Pasamos el resto de la tarde sentados en la cama contándonos cosas el uno del otro, riéndonos como nunca y pasando un buen rato.
-¿Y cómo se siente estar a punto de reina?
-Al contrario de lo que pueda parecer desde fuera, no quiero serlo.
-¿Y por qué? Quiero decir, lo tendrías todo.
-No todo —digo de forma casi inmediata mirańdole a los ojos.— al menos no tendré que casarme con un hombre al que solo le importa el trono y tener herederos —confieso girando la cabeza hacia otro lado.
-No sabía que no va a haber boda real.
-Solo si mantengo ciertas condiciones con mi madre.
-Imagino que una de esas será fingir que te encanta la vida de la realeza.
-Una entre ellas, sí… Mi padre no quería que fuese Reina sabes —confieso tumbándome en la cama.— Desde que le anunciaron que yo no era un varón dejó de tratar bien a mi madre, pues su heredero era una niña. A mí nunca me trató bien… —hago una pausa intentando que mis lágrimas no escapen.— Mi madre pagó conmigo la frustración de haber perdido el amor de mi padre. A los seis años fue mi coronación a Princesa, mi padre me encerró en mi habitación durante dos días para que no me presentase, pero una doncella me encontró y me vistió. Cuando se enteró que me habían coronado entró a la sala e intentó tirarme por un ventanal delante de todos, aún así nadie hizo nada, ni siquiera mi madre, sólo una persona fue capaz de dispararle en la cabeza y así pude salvarme, esa persona me salvó la vida. Después de eso mi madre odia la idea de que yo vaya a ser reina y que yo tome las decisiones ya que me culpa de su muerte, así que pusimos unas condiciones.
-Nunca hubiera imaginado que tu vida podría ser así, es decir, la gente decía que tu padre estaba loco y que por eso te intentó tirar.
-Bueno, muy cuerdo no estaba, eso es cierto —digo sin evitar soltar una risa.
-¿Puedo hacerte una pregunta? —dice, yo asiento.— ¿Sabes quién lo hizo?
-¿Quién mató a mi padre? no, no lo sé. Pero me hubiera gustado agradecerle que me salvase la vida aquel día.
Nos quedamos un rato en silencio mirando hacia el frente.
-Te he contado muchas cosas sobre mí, pero no se nada de ti —rompo el silencio.
-No me gusta hablar sobre mí.
-Pues te lo ordeno entonces —exclamo acercándome a él.— ¿por qué te presentaste a la selección de soldados para ser mi guardián?
-Yo no quería ser soldado, pero mi padre lo era y mi madre murió así que no tenía elección.
-No te he preguntado eso Evan —le respondo confundida.
-Lo sé, pero no voy a responder a lo otro —me informa mientras se levanta. —Es la hora Abi, tienes que prepararte.
-Está bien —le respondo también levantándome.— Voy a darme un baño, quédate aquí si quieres, no voy a echarte.
Me dirijo al baño y me quito la ropa para meterme en el agua con burbujas. Después de estar unos minutos dentro voy a coger la toalla para salir, pero cuando toco el toallero no encuentro nada. <<La toalla está en la habitación>> recuerdo. Pero no puedo ir a por ella ya que Evan está allí. Así que decido llamarlo para que la traiga, se enterará fácil ya que el baño y la habitación se separan por una cortina. Escucho como se acerca a traermela.
-Aquí la tienes —me dice con la toalla en la mano y la cabeza completamente girada hacia otro lado para no verme.
-Gracias, había olvidado que las dejaron ayer limpias en la habitación.
Cojo la toalla y nuestras manos se tocan. Entonces los dos nos quedamos muy quietos, muy nerviosos. Me pongo la toalla y él sigue girado.
-Puedes mirarme, estoy tapada, tranquilo.
Se gira y me mira a los ojos. No había notado lo cerca que estábamos el uno del otro. Oigo su respiración acelerándose, sus ojos siempre vidriosos, su boca entreabierta… Mi mirada baja hacia sus labios y sube a sus ojos descontroladamente y los dos nos vamos acercando poco a poco, hasta que nuestras bocas se encuentran solo a milímetro de distancia. Cada vez se me hace más complicado separarme de él, evitar unir nuestros labios. Justo entonces se escuchan las campanas, esa es la señal de que han abierto las puertas y debo vestirme deprisa.
-Ya es la hora —digo decepcionada bajando la cabeza.
Entonces él me sujeta la barbilla y la sube hasta que vuelvo a mirarle a los ojos.
-No te preocupes, vas a hacerlo bien.
Tan solo si él supiera que no es eso lo que me atormenta…Un largo vestido rosa de volantes con mucho volumen y con corset de piedras. A pesar de no tener mangas, le añado unas redes de diamantes a mis brazos. Los zapatos son de tacón, del mismo tono que el vestido. Los pendientes son de la misma piedra que el vestido, largos y voluminosos. Por último el cabello, el cual llevo suelto con un recogido en trenzas de media melena.
Cuando ya estoy vestida es hora de bajar, así que me despido de Evan ya que a él no le permiten estar en el baile, solo en la puerta vigilando.
-Desearía no ir a ese baile —confieso tocando el brazo de Evan.
-Pero debes hacerlo, por la condiciones con tu madre —me recuerda mientras me toca la cara.— estaré en la puerta esperándote.
Algo dentro de mí ocurre cuando escucho esas palabras, no es como otras veces que deseaba besarle, es más bien como si quisiera abrazarle y decirle que ojalá pudiésemos repetir este día.Los dos bajamos juntos a la primera planta, dónde está la sala de bailes, pero sólo yo entro.
-Damas y caballeros, la futura Reina Abigail Driscoll.
Muevo la mano en forma de saludo girándome hacia todas las personas de la habitación.El acto del baile consiste en hablar con diferentes figuras reales que vienen de otros países, bailar con estas, y por último tener una cena real todos juntos.
Mi madre se acerca a mí junto con un hombre de unos treinta años.
-Hola hija, quiero presentarte al señor Elio Conti, príncipe de Italia —dice mi madre.
-Encantado Majestad —dice Elio sujetándome una mano y besándola.
-Bueno, os dejo que os conozcais —se despide.
Se sus intenciones, se que va a presentarme a gente, hombres, para que me sienta forzada a casarme, pero no va a conseguirlo, no puedo romper el trato ya que eso significaría atarme a un señor mucho mayo que yo y tener sus hijos.
-Así que príncipe todavía —le digo intentando que deje de mirarme con deseo.
-Si, mi padre no suelta el cargo, aunque no me interesa ser Rey de mi país.
-¿Y eso a qué se debe?
-Prefiero ser Rey de un país más grande, más poblado —dice antes de hacer una pausa.— quizás como este.
No soporto a este hombre, todo el rato con sus miradas e indirectas, es mucho mayor que yo, me da asco.
Le sonrio y dirijo la mirada hacia la puerta, dónde Evan se encuentra. Él no me quita los ojos de encima, pero no se ve celoso, se ve tranquilo, aunque algo triste.
-Espero que después me concedas un baile —confiesa Elio. Había olvidado que estaba ahí.— yo podría hacerte muy feliz, te daría muchos hijos. Ya que comprobado mi fertilidad.
Eso me hace retorcer la cara del disgusto.
-Mira Elio Conti, no me interesa para nada tu fertilidad, ni tus bailes, ni tu posición social —digo groseramente antes de irme hacia la zona de bebidas para coger un vaso de agua y dejar a este señor detrás.
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El Trato Real
RomanceEsta es una breve historia sobre dos enamorados que tuvieron un final trágico debido a las normas de la realeza.