CAPÍTULO III

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*Olivia*

No puedo evitar contemplar mi reflejo en el gran espejo que decora mi habitación. Mis ojos verdes se encuentran más opacos que de costumbre y mi rostro cansado se encuentra marcado por ojeras bastante visibles. Los licántropos rara vez nos vemos en ese estado, pero esta semana particularmente no pude conciliar el sueño.

Hace tan solo unas horas Liam volvió a buscarme para notificar que había encontrado quien firmó la asistencia en el turno con Iris. Para sumar a la lista de desgracias, se trata de Conan Murphy, el hijo de Greta, nuestra cocinera del castillo.

Desde el ataque no lo han vuelto a ver, lo cual confirma nuestras sospechas de una presunta captura. Hemos dado aviso a la familia y puesto cartas en el asunto. También he desplegado un equipo de búsqueda (dentro y fuera del reino) para buscarlo.

Asimismo, he solicitado que se avise con urgencia al resto de reinos sobre lo acontecido. Teniendo en cuenta estos sucesos, es fundamental organizar una reunión con los demás reyes. No tiene sentido mirar a un lado y fingir normalidad, si los oscuros están de regreso, entonces debemos prepararnos para lo que se avecina.

Con gran pesar tomo un peine de marfil que se encontraba sobre una mesa de noche y empiezo a cepillar mi ondulado pelo negro. He de decir que está muy largo. Y es que, ahora que lo pienso, no recuerdo cuándo fue la última vez que lo corté. Ya casi alcanza mis caderas.

Suspiro y le doy unos últimos retoques a mi rostro, en un intento de disimular el cansancio. Si voy a ir a visitarla, al menos quiero estar presentable.

Salgo del castillo e inhalo el aire fresco que circula por el reino esta noche. Si bien hace frío, no necesito abrigo. La temperatura interna de nuestra especie nos brinda el privilegio de siempre estar cálidos.

Luego de unos treinta minutos, llego al inmenso campo de akhnekas. El brillo que emanan esta noche es bastante intenso.

Camino por el pequeño sendero hecho de piedra hasta que finalmente llegó a mi destino. Ahí, en medio de todas las resplandecientes flores púrpuras, yace la tumba de Agatha.

Una sonrisa triste es todo lo que puedo esbozar.

Todos las semanas intento venir a visitarla aquí... de hacerme un espacio para ella. Además, cada vez que puedo me encargo de mantener todo limpio y en forma. Podría pedírselo a otra persona, pero es algo que disfruto hacer. Aparte, pocos son quienes pueden acceder al campo de akhnekas, pues su entrada solo me es permitida a mí y a personas de confianza que fueron cercanas a ella.

Tras su muerte di órdenes de transformar el campo en su santuario. Ella amaba este lugar y, honestamente, creí que era un buen homenaje. Sin embargo, hacía ya un par de años que nadie más que yo venía a visitarla.

—No te imaginas lo mucho que te necesito ahora mismo —hablo en dirección a su tumba.

Las lágrimas amenazan con salir, más no quiero llorar, no me lo voy a permitir. No me serviría de nada en estos momentos.

Acaricio la piedra con suavidad, delineando con mis dedos el nombre tallado de la que fue mi mate, Agatha Ikene.

—Si Markus está de vuelta... Yo realmente no sé cómo soportaré más pérdidas —Contemplo la tumba con nostalgia.

Una risa seca sale de mi garganta tras unos minutos.

Estoy haciendo catarsis frente a una piedra. Es tan deprimente que incluso parece gracioso.

—Quizás deba empezar a hablar de mis conflictos con alguien —alcanzo a murmurar por lo bajo, antes de percatarme de un ruido extraño proveniente desde fuera de las murallas. Sería sutil y casi imperceptible para el oído de un humano, pero no para el mío.

Silvebris: la llama eterna | HEREDES #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora