4. Dia 3

127 22 5
                                    

Dumbledore, sentado en su despacho, miraba al vacío. 

Justo cuando por fin creía haber hallado algo que podría haber servido para disculpar a Snape, descubría que era artífice de un nuevo crimen ¡Y a su propio padre, nada menos! 

Aunque estuviese plenamente justificado (y Dumbledore se estremecía al recordar el terror y la angustia en la cara de la pobre niña) aquel asesinato no hacía más que empeorar las cosas.

Se planteó si no debía darse por vencido ¿Qué probabilidades había de que de verdad fuese inocente? Por mucho que Mary-Anne hubiese sido su amiga ¿Quién le aseguraba que Snape no hubiese perdido la calma y la hubiese matado a ella también?

Sin embargo, la llegada de una lechuza hizo que se volviese a poner manos a la obra. Arthur Weasley le comunicaba que habían encontrado a Glenda Collins.

***

Dumbledore encontró sin dificultades la residencia de ancianos donde ahora vivía Glenda. Cuando vio a la mujer, se sorprendió ante el deterioro que mostraba: la muggle había envejecido considerablemente en comparación a la imagen de los recuerdos de Snape. Parecía mucho más pequeña y arrugada, y se encogía sobre sí misma. Su escaso pelo ya no era cobrizo, sino blanco, y su piel pálida y de aspecto quebradizo dejaba adivinar las finas venas de sus temblorosas manos.

Cuando el director se sentó frente a ella, Glenda le miró con sus ojos grises medio ciegos, y ladeó la cabeza hacia un lado. Babeaba un poco, y cuando Dumbledore exploró suavemente su mente mediante la Legeremancia, se dio cuenta de que padecía demencia senil.

Tras presentarse y recibir una débil sonrisa por respuesta, Dumbledore decidió ir al grano.

–Señora Collins, lamento mucho lo ocurrido con su hija, Mary-Anne –dijo, despacio y con mucha claridad.

–¿Quién? –balbució ella.

–Mary-Anne, su hija Mary-Anne –repitió él.

–¡Ah! Mary-Anne está preparando el té. Vendrá en seguida con nosotros –sonrió la mujer–. Es una buena chica ¿sabe? Muy responsable...

–Señora Collins... su hija ha fallecido –la corrigió él con suavidad. La cara de la mujer expresó estupefacción.

–¡Oh! –pero en seguida recuperó su sonrisa insegura–. No, mi Mary-Anne volverá pronto con el té ¡A veces se entretiene tanto!

Dumbledore intentaba hacerle Legeremancia, pero la mente de la pobre señora parecía estar llena de humo. No lograba ver nada claro, sólo pequeños esbozos sin importancia, y a veces, la cara de su hija, pero de forma imprecisa, como si no se acordase bien de ella.

No encontraba rastro de hechizos o maldiciones, así que dedujo que su pérdida de memoria se debía al cruel avance de su enfermedad.

–Señora Collins ¿Recuerda cuando su hija era pequeña? –preguntó el director. Al hacerlo vio que la mente de Glenda se aclaraba un poco más, y pudo ver imágenes más nítidas, como la de los recuerdos normales.

–Era una niña preciosa –sonrió ella, con orgullo de madre.

–¿Recuerda a sus vecinos? ¿A los Snape? –tanteó él, con cuidado. No quería romper la concentración de la mujer. En la mente de ella vio imágenes muy parecidas a los recuerdos del mortífago. Sí, Glenda aún se acordaba–. ¿Qué puede decirme de ellos?

Glenda se quedó mirando al vacío, pero tras unos minutos, comenzó a hablar muy lentamente, como si le costase recordar.

–Era una familia muy desgraciada –en su mente se sucedían los recuerdos de la señora Snape con la cara amoratada y los gritos distantes, al otro lado del jardín–. El padre... el padre era un tirano ¿sabe? Les pegaba a todos. Les odiaba por ser... diferentes.

Recuerdos de un mortífago (Severus x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora