CAPÍTULO XXIX

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Advertencia de contenido sexual explícito. Si no te sentís cómodo leyendo, te recomiendo pasar al siguiente capítulo.

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*Maureen*

Luego de salir de la bañera, Olivia entró al cuarto de baño para hacer lo mismo. Desde entonces he estado sola en su habitación, paseándome envuelta en una toalla y pensando en qué rayos debería vestir. Si tenía prendas de ropa prestada, entonces ya no quedaba ninguna, al menos en buen estado. La que llevaba puesta antes está hecha un asco, por lo que ya no es una opción.

Inocentemente me acerco a su armario. Si tomo algo de ella no le molestará, ¿verdad? Espero que no, porque, siendo honesta, no tengo muchas opciones ahora mismo.

Abro el mueble con suavidad y observo todo. Un gemido de sorpresa se escapa de mi boca al apreciar las inmensas pilas de pantalones y camisas perfectamente acomodadas, y de los trajes y vestidos cuidadosamente colgados. Ella tiene demasiadas cosas. Elijo una camisa aleatoria de todas las que están ahí, es de color blanco y se ve bastante simple. Instintivamente la acerco a mí, para inhalar su aroma. Oh. Oh. Oh. Huele a Olivia.

Me la coloco sin dudar mucho más; abrocho disparejamente los botones e intento doblar las mangas. No me sorprende que las mismas sean mucho más grandes en comparación a mis brazos. Una pequeña risa se escapa de mí cuando, una vez que la coloco, noto que llega hasta mis rodillas. Me siento un gnomo.

—Realmente necesito ropa propia —es todo lo que alcanzo a murmurar antes de escuchar un ruido a mis espaldas.

Quizás me entretuve más de la cuenta intentando ajustar la camisa a mi cuerpo, pues nunca escuché a la reina llegar.

—¿Estás segura de eso? —habla con la voz ronca—. Creo que la mía te sienta bien.

Una risa nerviosa se escapa de mí.

Volteo con rapidez para ver a Olivia, haciendo que una de las mangas de la camisa que había logrado doblar caiga hasta abajo (¡Oh, vamos! ¿Tanto esfuerzo en vano?). ¡Realmente estoy desastrosa!
Sin embargo, a pesar de mi decadente estado, los ojos de la licántropa están de un verde oscuro mientras me observa. Puedo jurar que incluso hay un brillo predador en ellos.

La licántropa se encuentra apoyada en el marco de la puerta del baño. Noto que sigue cada uno de mis movimientos y que, contrario a lo que debería, no parece molestarle mi —cada vez más— acentuada torpeza. A juzgar por su expresión corporal diría que luce bastante divertida e interesada.
Mis ojos caen a su ropa: tiene una de las clásicas camisas que usa para dormir. Con la pequeña gran diferencia de que a ella sí le quedan bien. Esto último me recuerda que debo salir de mis ideas y volver al mundo real:

—Lo siento —murmuro apresurada—, debí preguntarte, pero no tenía nada más que ponerme —agrego mientras intento acomodar nuevamente la prenda. Realmente me entorpezco bajo su mirada.

Ella relame sus labios y avanza hacia mí. Instintivamente retrocedo. No sé qué se hace en esta situación.

—No lo sientas —deja las palabras salir con lentitud—, te queda bien.

Solo dice eso: cinco palabras. Cinco palabras que hacen que un cálido hormigueo se extienda por mi cuerpo. Ella se percata de esto, lo sé porque una pequeña sonrisa se forma en su rostro.

Bueno, no esperaba eso, pero no me disgusta. Adoro su atención aunque eleve mi nerviosismo a niveles exacerbados.

Cuando está a solo dos pasos de mí, dejo salir el aire de mis pulmones.

Silvebris: la llama eterna | HEREDES #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora