Capítulo 20

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El día de hoy no está tan soleado como el día de ayer, el sol ya no transmite ese calor agradable, sino que está presente, pero el aire frío es el protagonista de hoy.

—Su Alteza la espera en su habitación —me informa Vivi desde la puerta.

—Bien, me cambio y voy —respondo, sentándome en la cama.

—No es necesario, quiere desayunar con usted ahí antes de que se preparen.

Asiento, poniéndome de pie y buscando mi bata para ponerla encima de mi camisón de dormir. Salgo de la habitación, bajando las escaleras y dirigiéndome hacia la habitación de Philip. Agradezco que sea temprano y que en los pasillos no se encuentre nadie.

Toco y este me deja entrar enseguida. Veo que en el centro hay una pequeña mesa redonda con el desayuno servido.

—Buenos días, mi sol —dice Philip con una sonrisa cálida, sus ojos brillando al verme entrar.

—Buenos días —respondo, sintiendo cómo mi corazón se acelera.

—Espero que tengas hambre —dice, guiándome con suavidad hacia la mesa y apartando una silla para que me siente.

—Un poco, la verdad es que no dormí muy bien —confieso, tomando asiento mientras él me sirve una taza de té.

—Lo entiendo —responde, tomando asiento frente a mí—. Es un día importante. Pero quería asegurarme de que comenzáramos el día de manera tranquila.

Sonrío, sintiendo una oleada de gratitud. Philip siempre sabe cómo hacerme sentir especial.

—Gracias, Philip. Eres muy atento.

Mientras desayunamos, Philip me cuenta una historia de su infancia, siempre sonríe cuando habla de sus travesuras y de como Vivi lo ayudaba a ocultarlas, pero su rostro de pronto se vuelve serio y melancólico, una sombra de tristeza pasa por sus ojos.

—Cuando tenía ocho años —comienza, su voz baja y algo distante—, mi padre decidió que ya era hora de que comenzara mi entrenamiento formal. No solo en combate y estrategia, sino también en la forma en que debía comportarme como futuro rey.

Le observo con atención, sabiendo que lo que viene a continuación no será agradable, nada de lo que tiene que ver con el rey Alph es realmente agradable.

—Mi madre intentó convencerlo de que era demasiado joven, que aún necesitaba tiempo para ser un niño. Pero mi padre no escuchó. Dijo que la realeza no tiene tiempo para la infancia.

Philip hace una pausa, mirando su taza de té como si buscara en ella las palabras adecuadas.

—El primer día de entrenamiento fue brutal. No tenía la fuerza ni la resistencia necesarias, y mi padre no mostró piedad. Recuerdo que me caí varias veces, y cada vez que lo hacía, él estaba allí para recordarme lo débil que era.

Mis manos se tensan alrededor de mi taza, queriendo consolarle pero sin querer interrumpirle.

—Hay un momento que nunca olvidaré —continúa—. Estábamos en el campo de entrenamiento, y después de horas de ejercicios, me desplomé, exhausto. Mi padre se acercó y, en lugar de ayudarme a levantarme, me miró con desprecio. ¿y sabes lo que me dijo?

—Lo miro atenta animando a que siga.

—Me dijo "Un rey no puede permitirse el lujo de ser débil, si no puedes soportar esto, no mereces llevar mi corona".

Philip levanta la mirada, sus ojos llenos de una tristeza profunda.

—Esa noche, fui a la habitación de mi madre. Estaba llorando, y ella me abrazó, tratando de consolarme. Le pregunté por qué mi padre era tan duro conmigo, por qué no podía ser como los padres de los otros niños. Ella solo me dijo que él tenía una gran responsabilidad y que quería que yo estuviera preparado. Pero incluso entonces, sabía que había algo más, algo más oscuro en su dureza.

La Hija del MercaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora