CAPÍTULO VI

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*Olivia*

Maureen.

Maureen.

Maureen.

El nombre no deja de resonar en mi cabeza.

La visión que tuve tampoco se había despegado de mi retina. Si cerraba los ojos podía revivir la escena.

Mi piel se eriza ante el recuerdo. Deslizo suavemente la esponja por mi cuerpo, en un intento de hacer que esta vuelva a la normalidad.

La situación me había quitado el sueño. Pase nuevamente la noche sin dormir, reviviendo el exacto momento en que Agatha prendía fuego al demonio que atacaba a la mujer y su bebé. Di vueltas en mi cama hasta que salió el sol y, entonces, me metí a la tina.

Llevo aquí veinte minutos mirando el techo y cuestionando mi existencia.

Tras un fuerte suspiro me decido a salir. Es egoísta ensimismarse en un momento como este. El pueblo me necesita, necesita que su reina esté firme.

Si tuve una visión, fue por falta de sueño. Esta noche dormiré mejor y todo estará bien. No más delirios, no más pensar en el pasado.

Me paseo por la habitación, tanteando la ropa dentro de los armarios en busca del conjunto del día.

Una sonrisa triste se asoma en mi rostro cuando me topo con mis vestidos. Deslizo lentamente la mano sobre estos, permitiéndome el volver a sentir la tela de las prendas que hacía tanto no usaba. Me detengo particularmente en uno de tonalidad vino.

Este es especial. Es mi favorito.

Aunque, a decir verdad, está cubierto de polvo y abandonado. Hace más de dos décadas que no lo uso. Sin embargo, he decidido conservarlo.

La última vez que lo usé fue en mi último baile con Agatha. Trae buenos recuerdos... y a ella le gustaba como me quedaba.

¡Oh, los bailes! En Vertet siempre se organizaron las mejores ceremonias. Empezaban al atardecer y acababan con la salida del sol. Todo estaba pensado para que incluso los vampiros —específicamente nuestros reyes y amigos: Khan y Ara— pudieran disfrutarla.

Ara, Agatha y Turim eran el alma de la fiesta, bailaban desde el principio hasta el final. Recuerdo cómo Khan observaba todo a lo lejos con vergüenza, mientras que Moris, el rey de Bergentes, bebía hasta terminar cantando encima de la mesa. Era un contraste maravilloso.

Iris y yo, por otro lado, reíamos hasta llorar mirando la escena completa. Claro que eso rápido se acababa, Agatha siempre aparecía en algún momento para arrastrarme al centro. Después de todo, ella sabía romper mi fachada rígida.

Eran épocas de oro, sin miedo, sin odio.

Un dejo de nostalgia se instala en mi pecho. Con rapidez retiro mi mano y me dedico a seleccionar lo que usaré hoy.

Verse bien frente al pueblo es necesario para dar seguridad. Sin embargo, al estar bajo tantos ataques no me siento segura, ni cómoda, usando vestidos. Es mejor estar lista.

Por eso, finalmente me decido por unos pantalones bombachos de cuero negro. Acompaño estos con una camisa del mismo color. De calzado elijo unas botas de cuero que llegan un poco más abajo de la rodilla y, finalmente, una capa en detalles dorados y tonalidad índiga que me cubren por completo.

—Elegante, pero dispuesta a pelear —murmuro por lo bajo, apreciando mi reflejo en el espejo.

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Silvebris: la llama eterna | HEREDES #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora