas, entumecidas y acalambradas, contribuían a una sensación de agonía que parecía no tener fin.

De súbito, el transporte dio un brusco frenazo, y el sonido metálico resonó como un grito desgarrador. Los soldados se movieron con premura, y sus voces susurraban órdenes apresuradas, agitando aún más los ánimos atormentados.

—Es momento de que bajen, una a una, ¡no quiero disturbios o sufrirán las consecuencias! — vociferó un soldado con autoridad, un eco de amenazas que cortó el aire, presagiando el tormento que se avecinaba —. Les destaparemos los ojos para que puedan hacer sus necesidades, no queremos oler a mierda todo el camino.

Los sollozos de algunas mujeres se apaciguaron presas del miedo.

La venda que oprimía mi visión fue retirada, y la luz del día me envolvió, cruel y abrasadora. La mañana emergió sin piedad, desafiando mi percepción nocturna y revelando un panorama desolador. Éramos menos mujeres de las que imaginé en la penumbra de la madrugada; apenas 7 u 8 compartíamos este desgarrador destino. Mis ojos recorrieron el transporte, y al otro extremo distinguido a mi madre. Una sensación de alivio se apoderó de mí al saber que estaba cerca. Nuestras miradas se encontraron, compartiendo un anhelo silente por la seguridad mutua. Entre las mujeres, reconocí algunos rostros familiares, vecinas de nuestro barrio. La nobleza brillaba por su ausencia en este grupo de cautivas, salvo por Julia, cuyo rostro resplandecía claramente. Estaba unos metros más allá, despeinada y con los ojos enrojecidos por el llanto. Su mirada se cruzó con la mía antes de apartarla bruscamente.

Descendimos del transporte, siguiendo a las demás mujeres, escoltadas por los atentos soldados. Tras unas rocas, nos permitieron aliviarnos, aunque bajo la vigilancia constante de aquellos hombres armados.

—Podrías girarte, sé que somos prisioneras, pero mi vejiga no entiende eso y necesito orinar urgentemente. Mi vejiga y yo nos cohibimos si tenemos a un hombre armado mirándonos. — dijo sarcásticamente una mujer, desafiando con valentía la situación.

—No te hagas la graciosa. — respondió el soldado, haciendo una seña y girándose junto a su compañero. Admiré su valentía; nunca podría expresarme así, ni siquiera en estos momentos difíciles. Incluso respirar me cuesta en estos momentos

Examiné el paisaje que se extendía ante nosotros, un terreno desértico de arena y rocas. nada que yo hubiese visto con anterioridad. Lo que veo me hace pensar que estamos en el Reino de Solsticia, reconocible por sus vastas dunas y el calor asfixiante, como el que está haciendo en estos momentos. Una vez terminamos somos subidas nuevamente al transporte, ahora identificado como una especie de carreta sin caballos, con una carpa en la parte trasera, nos cubrieron nuevamente los ojos. Mi madre se sienta junto a mi esta vez y junto a ella se sienta Julia, nos tapan los ojos nuevamente.

El tiempo transcurrió, agotando nuestras fuerzas y acentuando la sed y el hambre. Es bastante obvio por la cantidad de tiempo que hemos viajado que nos dirigimos hacia Ashlar. Mi garganta seca, mi cabeza dolorida y mi estómago rugiendo eran testigos de la extenuante travesía.

—Toma y bebe un poco. — susurró un soldado destapándome los ojos y ofreciéndome una botella de agua.

—Gracias... — respondí, bebiendo ansiosamente. El agua fresca alivió mi sed y revitalizó mi cuerpo agotado. El soldado, un joven de unos 25 años, me observó con el ceño fruncido. Sus ojos eran tan claros que sentía que podía ver a través de ellos. Cautamente, pregunté si podía compartir con mi madre. Asintió, permitiendo que le destapara los ojos a ella. Mientras mi madre bebía, observé a las mujeres descansar, detalló cuidadosamente el lugar, reconociendo al soldado como el único que nos custodia acá atrás. Este me mira enojado esa es mi señal para que me vuelva a cubrir los ojos. Siento que le da agua a las demás mujeres y eso me tranquiliza, al menos no moriremos deshidratadas.

La Hija del MercaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora