🔍🔍🔍 Capítulo 8 🔎🔎🔎

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Quisiera entrar al Club de Periodismo, solo para hablar con él. O quizás, solo para estar cerca de él. Me conformaría con eso.

Capítulo 8

Así como cuando te salva la vida el sostén de la madre de tu enemigo.

En el barrio Olaya, cerca de la calle 72, Eduardo llegó a su casa; de dos pisos, vidrios polarizados y un pequeño balcón con una puerta doble de cristal y barandas de metal. Abrió la puerta y lo primero que escuchó fue el sonido de lápices rozando hojas.

—¿Mamá? —llamó.

—En el comedor —respondió la voz de su madre, fuerte y clara sin necesidad de gritar.

Eduardo cruzó el pasillo decorado con fotos familiares, pasó a través de la sala decorada con diplomas, trofeos y premios y llegó hasta el comedor de paredes grises. Sus otros tres hermanos estaban sentados en la mesa de vidrio, sobre la cual estaban regados libros y cuadernos. Detrás de ellos estaba la salida al patío: una puerta doble de cristal por la que entraba la luz plateada de la tarde nublada.

—¿Cómo te fue? —preguntó su madre, sentada y dándole la espalda. Era una mujer delgada, de rostro duro, de piel canela y cabello negro y corto. Llevaba puesta una blusa marrón oscuro de poco escote y un pantalón de tela gris.

—Muy bien, madre.

—Me contaron lo de la prueba de atletismo. — Los dedos de la mano izquierda tamborileaban la superficie de vidrio de la mesa del comedor.

Oh. El corazón de Eduardo pegó un salto.

—¿Por qué no nos contaste? —La voz de su madre era contundente. El tamborileo de sus dedos era más rápido.

—No tenía relevancia, madre. Era una prueba sin importancia.

—¿Sin importancia? —Abruptamente, la mujer dejó de tamborilear la mesa—. ¿Sin importancia? ¿Te parece, Eduardo José? Tú siempre has sido el mejor en atletismo. Ganaste trofeos en primaria.

—Lo sé, madre...

—¿Qué te está pasando, Eduardo José?

—¿Madre?

—Últimamente te noto distraído. Ahora sales en las tardes, con esos del club de yo no sé qué cosa...

—Club de Periodismo —aclaró Eduardo.

—¡Lo que sea! —rugió su madre. El chico no veía su cara, solo su espalda, pero la imaginaba sus ojos echando chispas—. ¡Eso sí que no es de importancia! Quizás un club de matemáticas, de química, de robótica, pero... ¿Periodismo? Que tonterías. Tu rendimiento académico es lo que realmente importa. ¿Me escuchas?

Eduardo bajó la cabeza y asintió. Sus hermanos soltaron una pequeña risita burlona. Como si les diera placer atestiguar como él era regañado. Cristian, su hermano de 14 años era el que más parecía disfrutarlo. Con esos ojos saltones, llenos de burla y malicia.

Para Eduardo, sus hermanos eran más como una competencia, como piedras en el zapato, en vez de incondicionales amigos. Como se supone que deberían serlos en cualquier familia normal.

Pero ellos no eran una familia normal. Eran depredadores de conocimiento tratando de cazarse los unos a los otros. Siempre buscando la superioridad intelectual. Yo no lo sabía en ese momento, pero Eduardo sufría mucho. Sí, yo sé que él a veces me trataba como mierda. Sin embargo, de haber sido consciente de lo que él estaba viviendo, yo no hubiera sido tan duro con él desde el primer momento que interactuamos.

El Chico Milagro [Wattys 2023]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora