3. Dia 2

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Dumbledore sabía que debía ver la mayor cantidad de recuerdos posibles, por si aparecía alguna otra pista que le involucrase con los asesinatos, pero antes de sumergirse en el contenido de la siguiente botella, le envió una lechuza a Arthur Weasley. Quería saber qué había pasado con Glenda Collins, y si era posible interrogarla acerca de lo que había sucedido. Estaba claro que ya no era la vecina de Snape, pero creía que su testimonio podría ser crucial.

Tras ver cómo el animal se alejaba volando, respiró hondo y se introdujo en el brillante líquido plateado. Esta vez, las imágenes eran más consistentes, pues Snape era mayor. Tenía siete años, y estaba durmiendo en su habitación, cuando un grito de Eileen le despertó. Ella le llamaba desde el dormitorio grande, y por su voz parecía que sufría dolor.

El chiquillo saltó de su cama, tropezó con las sábanas, se golpeó contra el marco de la puerta y corrió descalzo hasta la habitación de su madre. Eileen estaba tumbada sobre su cama, embarazadísima, y temblaba de pies a cabeza.

–Severus, corre, avisa a Glenda. Tu hermano va a nacer –jadeó. Entonces, el recuerdo se puso borroso un instante, y se aclaró cuando el niño entró por la puerta, tirando de la mano de Glenda.

Mary-Anne seguía a su madre, con los ojos muy abiertos, y en cuanto Glenda fue a atender a Eileen, se acercó al niño Severus, impresionada por lo que estaba pasando.

–Se ha adelantado, creí que me daría tiempo a llegar al hospital –sollozó Eileen–. Acabo de romper aguas.

–No te preocupes, todo va a salir bien –dijo Glenda, apartando las sábanas y acomodando las almohadas–. ¿Dónde está tu marido?

–No lo sé, a veces duerme fuera.

–Mejor, así no molestará.

Dumbledore se sintió impresionado al ver la claridad con la que Snape recordaba el nacimiento del bebé. Mary-Anne y él se abrazaban apretujados en un rincón, pero aun así, él no se perdía ni un detalle. Cada jadeo de su madre, cada consejo de Glenda, todo lo recordó. Los niños no pronunciaron ni una sola palabra mientras las dos mujeres se esforzaban en traer una nueva vida al mundo.

Eileen demostró ser más valiente de lo que parecía, y no gritó ni una sola vez, para no asustar a su hijo. De hecho, el primer chillido que se oyó en el cuarto fue el de la criatura recién nacida.

–Es una niña –anunció Glenda, cogiendo al diminuto bebé en brazos y tendiéndoselo a Eileen. Esta lloraba de alegría al observar a su pequeña.

–Es preciosa –susurró. De forma casi inconsciente, le contó los dedos de las manos y los pies.

Como si les hubieran dado permiso para moverse, los dos niños se acercaron a la cama, casi temerosos de respirar. Eileen colocó a la niña entre sus brazos para enseñársela a su hijo, y el pequeño Severus miró en silencio a su hermana, con una expresión que bailaba entre la curiosidad y la congoja.

–Es muy pequeña –dijo al fin.

–Ya lo sé –sonrió Eileen–. Por eso tenemos que cuidar de ella, para que no le pase nada.

Dumbledore adivinó que la pobre mujer temía la reacción de su marido, pero Glenda se atajó a sus temores.

–Vamos, querida, no te preocupes por eso ahora ¿quieres? Ponle un nombre a tu hija.

Eileen miró al bebé, que seguía llorando, y luego a Severus.

–¿Cómo la llamamos? –le preguntó.

Mary-Anne, que hasta entonces había permanecido apartada, tiró de la manga de su compañero.

–Que se llame Laura –susurró.

Recuerdos de un mortífago (Severus x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora