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Ni siquiera se había molestado en cambiar su ropa, o esconder las gafas de sol en cuanto llegó a su hogar. Dejó las maletas en la sala y subió las escaleras en busca de su esposa, quería terminar eso cuanto antes posible, no quería que su amor lo esperara más de lo que debía. La decisión se encontraba cimentada en su cabeza, en el centro de su pecho y en la superficie de su piel, y sentía que nada en el mundo sería capaz de cambiar su parecer. A él ya no le importaba el qué dirán, quería lucir su amor con George por todo el mundo, que fueran amantes de verdad, y si todo el mundo se enteraba mejor sería para lo que él sentía y para el amor que, hasta entonces, habían formado y conservado en la clandestinidad.

Ya había recorrido casi todo el lugar en busca de la mujer que estaba dispuesto a abandonar, y cuando al fin la encontró, un suave suspiro escapó de sus labios con el sólo hecho de verla. La sonrisa que ella esbozó para él no fue ni la cuarta parte de la que le había regalado su amor en la playa hacía un par de horas atrás. Se puso de pie y corrió hacia él para poder abrazarlo... Incluso eso se sentía diferente, ni siquiera sus brazos rodeándolo de cariño sincero se comparaban a los del ojipardo que lo esperaba ansioso en Londres.

"No pensé que llegarías temprano hoy, no te esperaba hasta por la tarde." Le dijo con su suave voz, separándose para ver sus ojos.

"Creo que el día lo ameritaba." Soltó una suave risita nerviosa antes de haberse separado lo suficiente de ella, no sin antes dejar un pequeño beso sobre su mejilla en forma de saludo. "¿Nos sentamos? Te veías muy cómoda ahí."

Sarah no lo pensó siquiera antes de aceptar, y sólo en cuestión de segundos ya se encontraban sentados a un lado de la piscina que tenía su hogar, con el sol pegando fuerte sobre sus cabezas. Richard veía el agua brillar, y su reflejo golpeando la tersa piel de su mujer. Ya no estaba frente al mar con el muchacho que le robaba el aliento, y la realidad parecía estar cayendole sobre los hombros, aunque no suficientemente fuerte como para derribar su decisión.

"Tengo algo que decirte." Fue lo primero que dijo para empezar con aquel pequeño armagedón que le esperaba a su mundo de fantasía dentro de esa horrible realidad.

"También yo." Se adelantó ella antes de que pudiera continuar. "¿Te gustaría que lo dijera primero o prefieres contarme lo que ibas a contarme?" Preguntó con una sonrisa, estirándose lo suficiente sobre la silla como para alcanzar la mano de su esposo. "Creo que es una noticia que podría gustarte."

"Adelante, entonces." Decidió someterse a lo que ella podría decirle, pues así se aplazaba el lanzamiento de la bomba que le arrojaría, haciendo más tarde la explosión de todo lo que alguna vez había conocido.

Se arrepintió de aquello apenas unos segundos después de haberlo decidido. Su mundo sucumbió ante sí en un abrir y cerrar de sus ojos mientras escuchaba la alegre y emocionada voz de su esposa, casi lejana por el trance en que había entrado apenas había escuchado la buena nueva. Su respiración se deshizo en el interior de sus pulmones y su estómago se convirtió en un agujero ¿Tenía treinta y cinco años y se convertiría en padre por primera vez? Todo se había ido hacia el fondo del universo en cuestión de segundos... Tanto así que ni siquiera notó cuando ella dejó de hablar.

"¿Cariño?" Preguntó su esposa con aquella radiante sonrisa sobre sus labios. No sabía como, ni en que momento su mano había ido a parar a su vientre, o si había sido ella la que la había colocado ahí, como si así le dijera que todo era real y que no podría escaparse, porque ahora eran una familia y seguirían siendo tan felices como lo habían hecho hasta ese momento.

Se levantó de la silla en la que estaba sentado, intentando ordenar el volcán a punto de explotar que era su mente. Todo parecía dar vueltas a su alrededor, tanto así que en un momento se sintió perdido y perdió la noción de quién era y donde estaba. La divina ilusión de su amor con George había caído a un abismo al que no podría entrar a rescatarla, todo había sido un sueño que no se realizó... Sin su calor su alma moriría ¿Pero qué iba a hacer ante esa situación? ¿Que iba a ser de su dulce amor?

"Cielo..." Susurró apenas, volviendo a sentarse frente a ella, con una sonrisa en sus labios que parecía esconder todo su dolor y toda su desdicha. "Es... Es fantástico." Su voz temblaba mientras él esperaba que ella pensara que era por la felicidad y emoción del momento. "Mi amor, sólo de mí... Mi único amor." Murmuró antes de tomar su rostro y besar aquellos labios que no enviaban corrientes eléctricas al rededor de su cuerpo, que no le erizaban la piel, que no hacían su mundo estallar en colores.

Agradeció al cielo de haberla dejado hablar primero, pues en cuanto terminaron aquel beso, ella pareció olvidar que tenía algo que decirle también, y sólo pudo pensar en las manos de su esposo posadas en su vientre como si así lo protegiera. Pero nadie lo protegía a él porque lo que había soñado, no había sido suficiente como para reforzar su verdadero amor. Sentía que no podía más y que alma se le desgarraba al pensar que nunca podría, a la luz del día, disfrutar de las caricias y besos que sólo alguien como él podría entregarle. Su vida estaría sumida en el fracaso desde entonces, la divina ilusión de lo que alguna vez podrían haber sido se había roto en ese mismo instante, en el que pensaba como le diría a quién era el amor de su vida que no podrían ser felices juntos, al menos no fuera de la clandestinidad... Y de qué debía romper la promesa que le había hecho sin pensar en el futuro, sin pensar en lo que el destino podría llevarle.

Estaba perdido, y la ilusión de su amor lo estaba con él.

Someone Will Come [Starrison]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora