SERIAL KILLER Cap (3)

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Katherine

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Katherine.

Jack me dejó en la universidad y se fue a donde, según él, estaba su trabajo.

Pasaría por mí más tarde.

Las horas pasaron lentamente, como si fuera en cámara lenta, y no tenía energía para prestar atención a la profesora de Biología.

Solo me pasaba por la mente ese mensaje y el collar.

Ni siquiera recuerdo cuándo me quedé dormida en la mesa del salón. Mi sueño fue interrumpido por la profesora Verónica, quien me tocaba la cabeza con la regla como si le diera repulsión tocarme con la mano. Es que sí es muy chuchi.

—¡Katherine, otra vez?!— su tono era de disgusto.

—Perdón, profesora, no volverá a ocurrir.

—Sal de mi clase, niña— habló en un tono irritado combinado con chillón—es obvio que no te interesa mi clase, vete a casa o a donde quieras, pero no te quiero aquí.

No dije nada, tomé mis cosas y salí del salón acompañada de las miradas de los demás alumnos. Me dirigí a la dirección y toqué dos veces la puerta con mis nudillos.

—Adelante—sonó la voz detrás de la puerta.

—Hola—dije un poco avergonzada.

—Tome asiento—El director señaló con su mano el asiento del otro lado del escritorio.

—No me diga Kathy que otra vez se durmió.

—Sí, lo siento señor Andrus, no volverá a suceder.

—¿Estás teniendo algunos problemas en tu casa? Te noto cansada.

—No, claro que no—agregué rápidamente, lo que menos quería era que llamaran a Peyton.

—Bueno, Katherine, sabe que nos puede contar cualquier cosa que le suceda, no queremos que una de nuestras mejores alumnas decaiga con sus notas.

—Gracias—solo pude decir.

—Puede irse a su casa a descansar y mañana regrese como la Katherine que conocíamos, buena y aplicada.

Sonreí forzosamente y me retiré.

Recogí mis cosas del casillero y salí de la universidad.

Apenas caminé un corto trayecto, una voz me hizo frenar en seco. Por un momento me asusté, iba tan metida en mis pensamientos que no reconocí al portador de la voz.

—¡Katherine! ¿Acaso tienes los oídos tapados?

Me quedé mirándolo sin reaccionar.

—¡Hola! ¡Aquí la tierra, nena! ¿Qué sucede contigo?

—Perdón, Benjamín, es que no te escuché.—inventé una mentira nada creíble.

Me miró con una cara de:

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