CAPÍTULO IV

216 49 21
                                    

*Maureen*

El ardor en mi estómago disminuye con cada bocado que meto en mi boca. Asimismo, el picor de mis ojos parece calmar junto con este, aunque rápidamente vuelve, tras darme cuenta de la situación.

Oh. Diosa.

Quiero llorar.

Limpio mi boca con la gran túnica que me envuelve y suspiro exhausta. Otra vez ocurrió.

La pequeña cría de ciervo yace muerta frente a mí. No puedo evitar sentir un apretujón en el pecho al mirarla. He vuelto a matar.

Una pequeña gota de sangre se desliza por mí rostro y se suma al enorme charco rojo que decora el piso ahora. El llanto no tarda en hacerse presente y, al sentir un crujido entre las ramas, retrocedo con horror. ¿Me descubrieron?

Un alivio pasajero me recorre al notar que solo se trata de un ciervo adulto. Pero eso rápidamente se esfuma al notar que la criatura mira al cadáver frente a mí. Mierda ¿es la madre? De repente el estómago me pesa.

Esto ya ha pasado una buena cantidad de veces, sin embargo, cada vez que se repite me impacta de la misma forma; necesito carne, no la encuentro (últimamente escasea más), pierdo el conocimiento y, luego, aparezco así. Antes era tan fácil como comer restos dejados por otros animales. No necesitaba matar (ahorraba lágrimas y culpa). Sin embargo, hace un par de meses incluso eso se ha vuelto imposible. Solo hay huesos.

Retrocedo más y le brindo así espacio a la cierva para que olisquee a la que fue su cría.

"Lo siento" quiero murmurar, más sé que las palabras no saldrán. Desde lo sucedido en la Región de Excluidos no he podido volver a hablar.

De todas formas, aunque pudiera hacerlo, no me entendería. Pienso para mis adentros.

Doy una última ojeada al animal antes de alejarme del lugar y meterme en uno de los caminos ocultos dentro del frondoso bosque.

Miedo. Angustia. Ira. Extrañeza. Han pasado ya trece años desde que abandoné la región de excluidos y, desde entonces, esas emociones me han acompañado. No me he atrevido a salir de lo profundo de Silvebris desde ese momento. Sin embargo, a veces la necesidad supera el temor. Más de una vez me vi obligada a hurtar ropa en Bergentes, pues si bien tengo resistencia extra debido a mí condición, aún puedo morir de hipotermia. O eso creo.

Sea como sea, no soy ingenua, elijo cuidadosamente mis objetivos. Me colé a ese reino porque posee la menor seguridad. Infiltrarme ahí de noche ha sido algo bastante fácil. Basta con esconderme debajo de los carruajes que ingresaban a última hora con mercancías, y asegurarme de no ser vista.

Gracias a ese gran esfuerzo, ahora pose mi humilde atuendo de todos los días; una túnica marrón, cargada de tierra y polvo (ahora también tiene sangre), que me ha acompañado los últimos dos años. Botas de cuero (me quedan grandes), un pantalón negro (este me queda un poco corto en las piernas) y, finalmente, una camisa holgada que tiene un "pequeño" agujero en el frente.

Nada lujoso, claro está.

Por fortuna, todos los hurtos salieron bien. Sin embargo, nunca está mal ser precavida. Sé —y de primera mano— que me han buscado para matarme, sé que me han apodado Vastara, y que aún temen mi regreso. Me he enterado de todo, y eso solo me ha incentivado a encerrarme más.

Mi último acercamiento a la periferia fue hace ya unos meses. En ese entonces me crucé con un joven de aspecto humano, bastante blanco y pálido, he de decir. El chico me encontró en las cercanías de Vertet, mientras intentaba planear un futuro ingreso ilícito para conocer las akhnekas... Y a ella.

Silvebris: la llama eterna | HEREDES #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora