10. Tres años después

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En el despacho circular, los extraños cachivaches tintineaban suavemente, mientras el fénix se acicalaba sus plumas. En la chimenea, se extinguían los restos de una carta que nadie más debía leer, pero la fotografía que la acompañaba no se había destruido. De hecho, el viejo director aún la sostenía entre sus dedos, contemplándola a la luz de los rayos del atardecer que se colaban por la ventana.

Podía ver a una joven pareja y a una niña pequeña. El hombre tenía el pelo corto, de color castaño, y mostraba una prominente nariz. La mujer que estaba a su lado sonreía de forma deslumbrante, apartándose el pelo rubio de la cara. La niña, en cambio, lucía unos impactantes ojos grises, que contrastaban con su brillante pelo negro. De fondo se veía el mar, pero no había ninguna señal que indicase dónde se había tomada la imagen.

Dumbledore suspiró. Tres años eran mucho tiempo, sobre todo para unos exiliados que procuraban llevar una vida normal. O al menos, todo lo normal que se podía desear.

El hombre de la foto frunció el ceño de una forma muy característica cuando la niña se revolvió, tratando de escapar de entre sus brazos. El director sonrió; había cosas que no se podían cambiar, por mucho que se las disfrazara.

Sin embargo, tuvo que guardar la fotografía a toda prisa cuando un fogonazo verde iluminó la chimenea. El auror Kingsley Shacklebolt se asomó por ella. Su expresión delataba su ansiedad y su nerviosismo.

–Les han encontrado, Dumbledore –informó–. Les llevan directamente a la Sala.

–¡Por fin! –exclamó el director, poniéndose en pie con energía.

Siguió al otro a través de la chimenea, y ambos llegaron hasta el Ministerio de Magia. Aún no había periodistas agazapados junto a las chimeneas, pero no tardarían en aparecer. De momento, el que parecía estar esperándole, y muy nervioso, era el Ministro de Magia.

–Dumbledore, ha sido tal y como dijiste –le informó, aunque su aspecto contrariado indicaba que ni el mismo se creía lo que estaba diciendo.

–Llévame ante ellos, quiero verlos –Dumbledore no tenía tiempo ni ganas de vanagloriarse, lo que quería era que todo terminase cuanto antes. 

Siguió al Ministro y a Shacklebolt hasta los ascensores, y junto a ellos descendió hasta la planta donde se celebraban los juicios. Era tal la importancia del evento que los jueces estaban siendo convocados a toda prisa, e iban llegando a la carrera por los pasillos.

Desde hacía semanas sabían que en cualquier momento les llamarían para eso. Dumbledore ocupó su puesto en las tribunas, dispuesto a no perderse nada. 

"Severus, ojalá pudieras verlo" pensó.

Había cinco mortífagos encadenados en la sala. Eran los últimos de la banda que los Aurores llevaban buscando desde hacía casi tres años. Casi nadie había creído a Dumbledore cuando éste había dicho que aún quedaban mortífagos en activo, pero aquellos Aurores cercanos a la Orden comenzaron a investigar. Unos meses después, viendo los resultados, el propio Ministro decretó que fuese de absoluta prioridad que todos los miembros de la oficina de Aurores se dedicasen al asunto, día y noche.

Lo que Dumbledore había descrito como "Un pequeño grupo" terminó siendo una peligrosa banda, compuesta por quince antiguos mortífagos. Estos se habían organizado como un grupo militar, y estaban captando seguidores. Tras los primeros interrogatorios se descubrió que lo que pretendían era vengarse. Se dedicaban a perseguir a mortífagos renegados y a acosarles. También tenían entre sus víctimas a trabajadores del Ministerio, y se descubrió que muchas de las desapariciones sin resolver que se habían producido en los últimos años se debían a ellos.

Recuerdos de un mortífago (Severus x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora