CAPÍTULO XXIV

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*Olivia*

Estoy de vuelta en Vertet, Turim nos trajo hace un par de horas.

Aún tengo que hacer reposo, pero al menos es en mi propio hogar, lo cual es mucho mejor a estar en la aburrida habitación de Clarke. Además, como ya estoy mejor, puedo desplazarme a donde quiera, siempre y cuando no haga esfuerzos innecesarios.

Por ejemplo, ahora estamos en el cuarto donde está durmiendo Maureen. Yo estoy acostada en su cama, pues ella me la cedió, y ella a mi izquierda, en la punta. Cal y Milos, por otro lado, están a mi derecha, sentados en una silla.

Debo decir que si bien al principio fue estresante tener que renunciar a mis obligaciones, tener al trío acompañándome resultó ser algo divertido.

—Tu turno —Milos arroja la pequeña pelota amarilla en mi dirección—. Puedes preguntarle algo a quien sea.

Ah, sí, estamos jugando, fue idea del niño. Iris y Liam me prohibieron realizar cualquier actividad hasta terminar de sanarme así que tengo que adaptarme a esto.

El humano realmente nos extrañó, incluso nos exigió pasar más tiempo con él para compensar el "abandono y el daño emocional".

Empiezo a pensar que está apegándose demasiado a nosotras, lo cual no me molesta, claro está. Sin embargo, me entristece la idea de que, a excepción de Lianna, no tiene una familia que lo esté buscando verdaderamente. Es desolador que se sienta más seguro con nosotras, cuando nos conoce hace unas pocas semanas, que con su propio padre o madre, a quien nunca menciona.

—Oh, bueno —reprimo las ganas de dirigir todas las preguntas a Maureen, y empiezo por el cuervo—. Cal... ¿Qué... —¿Qué se le pregunta a un cuervo? —... semillas te gusta comer?

—Oh, vamos —Milos se queja luego de emitir un bufido.

—Aburrido —grazna el ave.

—Puedes hacerlo mejor, puedes preguntar lo que sea —Maureen dice, luce emocionada por el juego.

—Exacto, tienes que preguntar por aquello que te quita el sueño por las noches —Milos agrega.

—Oh, lo siento tanto por hacer preguntas aburridas —hablo con fingida molestia —. Algo que me quite el sueño... A ver, Cal —vuelvo a mirar al ave—. ¿De dónde nacen ustedes?

—¿Ustedes? —el cuervo repite mi pregunta.

—Claro, los cuervos parlantes —aclaro, él frunce el ceño.

—De huevos, Olivia —dice, como si fuera obvio.

Veo la molestia en el rostro del ave.

—¡Oh, vamos! ¿Así tan fácil? ¡Son cuervos parlantes! Deberían nacer de un volcán en erupción, o de una nube atravesada por arcoíris, no lo sé.

—¿Tal vez nacen de huevos dorados? —Milos interviene.

—Huevos. Solo huevos —grazna enfadado, como si nuestros aportes lo hubieran ofendido.

Maldito cuervo sensible.

—Quiero que sepas que me desilusionaste —digo, para arrojar la pelota amarilla en su dirección.

Quizás la lanzo —a propósito— con mucha fuerza, por lo que debe ir a buscarla.

—Milos. ¿Años? —Cal pregunta una vez que recupera la bola.

—Trece.

La mención de la edad me recuerda que aún no sé cuántos años tiene Maureen.

—Pareces menor —ella habla.

Silvebris: la llama eterna | HEREDES #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora