Prologo

4K 382 97
                                    

-México-

Observe a mi padre escarbando un hueco en la tierra,
su penacho rozaba con el suelo haciéndome cosquillas en los pies, pero no tenía ganas de reír.
Mi corazón estaba en profunda tristeza mientras observaba a mi Quetzal, Tekax, en la palma de mis manos, muerto.

- Déjalo caer aquí - mi padre apuntó al pequeño hoyo en la tierra.

No quería dejarlo ir, pero mi padre me tomó el hombro con suavidad, apoyándome para dar el paso.

Gentilmente lo baje y empuje la tierra para cubrirlo, algunas lágrimas cayendo por mis mejillas.

- Nada en esta vida dura para siempre - Azteca me hablo con esa serenidad y sabiduría que utilizaba para enseñarme algo nuevo.

La muerte era algo muy nuevo para mi mente de doce años.

- Pero yo si lo soy - murmullé - Y tu también.

- Si... Los dioses nos ha bendecido con este Don - me sonrió - Viviremos mucho tiempo y observaremos muchas cosas juntos.

- ¿Y a donde se fue Tekax, papá? - me apoye de su brazo, viendo la tierra.

- Tekax se fue a un lugar maravilloso... ahí se van todos los animales y personas que pasan por esta tierra...

- ¿Papá, nosotros a donde vamos? - mire su rostro, analizando su nariz aguileña y sus ojos verdes, que me miraban con amor y sentimiento.

Acaricio mi cabello, colocando una pluma de mi quetzal en uno de mis mechones

- No sabría decirte, mi rayo de Sol - me tomo la cara - Pero no debes de preocuparte por eso.

Fue la primera vez que tome conciencia de que yo no era como los humanos. Yo no tenía un lugar maravilloso a donde ir después de la muerte, por que no deberíamos de morir en primer lugar.

Cuando mi padre murió, los consuelos de la gente no servían de nada, por que no había nada que diera la esperanza de que lo volvería a ver.

La muerte se volvió algo que me atormentó durante toda mi vida, era como un Lobo acechándome, esperando para llevarse a la gente que amaba.

Por mucho tiempo, dejé que tomara control de mi, hasta que dejé de sentir miedo y empecé a disfrutar más la vida. Conociendo humanos muy agradables, viajando por el mundo, conociendo a otros como yo.

Pensé quizás, por un segundo, que la muerte no era tan mala, si la vida era tan hermosa.

Hasta que me metí de más, amando a mi gente como no debí de hacerlo.
Ese fue mi error, un error por el que pague un 2 de octubre de 1968.

Un día que yo pensé sería conmemorativo, el cual yo ayude a los estudiantes para organizarlo, todo para que acabara en Muerte.
Violencia y sangre, injusta y sin razón.

Los gritos hicieron que me adentrara a un edificio, en el que caí de rodillas sosteniendo mis heridas; al intentar cubrir a varios estudiantes, varias balas me dieron a mi. Lo único que me reconfortaba era saber que ellos estaban bien.
Escuché sonidos de hombres, pasos rodearme.
Sin darme cuenta, Gustavo Díaz Ordaz, la persona a cargo de mi, la persona que debió de proteger a su pueblo, estaba enfrente mío.
En lo más profundo de mi pecho, sabía que fue él.

"¿¡COMO PUDISTE!?" Grité con angustia, el dolor de mis cortadas hacían que me retorciera, mientras que el calor de la sangre recorriendo mi piel hacían que temblara del frío exterior.

Mire a Gustavo, su rostro no reflejaba nada, no sentía nada a pesar de lo que hizo. ¿Como podía él ser tan vil?.

Los cuerpos que me rodeaban sin vida me daban el recordatorio constante de la mortalidad, de que nadie era eterno... excepto yo.

- A partir de ahora, México, no eres más que una simple mujer - Gustavo pronuncio - Y pagaras por tus crímenes.

Mis ojos dejaron de fijarse en las manos y rostros pálidos y se fijaron en sus ojos

- ¿Crímenes? - tartamudee, todavía no recuperaba mis sentidos, no estaba del todo consciente de lo que estaba pasando - ¿Que crímenes?.

- Este - apunto a los estudiantes en el suelo - Tu los mataste.

- No.... No es cierto - negué con la cabeza - ¡TÚ LO HICISTE!.

- ¿Enserio? - me miro con pena - Eso no es lo que dirán los medios.

Suspire, soltando algunas lágrimas de frustración; me iba a incriminar por algo que no hice.

- No harías eso - negué con la cabeza.

- ¿Quien me detiene? - miro a los policías a su alrededor - ¿Tú me vas a detener?... México, eres una mujer.

Sentí todo el calor de mis heridas subir a mis orejas.

Si me iba a incriminar por algo que no hice, mejor le hago otra raya al tigre. Saque mi daga de mi calcetín, sin darme cuenta que el reflejo del jade alertaría a un policía, sacando su arma, apuntando a mi pierna y disparando.

Todo lo que hice después, es borroso en mi memoria, pero cuando se me aclaro la vista, tenía a Gustavo debajo mío, con la daga en su pecho y el cuello cortado, una escena bastante desagradable; lo había asesinado.

Me levante de su cuerpo, mirando hacia abajo, después mire a mi alrededor, policías estampados en las paredes y suelos, sangre chorreando de sus heridas.

¿Yo hice todo eso sin darme cuenta?,
¿Dios, que hice?.

Hui como un cobarde del lugar, pero estar cubierta de sangre no me hacía pasar desapercibida.
Policías querían detenerme, medios de comunicación me perseguían por la calle.

Después me di cuenta de como los noticieros me retrataban;
Yo era una asesina ante sus ojos.
Según ellos, yo maté a los estudiantes, yo organicé todo para hacer la masacre, yo fui la mente maestra.
Escuchar todas esas mentiras me enfurecía, me asqueaba, más cuando otros representantes se las creyeron.

Ante sus ojos yo había matado a mis propios ciudadanos, quería desmantelar mi gobierno para hacer una dictadura y quería dominar el mundo.
Esos eran los rumores que corrían sobre mi.
Yo era un monstruo.

No podía regresar al Castillo de Chapultepec, no podía ir al aeropuerto e huir del país, ¿quien me recibiría?, ¿Quien estaba de mi lado?, tampoco podía ir a mi casa, estaba rodeada de militares y policías para arrestarme.

Con lo poco de cordura que me quedaba, decidí que lo mejor era fingir mi muerte.
Quizás así me dejarían en paz, no me volverían a buscar, ni a hablar, estaría sola como siempre debí de estarlo.

Fui con personas que jamás creí contactar en mi vida, Narcos. Les implore que fingieran mi muerte, que hicieran algo para que todos crean que ellos me mataron.

Podía ver en sus rostros que me creían absolutamente loca, pero mis súplicas hicieron de las suyas.

Ahora el rumor era que yo estaba secuestrada, siendo prisionera de ellos.
La policía jamás metería las manos al fuego para salvarme, así que me dieron por muerta.

Quizás sea mejor que piensen eso.

Un tango de rivales Donde viven las historias. Descúbrelo ahora