Florecen de nuevo rosas y espinas, las rosas tan bellas como siempre, tal vez más incluso, estas son negras como el carbón, de ese negro brillante que asemeja al iris, casi reflejante, pero las espinas... las espinas no son las mismas. ¿Qué ocurre? ¿Son de las rosas, del rosal? No, alguien las ha puesto ahí, ¿quién? Más que de la propia planta, parecen cuchillos, espadas, lanzas incluso. Pareciera que me estoy volviendo loco, de no ser porque lo veo claramente, no son parte de ello, tienen mis huellas, ¿yo?
¿Por qué me evitaría acercarme a algo tan bello? Vas a dañarlas, vas a dañarlas, vas a dañarlas. Las anteriores me hirieron a mi, no yo a ellas. Fue una batalla sangrienta, hubo bajas en los dos bandos. Pero yo no lancé la primera piedra. Lanzaste la última. No fue para herir, fue por mi, por sobrevivir. ¿Como en todas las guerras no? La supervivencia al final es lo que prima cuando te encuentras rodeado de muerte. ¿Tienes miedo de que todas las rosas traigan desgracias? ¿De que la belleza traiga desgracias? Claro que si, solo tienes ese recuerdo de querer rosas y que ellas dejaran que te acercaras, solo para después atraparte entre cuchillos.
Tú has atrapado entre cuchillos, también has hecho y haces daño, deja de actuar como aquel que crees ser, y sé quien eres, sabes que has hecho daño y ahora tienes miedo de hacerlo. Sabes que te han hecho daño y ahora tienes miedo de que te lo hagan. Te crees perfecto y no lo eres, crees que puedes construir algo perfecto y no lo puedes hacer, siempre quedará un resquicio sin pulir al que mirarás avergonzado. ¿No va sobre ello? ¿No es acaso eso lo bonito? Querer esa flor con las plagas que le dañen, con las hojas que se le caigan, con las nuevas ramas que broten.
¿Tanto miedo tienes? Miedo, miedo, miedo, miedo, miedo... el miedo solo se basa en la supervivencia, en temer que algo te pueda dañar hasta el punto de acabar contigo, ¿siempre vas a tener este miedo? La alternativa es huir del jardín, otra derrota, otra derrota, otra derrota... ¿puedes con más derrotas? Miedo a las derrotas, miedo a las victorias, miedo a quedarte en medio. ¿Qué cojones quieres hacer? ¿No sufrir? Niño burbuja, niño burbuja, niño burbuja.
Un año, año y medio, casi dos años, en los que aceptaste el dolor día a día y te prometiste ser más fuerte, no volver a huir, y que las derrotas te hicieran más fuertes, hasta que vuelves al mismo campo de batalla y entonces te tiemblan las piernas. Miedo, miedo, miedo, miedo. Miedo a ella, miedo a que no comprenda, miedo a que... ¿se aproveche? ¿a que sea igual? Miedo a... ¿dañarla tu? ¿a no hacer lo correcto? ¿a no saber amar? Miedo...
Duele. Claro que duele. Cuando temes y amas algo a la vez, además de esas dos cosas duele, por la incertidumbre que tu alma procesa en esos instantes. ¿Qué es más importante: vivir feliz y arriesgarse, o vivir a secas? Miedo al miedo. Aceptar el dolor, caer en él, seguir adelante aunque duela, siempre has querido aplicarte eso y lo has aplicado en todo aquello que has podido y se te ha puesto por delante, sin embargo, cuando caminamos este camino, la más mínima astilla te hace caer al suelo y suplicar clemencia. ¿Por qué?
¿Miedo?