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Estaba aplazando la exteriorización de la decisión que había tomado lo más que podía, tanto que ya habían pasado casi tres meses desde que esta estaba tomada. No había noche que no pensara en como decírselo sin lastimarlo, pero esta idea parecía borrarse en cuanto sus labios se posaban sobre los de él, y luego aparecía repentinamente cuando escuchaba su auto partir fuera de aquel hogar para marcharse una vez más con ella.

En ese momento ambos se encontraban en el sofá de la sala de George, uno recostado sobre el otro, esperando a que las horas no se acabaran para que no tuvieran que separarse otra vez. Richard sentía la necesidad de gritar cada vez que debía marcharse, pero las ocultaba solo con una sonrisa y un beso en los labios de su amado.

"No me gustan los relojes." Susurró apenas mientras su mirada azul se fijaba en el reloj que colgaba en la pared más cercana a ellos, viendo cómo el segundero avanzaba con calma para darle paso al minutero. "Con cada hora que marcan siento que voy a enloquecer."

"No es como si fueras a irte para siempre ¿Verdad?" Preguntó con calma en su voz, intentando transmitirsela a él también a la par que acariciaba su cabello. "Siempre te vas cuando amanece, pero no nos queda sólo está noche."

Richard se elevó con una sonrisa en sus labios para poder verlo; sus ojos azules brillaban, sus mejillas estaban ligeramente rosadas por el calor que emanaba de sus cuerpos y el haber sido recibido por una sonrisa de su amante sólo lo hizo sentir mejor. Dejó un suave beso en su frente, otro en la punta de su nariz y un último sobre sus rosados y pomposos labios.

"Aún así su tic-tac me recuerda mi irremediable dolor." Murmuró contra su boca, sin poder tener la suficiente fuerza de voluntad como para no besarlos otra vez.

Se sentía tan bien entre sus brazos, tan bien con sus besos y caricias, que le era difícil pensar en otra cosa que no fuera el amor que le entragaba. No sabía en qué estaba pensando cuando se fue a enamorar de él... Tal vez en la forma tan animada en la que hablaba, o su encantadora risa, quizá incluso la forma en la que caminaba; aún no sabía bien que era lo que le había atrapado tanto como para aceptar vivir en esa situación, pero fuera lo que fuera, mientras más aceptaba la realidad de aquello, más se apagaba el sentimiento, razón por la que intentaba mantenerlo tan vivo como podía en ocasiones así.

"Quédate hoy." Pidió el ojipardo sobre los labios de su amado, viendo a sus ojos, buscando por algo que le indicara que no se marcharía. "Quédate hoy y mañana, haz que el reloj retenga el tiempo entre sus manos y haz esta noche perpetua." Susurró, llamándolo con su voz, intentando conquistar su emoción y su razón, sólo para que se quedara con él. "Ella no va a extrañarte."

El mayor sintió su respiración cortarse ante tal petición ¿Pero quién era él para negarse ante aquellos ojos color marrón que podían lograr ponerlo de rodillas en un segundo? ¿Por qué debía negarse al muchacho que todo le había entregado a cambio de sólo unas migajas de tiempo y amor? Se dedicaría a ser su simple servidor, al menos por esta vez, seguiría sus órdenes como el cristiano sigue el credo, como el peor pecador pide perdón.

"Me quedaré, pero tendrás que llevarme contigo a donde vayas, no pienso quedarnos aquí encerrados por cuarenta y ocho horas." Propuso con una sonrisa que hizo que los ojos del chico brillaran como los de un niño que acaba de ser mimado. "Vamos lejos... Por hoy y mañana ¿Qué dices?" Susurró, enredando su castaño cabello entre sus dedos. "Voy a llevarte al mar, y nos esconderemos ahí. No me importa si la policía comienza a buscarme por presunta desgracia o no." Concluyó con una suave risita, antes de haber abandonado un beso sobre sus labios.

"¿Harías eso por mí?" Preguntó de forma ingenua el muchacho, buscando algún atisbo de mentira en sus azules ojos.

"Con tal de que nunca te vayas de mí y con tal de que nunca amanezca, podría hacer lo que me pidieras." Confesó como nunca lo había hecho con nadie. Su esposa nunca había escuchado palabras como esas salir de su boca, pero con George era tan diferente... Su corazón se mandaba solo, y parecía sólo caminar en dirección hacia él, en ocasiones llegaba a incomodarle, sólo hasta que se encontraba con los labios del muchacho una vez más, y todo parecía olvidarsele.

Todo eso hacía la decisión de George más difícil, hace medio año atrás Richard jamás le hubiera dicho algo como eso, ni tampoco hubiera aceptado quedarse más de una noche con él. Todo era tan distinto a como era antes, él parecía distinto, no parecía la misma persona que una vez se había marchado para nunca más volver... Parecía quién estaba dispuesto a darlo todo por él, y eso parecía ser lo necesario desde su perspectiva, lo necesario para seguir recibiendo su amor.

Cuando el muchacho fue a parar sobre su regazo, con sus cálidos brazos envolviendo su cuello, supo que todo estaría bien, al menos por un tiempo, y eso era lo que necesitaba. No necesitaba preocuparse de su esposa mientras estaba con él, tampoco de su trabajo, era como una burbuja protectora que lo guardaba de todo aquello que hacía su vida más miserable. El chico era la estrella que alumbraba su ser, y eso le asustaba, sobretodo cuando sabía que a alguien más debería pertenecerle a ese cuerpo ¿Pero que iba a hacer ante tal situación? Se sentía perdido sin él, y su corazón parecía estar tranquilo resguardado en su amor.

"Yo sin tu amor no soy nada." Susurró de pronto sobre sus labios, tomándolo por sorpresa una vez más. "Sólo espero que los relojes me den más tiempo para demostrártelo."

El beso que siguió de sus palabras los llevó a ambos de vuelta a la vida en un santiamén. Entre sus manos tenían el amor que habían deseado toda su vida, pero todo era tan difícil y complicado, que ambos estaban asustados por lo que podría llegar a ocurrir... Pero en momentos así, cuando sus labios se unían para poder extraer el elixir de la vida del otro, nada ya les importaba. Sólo poder sobrevivir un poco más.

Someone Will Come [Starrison]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora