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Giró sobre su lugar, dejando su chaqueta sobre el techo del auto, y se recargó sobre este, viendo a su humilde verdugo a un par de metros más allá, con su ceño fruncido y sus puños apretados: estaba molesto. Se veía casi igual de molesto que la noche que se había marchado, hacía meses atrás, sólo que ahora su cabello estaba desordenado y su ropa algo desaliñada, seguramente lo había estado pasando bien antes de haber recibido la nota.

"¿En serio crees que me importa eso que dicen de ti?" Preguntó de forma seria, viendo cómo era que sus palabras parecían golpear justo el centro del pecho de su amor. El silencio otorgaba en un momento como ese, más cuando el muchacho había desvíado su mirada para evitar que lo viera directamente.

"Siempre va a importarte lo que piense la gente... ¿Por qué crees que estamos en esta situación? ¿Ya lo olvidaste?" Se había acercado, como un animal temoroso que no dudaría en atacar si se veía a sí mismo en peligro. Una vez más estuvieron tan cerca como en las mejores noches de su intimidad, sólo que ahora parecía haber rencor, tal vez rabia, dolor... Escondiendo el amor.

"No podría olvidarlo aunque quisiera." Negó con su cabeza, sonriendo apenas. "Me destruiste con todo eso, no podría olvidarlo a no ser que tú me hicieras hacerlo... De otro modo, sólo reviviría el momento en mi memoria una y otra vez." Todo había sido complicado, confuso, enredado y tergiversado. "Sólo dime que es una mentira y te creeré."

Richard vio el dolor en aquellos ojos pardos que alguna vez le habían robado el sueño, y ahora, que sólo le robaban la tranquilidad. Su pecho subía y bajaba con rapidez, sin dejarlo respirar bien, o al menos no de la forma adecuada. Los recuerdos de esa noche volvieron como un huracán a su memoria, haciéndolo sentir débil, vulnerable, enojado.

"Dime que es una mentira y voy a creerte." Volvió a decir, llevando sus manos hasta el rostro que alguna vez había visto todas las mañanas al despertar. "¿Quién podría derribarte, si eres todo para mí?"

Sus rostros estaban tan cerca, sus respiraciones se mezclaban y confundían entre ellas, sus labios parecían rozarse y ambos conocían bien que esa era la perdición del otro. Richard fue más fuerte que su propio corazón, se obligó a sí mismo a apartar esas manos de su rostro, sintiendo el frío de su ausencia casi de inmediato, se apartó un par de metros, viendo a su amor desde ahí, como si así le dijera que eso era el fin de todo. Algo que George entendía muy bien, pero que no quería aceptar.

"¿Acaso vas a rendirte por lo que hablen los demás?" Preguntó con su voz algo grabe, viéndolo desde arriba hacia abajo, como si de pronto sintiera una corriente de ira envolver su cuerpo completo. "¡Pues que se enteren de una vez!" Exclamó, llamando la atención de algunas personas que pasaban por el lugar. "¡Yo jamás renunciaré al amor que tú me das!" Volvió a gritar como si así le dejara en claro a todo el mundo, a Richard, incluso a los perros callejeros cuál era su verdad. "Que se entere todo Londres si es necesario."

El ojiazul tomó todo el aire que pudo en sus pulmones para luego soltarlo, buscando confort en sí mismo, aunque se le hacía difícil cuando George acaba de gritar aquello, sin importarle las consecuencias, sin importar que es lo que podía pasar.

"No es una mentira." Escuchó de pronto decir, pero él ya lo sabía, sólo necesitaba escucharlo desde sus labios para seguir ignorando aquella verdad, a él no le importaba en lo absoluto. "¿Qué quieres que te diga?" Preguntó con pesar, acercándose una vez más. "¿Que no estoy casado hace cinco años, pero en los seis meses que estuvimos juntos me sentí como nunca lo hice con mi esposa?" Lo encaró, con sus ojos al borde de las lágrimas. "¿Que no puedo dejarla por estar contigo? ¿Que nadie puede saber de esto porque mi vida está acabada? No seas estúpido, somos adultos... Yo no puedo dejarla, y tú no puedes vivir escondido, no lo quieres, no lo necesitas."

Sus labios se apretaron un poco al haberlo oído, todo parecía ser igual a la última noche en que se habían visto. Él se había negado a mantener su amor escondido, pero también se negaba a dejarlo, mientras que Richard, se negaba a dejar vivir ese amor fuera de la clandestinidad y se negaba a romper su matrimonio por George, o más bien, por el amor que habían construido en la oscuridad.

"No me importa que todo el mundo sepa que soy tu amante." Confesó con una presión en su pecho. "Todo el mundo puede insistirme en que te deje, pero parece que yo sólo puedo amarte más." Jamás en su vida había creído que alguna vez eso le pasaría, que se enamoraría de alguien que ya tenía un dueño. "Aunque te desprecien, te condenen, te sentencien o no te acepten... Yo sólo puedo amarte más." Confesó.

"¿Te arrepientes de lo que puede pasar?" Su voz volvió a ser suave, como el pétalo gentil de una rosa que buscaba acurrucarlo. "¿Que dirá la gente?" Volvió a preguntar.

"Si es conmigo y para mí con quién tú quieres vivir ¿Qué me importan los demás?" George soltó una suave risita, casi como si todo aquello se tratara de una horrible sátira para el amor que había soñado toda su vida. Se estaba volviendo loco de sólo pensarlo, pero sólo pensar en una eternidad sin él lo volvía demente. "Déjala en algún hotel, yo te estaré esperando en casa." Fue lo último que dijo antes de haber dejado un suave beso en su mejilla en forma de invitación, antes de tomar su chaqueta y subirse al auto, encendiendolo de inmediato como si así pudiera escapar, al menos por unos minutos, de la situación que había creado y a la que se había sometido.

El ojiazul quedó parado en medio del camino, viendo cómo el auto se alejaba con una invitación que no estaría dispuesto a rechazar, iría... Aunque aquella fuera la última vez que se permitiría seguir a su corazón, no le importaba que ocurriera mientras recibiera la última gota de amor que el ojipardo sentía por él.

Someone Will Come [Starrison]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora