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Hace cinco años que su corazón se había roto para nunca más volver a unirse, en ocasiones, aún podía sentir el aroma de su perfume en el aire, o el calor de sus besos en su cuello. Los sueños, o tal vez pesadillas, eran constantes; eran tiempos en los que no podía conciliar el sueño por el recuerdo de su frustrado amor ¿Qué era lo último que había sabido de él? Se había marchado de Londres hacía tres años, no sabía a dónde, pero se había llevado todo con él... Su florería, había abandonado su hogar y lo había dejado vacío, no había rastro de él por los lugares en que pasaba, tan sólo existía su memoria. Había sido triste decirse adiós cuando más se adoraban, incluso las golondrinas se habían marchado presagiando su final.

Su matrimonio había sucumbido ante su tristeza, no había podido mantener el lazo con la mujer que se había quedado, y además, había perdido al amor de su vida; su única felicidad, o pantalla de esta, había sido el nacimiento de su hija... En aquel momento pensaba fielmente que era lo único que le mantenía con vida. La pequeña vivía con él, pues su madre, al parecer, no soportaba verla luego de su divorcio... O eso había dicho ella, pues los azules ojos de la niña eran iguales a los de su padre, siendo un recuerdo y un dolor en vida cada momento que la veía.

De su cabeza, los ojos color pardo de su amado no se habían borrado, menos aquel instante en que los vio por última vez, llenos de dolor y decepción, todo por culpa de él. Todo lucía triste sin su presencia, los mares de las playas se iban, los colores se teñían de gris y todo parecía ser soledad. Nada era lo mismo sin él, aquellos últimos años dolían más que los meses en que pasaron separados antes de su reencuentro que los llevaría hasta el final.

"¿Podemos ir al parque hoy?" Preguntó su hija mientras se colaba entre las sábanas de su cama. "Hay charcos de lluvia porque ayer llovió."

"Eso suena como un buen plan para hoy."

Había aprendido a ser padre sin ayuda de nadie, pues su ex esposa nunca había sido una muy buena madre durante lo que duró su matrimonio luego del nacimiento de la niña. Sus propios padres habían dado un paso al costado luego de su separación y ni hablar de sus ex suegros, desde el momento en que el divorcio había sido firmado, eran su hija y él contra el mundo.

Existían momentos en su vida en que creía ver a George, pero resultaba ser un engaño de su propia imaginación. Nunca lo había vuelto a ver después de que hubiera tomado la decisión de seguir con su matrimonio, no sabía que había sido vida desde entonces, sin el lucero azul de su ser que no lo alumbraba ya todo parecía oscuro, como si desde hacía años hubiera vivido su vida a tientas dentro de la oscuridad que lo había derrumbado en cuanto su amor se había enterrado. Todo era gris, incluso los rayos más fuertes del sol.

"Recuerda que si te mojas, me avisas y nos vamos a casa, no quiero que pesques un resfriado." Murmuró mientras acomodaba el gorrito de su hija sobre sus rubios rizos, gentiliza de los genes de su madre. "Ve a jugar ahora, yo estaré ahí sentado ¿Qué tienes que gritar si algo malo pasa?" Preguntó para asegurarse, como siempre lo hacía cada vez que iban al parque con su hija.

"Papi ayúdame." Respondió ella obedientemente mientras asentía con su cabeza una y otra vez.

"Muy bien." Le sonrió con dulzura antes de dejarla ir, sin darle la espalda para caminar hacia la banca que había elegido esa tarde, sólo para cerciorarse que estuviera segura meintras se alejaba.

Cuando ella estuvo lo suficientemente lejos, acomodó un cigarrillo entre sus labios sólo para así encenderlo. Lo extrañaba tanto que incluso había adoptado uno de sus hábitos como si así pudiera sentirlo cerca, a su lado, llenando sus pulmones y cada parte de su cuerpo, recordando el sabor de sus besos. Con cada calada podía saborear su dolor, a nadie que conocía la pedía compasión ni piedad por la tortura que era seguir viviendo sin él a su lado, nadie había sabido de aquello además de su propio recuerdo, pues la historia de ese amor se había escrito en silencio para la eternidad. Todo era difícil en ocasiones, pues los únicos comentarios que recibía eran lo triste que se veía desde hacía tanto tiempo, pero pese a que todos lo notaban, nunca escuchaban hablar del dolor que había causado en él su ida y a pesar que el recuerdo lo hería, sólo pensando en lo que fue su amor se ayudaba a vivir.

No había día ni noche que no pensara en él y en lo que pudo haber sido su historia si hubiese tomado las decisiones correctas en el momento correcto. Ahora estaba viejo, y su cuerpo parecía más muerto de lo que alguna vez había parecido, pronto cumpliría cuarenta y un años... Él pronto hubiera cumplido treinta y dos, sólo una pequeña risa escapó de sus labios en el medio de su soledad al recordar el único cumpleaños que pudo pasar con su amor. Su único y mísero regalo para él había sido quedarse esa noche entre sus brazos, con eso el muchacho se había visto pagado. Volvió a preguntarse que habría sido de él, de la sonrisa que siempre acompañaba su rostro y de los latidos de su corazón, aquellos que alguna vez le habían pertenecido.

Se levantó con rapidez de la banca cuando escuchó el grito de auxilio de su hija a lo lejos; apagando el cigarrillo y corriendo los pasos que la separaban de ella tomó camino para ir en su rescate, cada vez que la escuchaba gritar aquella alarma su corazón latía con fuerza, tenía tanto miedo a perderla, era lo único en la vida que le quedaba. Pocos segundos después logró dar con ella, estaba levantándose del suelo con ayuda, pero por sus rosadas mejillas corrían lágrimas de dolor, sus manitas estaban raspadas y su gorrito algo chueco sobre su cabeza, seguramente por la caída.

"¿Estás bien, cariño?" Preguntó algo agitado, arrodillándose frente a ella para asegurarse de que nada fuera además de un susto. "¿Qué pasó?"

"Me resbalé." Murmuró con pesar en su voz, pasando sus manos raspadas por sus mejillas. "Pero el señor fue súper rápido."

Hasta entonces Richard no se había percatado del hombre que estaba detenido a las espaldas de su hija, levantando su mirada hacia él sólo cuando ella lo había mencionado, un momento después de que, con un pañuelo, se encargara de limpiar con cuidado sus manitas. 

"Muchas gracias, a veces se emociona mucho cuan..." Quiso decir mientras se levantaba del suelo, llevándose a su hija en brazos, pero la sorpresa fue más grande que las ganas de agradecer.

Su corazón pareció detenerse, sus manos sudaron, sus mejillas se encendieron y su boca se secó al haber reconocido aquella sonrisa, esa silueta, aquellos ojos. Sintió que el mundo se le venía encima una vez más, pero sólo para quitar el peso que en esos cinco años había cargado con pesar sobre sus hombros. Su rostro se veía más maduro, su cabello estaba más largo, no sabía cómo, pero sin duda había crecido un par de centímetros. La sonrisa que había en su rostro no dejaba rastro de la decepción que Richard había visto la última vez que lo divisó. Su corazón pareció explotar y sus recuerdos volver a vivir, esta vez con color, lejos del dolor, tal vez más cerca de la esperanza.

"George." Susurró.

Fin.

Someone Will Come [Starrison]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora