Prólogo

196 23 18
                                    


Cuento esta historia porque es mi deber. Porque nadie más puede contarla como yo.

Oliver Santos. El Ultimo Heredero.






Llegó a un punto en el que él podía verlo y escucharlo todo. Conocía el pasado, el presente y las posibilidades de lo que estaba por pasar. Confesó que recordaba nuestras vidas mejor que nosotros mismos. Incluso la de los sus enemigos. Nos dijo que él era quien tenía que contar esta historia, porque era su deber y porque nadie podía contarla como él.

Prologo

La espada cortó otra cabeza. Borya ya había perdido la cuenta de cuántos habían sido decapitados. ¡Zas! Otro tajo y otra cabeza que rodaba, dejando un rastro de sangre. Ríos desbordados de aguas carmesí cercenaban la tranquila aldea. Carmesí como el ocaso en el horizonte.

¡Zas, zas, zas! Cabezas caían sin parar. Al que llamaban El Heredero blandía su espada y más aldeanos cayeron ante la filosa hoja. A algunos Borya los conoció desde que era pequeño. Lo cuidaron, lo protegieron, le dieron de comer cuando estaba hambriento. Le dijeron palabras de ánimo en los días más difíciles. Ya no los volvería a ver. Ya no los volvería a escuchar.

Llegaron más soldados al servicio del Papa, aliados del Heredero. Sus caballos tronaron contra el suelo. Los jinetes aportaron sus filosas hojas, sus puntiagudas lanzas y sus flechas. Sus antorchas fueron lanzadas sobre las casas de madera, barro y paja. Las llamas se extendieron con rapidez y violencia. Ahora el olor a sangre se mezclaba con el olor a madera quemada.

No solo les bastaba con masacrar, también tenían que reducirlo todo a cenizas y humo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No solo les bastaba con masacrar, también tenían que reducirlo todo a cenizas y humo. Borya vio como El Heredero absorbía las ánimas de los caídos flotaban en el aire. Ese era un destino peor que la muerte. Cuando su gente moría, cuando sus corazones dejaban de latir, sus ánimas reencarnaban en otro cuerpo.

En cierta forma, ellos nunca fallecían. No del todo. No realmente.

Sin embargo, cuando el Heredero absorbía las ánimas y las encarcelaba en su cuerpo, ya no había esperanza para la reencarnación.

El pequeño Borya se lamentó por dentro. No podía gritar, no podía llorar; estaba escondido entre los arbustos del bosque junto a la aldea. Cualquier sonido podría alertar a los agudos sentidos del Heredero. Y entonces, ya no habría esperanza.

¡Zas, zas, zas! El mundo se movía a otra velocidad. Lento, lento, lento... Las cabezas volaron, las gotas de sangre salpicaron el suelo y las casas ardieron.

¿Dónde está mamá? Se preguntó el indefenso niño.

Él había corrido a esconderse cuando su padre, veloz, apremiante, lo alertó por la llegada del Heredero y las tropas del Papa que vio acercarse desde una colina.

El Chico Milagro [Wattys 2023]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora