2. Dia 1

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Dumbledore se encontraba en su despacho, frente a su pensadero. Había registrado a fondo lo que restaba de la casa de Snape, pero aparte de los recuerdos, no había encontrado nada más.

Esas frágiles botellitas eran lo único que tenía, pero le parecía muy poco probable que Snape le hubiese dejado pistas acerca de lo que había pasado. Resignado, miró de cerca los frascos, preguntándose por dónde podría empezar.

Para su sorpresa, vio que los recuerdos llevaban colgados unas etiquetas, marcando la época de la que debían proceder, y no le resultó muy difícil encontrar al más antiguo de todos. Por la fecha, Dumbledore dedujo que debía ser el primer recuerdo de Snape, y un poco intrigado, lo derramó en la vasija de piedra.

Se introdujo en los recuerdos, y tras la acostumbrada caída y los segundos de mareo, Dumbledore se encontró en lo que debía ser el jardín trasero de la casa de los Snape. Comparado con los bonitos y cuidados jardines de los vecinos, aquel era seco, sucio y estaba lleno de basura.

Al instante se dio cuenta de lo impreciso que era ese recuerdo. Todo a su alrededor se veía gris y borroso, excepto la figura del pequeño niño que estaba sentado en mitad de la mugre. El joven Severus debía tener tres años, y era bajito, muy flaco, y parecía desnutrido. Aunque él sí aparecía nítido y en color, apenas resultaba favorecido, ya que el pelo largo y grasiento, la cara manchada y la ropa grande y vieja que le cubría no le daban muy buen aspecto.

Su madre, Eileen Snape, estaba cerca de él, tendiendo la ropa. Ella también aparecía muy nítida, y en color, y Dumbledore notó que era mucho más guapa en los recuerdos de su hijo de lo que había sido en la vida real. 

Dumbledore se acercó al pequeño, y vio que el niño Severus jugaba con un par de piedras. Las arrastraba de un lado a otro, haciéndolas chocar de vez en cuando, mientras que con los labios fruncidos producía un pequeño zumbido, imitando el sonido de los coches que pasaban junto a su casa.

Entonces, el niño Severus levantó las manos, y las piedras continuaron chocando entre sí, sin que él las tocara.

–Mamá, mamá, mira –gritó. Eileen se acercó para mirar, y su cara se iluminó al ver lo que ocurría. Su hijo era un mago. Pero su alegría se esfumó de repente, con la llegada de un tercer personaje: Tobías Snape.

Aquel muggle, dentro del recuerdo, era mucho más grande, terrible y amenazador de lo que en realidad había sido, demostrando la imagen que su hijo tenía de él: un hombre al que había aprendido a temer. Tobías arrugaba su nariz ganchuda a la vez que se acercaba a ver lo que ocurría, y su reacción fue totalmente opuesta a la de su mujer. Su cara se contrajo de furia y miedo.

–¡Tú! –masculló, congestionado– ¡Tú también!

–Tobías, por favor...

El hombre levantó la mano, para golpear a su hijo, pero Eileen se interpuso. Tobías no se amilanó ante ella, pero al ver que alguno de los vecinos le miraba, cogió con rudeza el brazo de su mujer, y la arrastró dentro de la casa, donde nadie podía verles. No dejaba de insultarla.

–...un maldito monstruo, como tú, zorra...

Se oyeron golpes y gritos dentro de la casa, y su volumen y claridad eran estremecedores. Snape recordaba aquella escena perfectamente, aunque él, siendo un niño pequeño, se hubiera quedado fuera, en el jardín, llorando...

***

...El recuerdo del pensadero se estremeció, y giró alrededor de Dumbledore, revelando que había un cambio de escena. Cuando la imagen se aclaró, era mucho más colorida que la anterior, aunque el niño Severus no fuese mucho más mayor que antes. 

Esta vez, él y su madre estaban dentro de una casa, mucho más iluminada y limpia que la suya. El pequeño Severus, vestido esta vez con ropa limpia, aunque desparejada, jugaba en el suelo con una niña de su edad, y un poco apartada, Eileen, con su cara magullada, hablaba con otra mujer.

–Ya te he dicho que no es nada, Glenda, me caí por las escaleras –decía.

–Ya, claro ¿Pretendes que me lo crea? Querida, no eres la única a la que le pasa, pero debes ser valiente y revelarte contra él.

–No puedo... –Eileen bajó la voz, hasta convertirla en un temeroso susurro–. No tengo a dónde ir. Mis padres no quieren saber nada de mí desde que me casé con un... con Tobías. No he logrado que respondan a mis cartas.

–¿Por qué no te presentas en su casa y te llevas a Severus contigo? Deberían ablandarse al ver a su nieto...

–¡Mamá, mamá! ¡Severus lo está haciendo otra vez! –gritó la niña, y Dumbledore se fijó por primera vez en ella. Tenía el pelo lacio, de color cobrizo, y sus ojos eran grises, como los de su madre. El motivo del escándalo era que Severus estaba levitando a un palmo por encima de la alfombra.

Dumbledore reconoció los signos de la magia descontrolada en menores de edad. Los niños pequeños apenas podían decidir cuándo usaban la magia y cuándo no, y Severus, que vivía en una casa donde la tensión y el miedo estaban a la orden del día, era una auténtica bomba de relojería.

El mago comprendió que era un auténtico milagro que no hubiese prendido fuego a la alfombra o hecho crecer hojas de las patas de las sillas. Eileen palideció de forma visible, y se quedó sin saber qué hacer, pero Glenda supo mantener la calma.

–Mary-Anne, esas cosas pasan. Severus no lo hace a propósito. Es como cuando tú andas en sueños, cielo –dijo con dulzura, mirando a los dos niños. Eileen abrió la boca a más no poder. Estaba sorprendida, y abochornada.

–Glenda, lamento todo esto, nosotros...

–Querida, no pasa nada, hay cosas peores –Glenda sonrió–. Después de recibir las explicaciones pertinentes, una no se asusta tanto –entonces se rio–. No como cuando yo vi que apagabas ese fuego como... bueno, como arte de magia.

–Creo que eres la muggle más comprensiva que conozco –susurró Eileen, agradecida.

–Me lo tomaré como un halago –sonrió ella–. Ahora en serio, Eileen, deja a tu marido de una vez. No puede ser peor que el mío.

–¡No me atrevo!

–Querida, te lo digo por experiencia, esto va a ir a peor. Un día atacará a tu hijo, y tú no podrás pararlo ¿Sabes que ese malnacido intentó pegar a mi Mary-Anne?

Pero los niños reían ahora, ajenos a la conversación de sus madres. Dumbledore vio cómo Severus tocaba una canica, y ésta se iluminaba con luces de colores. Mary-Anne se reía encantada con el truco, y ya no le tenía miedo. Pero la diversión les duró poco, porque las mujeres se habían levantado y se estaban despidiendo. Eileen llamó a su hijo.

–Vamos, Severus, dile adiós a la señora Collins...

¡Collins! Dumbledore sufrió un sobresalto, y miró a la niña, quien en ese momento le daba un beso a Eileen. Mary-Anne Collins iba a morir asesinada por su compañero de juegos.

***

El recuerdo se volvió borroso y giró de nuevo alrededor de Dumbledore, pero las demás escenas eran del mismo estilo a las que ya había visto: peleas en casa de los Snape y tardes tranquilas en casa de las Collins. Dumbledore tuvo ocasión de descubrir que cuando Eileen tenía que ir al hospital, era Glenda Collins la que cuidaba del pequeño Severus, y que el niño siempre buscaba la ocasión para hacer magia de forma inocente, delante de ellas.

"Eran tus amigas. Tú las querías"

Cada vez que el recuerdo reflejaba a las Collins, este estaba lleno de color, al contrario de las escenas oscuras y siniestras que ocurrían en casa de los Snape. Allí, el pequeño Severus sólo había vivido violencia, estallidos de magia incontrolada y miedo, mucho miedo.

Cuando Dumbledore salió de aquel primer recuerdo, se sentó en su sillón, sintiéndose muy cansado de repente. No lograba comprenderlo. Las Collins, madre e hija, habían sido un refugio para Eileen y su hijo. De hecho, Snape las recordaba de una forma especial ¡Había sido feliz junto a ellas! Entonces ¿por qué? Él tenía un vínculo con Mary-Anne Collins, un vínculo de amistad ¿Por qué razón la había matado?

–¿Por qué, Severus? –murmuró. 

Recuerdos de un mortífago (Severus x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora