🥺🥺🥺Capítulo 17 🥺🥺🥺

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Los poderes de la sangre púrpura son fáciles de entender. Por lo menos para mí lo fueron. Una sola gota de esa sangre puede multiplicarse exponencialmente. Y no solo eso, puedo controlarla con mi mente. Darle forma y hasta endurecerla si me apetece. Le pregunté a mi señor Borya en donde había obtenido esos poderes. Me dijo que, en un campo de concentración en Polonia, se topó con un ser oscuro que respondía al nombre de Antumía. Una criatura cruel que se formó a partir de la muerte y el dolor de aquel siniestro lugar. Y desde entonces, mi señor Borya no solo puede usar su sangre púrpura como yo lo hago, sino que también puede manipular la mente de otras personas. Que increíble poder.

Capítulo 17

Así como cuando la que chica que antes te amaba ahora quiere matarte.

El puerto de Barranquilla era un lugar que estaba peligrosamente cerca del Distrito Especial. Esa cercanía suponía una ventaja para los demonios que se movían por la Boca del Infierno y que buscaban mercancías que llegaban a la ciudad.

Por eso la seguridad del puerto era tan densa. ¿Cómo podríamos infiltrarnos? Fácil, como todo en el país: con sobornos. La corrupción jugó a nuestro favor.

El sol estaba moribundo cuando llegamos a la entrada del Puerto de Barranquilla: . Ezequiel les pagó a unos guardias para que nosotros dos pudiéramos entrar en una furgoneta negra, con el profesor como conductor.

Un puerto es como un laberinto de enormes contenedores de metal. Todos de diferentes colores, lo cual le daba al lugar un look de tetris gigante. Encima de los contenedores, se alzaban estructuras delgadas de acero. Torres con garras que movían a las titánicas cajas de metal.

—Este lugar es muy grande—comenté.

—Solo hay que buscar el buque Aisea. Viene de Malasia.

La furgoneta serpenteaba entre contendedores de metal. Nos acercamos a la orilla con el rio Magdalena y voila. No fue difícil encontrar el buque. Era de color negro y el más grande de los tres que estaban anclados junto al muelle.

Ezequiel frenó y nos quedamos a la expectativa.

—¿Y ahora? —pregunté.

—Ahora esperamos. —Ezequiel sacó otra de esas inyecciones de líquido dorado, la clavó en su antebrazo izquierdo, presionó y el contenido entró a su cuerpo. Al parecer, mi maestro pensaba usar magia esa noche.

Esperamos por mucho tiempo. La noche cayó y el puerto se extendía ante nosotros como una cicatriz marrón en el corazón de la noche. Las luces parpadeantes de los barcos atracados parpadeaban débilmente, como los ojos vacíos de criaturas marinas durmientes en las profundidades. El viento ululaba a través de los mástiles de los barcos, susurros inquietantes que parecían lamentos de almas atrapadas en un eterno tormento.

La luna, pálida y fantasmagórica, arrojaba una luz espectral sobre el agua negra como el ébano, revelando sombras grotescas que se retorcían y se desvanecían en las sombras. Las gaviotas, en lugar de graznar alegremente, emitían chillidos agudos que resonaban como lamentos de ultratumba.

Esperamos y esperamos. Y cuando yo creía que no iba a pasar nada, vimos unas siluetas a contraluz que se movían con cautela entre los contenedores metálicos. Había unacamioneta Ford F-350, modelo de los años 80 y de color azul estacionada cercade los contenedores. 

—¿Esos son ellos? —señalé.

—Seguramente. —Ezequiel tomó una espada de la parte de atrás de la furgoneta—. Prepárate.

El Chico Milagro [Wattys 2023]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora