-Es irónico, hoy me ha tocado presentar a alguien que, curiosamente, no necesita presentación... es más, y no hace falta que lo neguéis para quedar bien, casi todos habéis venido básicamente a verle a él, y... qué casualidad, yo he actuado delante, por lo que mi papel se reduce a 'ese gilipollas que presentó al que habéis venido a ver'. Y no me importa, ¿eh? En el mundo del espectáculo siempre se dice eso de 'un gran artista... mejor persona'. Pues yo le conozco personalmente y sólo diré que él es así: 'un excelente cómico, y mejor... hijo puta'. Lo digo con conocimiento de causa, hemos compartido piso y gracias a él sé cómo es hacer gárgaras tras lavarme los dientes con orina humana... Pero, aun así, lo quiero con locura. Y como sé que no le gusta que le adulen demasiado en las presentaciones, sólo diré: Recibamos con un fuerte y modesto aplauso al gran, magnífico, grandioso, rey, insuperable, magnánimo, esplendoroso, omnipotente, al inmortal dios del Stand Up Comedy... ¡¡¡JAVI BARDERAS!!!
El nombre casi ni se escuchó debido a los gritos del público, y tampoco es que hiciera falta que se oyera. Todos conocían al gran Javi Barderas. A sus veintiocho años saboreaba el mejor momento de su carrera. Conocía la admiración de jóvenes y mayores; las adolescentes y las que no lo eran tanto morían de deseo por él. Nadie que se moviera en el mundo de la comedia se habría negado a compartir cartel con semejante estrella nacional. Su juventud no había sido ningún impedimento para colaborar en varios programas televisivos y, cómo no, los teatros se daban tortas por tenerlo encima de sus tablas. Ni qué decir tiene que esa noche, como cualquier otra, había llenado aforo y sus seguidores lo recibían en pie entre aplausos, piropos y vítores.
Javi era andaluz, almeriense para ser más exactos. Se mudó a la capital una vez cumplida la mayoría de edad buscando escalar puestos en la cima del éxito. Rebosaba talento, él lo sabía, y aunque no era un Brad Pitt en cuanto a físico, tenía ese algo inexplicable que enamoraba y movía masas. Por eso estaba allí, diez años más tarde, brillando sobre el escenario una vez más, mientras el calor de la gente le abrazaba durante la actuación y le abrasaba después del espectáculo.
Las fotos con los fans se multiplicaban día tras día; si el pase terminaba a las doce, Javi no volvía a su camerino hasta la una, y eso contando con que tuviera suerte y todo fuera rápido. A esto había que añadirle un teléfono móvil que sólo en ocasiones milagrosas dejaba de sonar durante media hora seguida. El nivel de estrés podía alcanzar niveles máximos. Pero él no perdía los nervios en ningún momento; aunque por dentro deseara que todos se fueran a sus casas cuanto antes, había aprendido a dilatar su papel horas después de que la función hubiese terminado.
Y por esa noche todo parecía haber acabado. Firmó el último autógrafo y se giró dispuesto a volver a la tranquilidad de bastidores. Sin embargo, no iba a ser tan fácil.
-¡Javi! ¡JAVI! -él cerró los ojos, tragó saliva y activó su sonrisa justo antes de volverse hacia la chica rubia que gritaba su nombre-. ¡Una foto, Javi!
-Claro, cómo no -posó radiante, tomando a la joven por la cintura, haciendo que ella muriera por dentro de tanto amor.
-Gracias, Javi, gracias, gracias, eres fantástico, de verdad, eres el mejor -ella lo agarraba por el brazo mientras su amiga, que había hecho la foto, le pedía avergonzada que se fueran ya.
Él, aún sonriendo, se zafó con disimulo, se despidió con la mano y se dio la vuelta para escapar al camerino. La bilis le subía por la laringe. De un portazo despertó a su amigo, que lo esperaba desde hacía más de una hora. Teddy también era cómico, había sido su presentador esa noche y muchas otras. Era un sevillano bajito, de pelo oscuro y gafas. Contrastaba bastante con él, que era de pelo claro, barba de tres días, relativamente alto y fibroso. Empezaron a actuar casi al mismo tiempo y habían sido amigos desde entonces, inseparables.
-Qué agobio, tío -se quejó Javi; desanudó su corbata y la arrojó contra la silla.
Teddy, todavía algo sobresaltado, se levantó del sofá y le dio un toquecito de ánimo en el hombro.
-Ya está, hombre, ahora a divertirnos un rato, ¿te apetece?
-La gente no tiene educación ni pollas.
Teddy lo miró compasivo. Permaneció en silencio esperando que continuara maldiciendo en voz alta.
-¿No ven que estoy cansado? Ahí agarrándome como si fuera un perro -se iba cambiando la ropa mientras bufaba.
-¿Agarrándote? -preguntó Teddy.
-Una tía que ha llegado en el último momento y no me soltaba... Esas cosas me tocan mucho los cojones.
-Joder, tío, levantas pasiones -su amigo se rió, sintiendo envidia en el fondo-. A mí esas cosas no me pasan.
Javi se paró frente a él y le habló muy serio.
-Agradece que no te pasen. Por dedicarme a lo que me gusta tengo que estar todo el puto día agobiado, que no me dejan ni comer tranquilo.
Alguien aporreó la puerta. Una voz masculina sonó del otro lado.
-¡Venga ya, cojones, o salís ya o invitáis a la orgía!
Javi y Teddy se miraron con media sonrisa, y hablaron al unísono.
-Roque.
Se trataba de un compañero del gremio, de modales rudos y corazón de oro. El más bajo de los dos abrió la puerta y un mastodonte de pelo largo con pinta de macarra se abalanzó sobre él para tomarlo en sus brazos. Acababan de lograr que Javi volviera a sonreír con sinceridad. Detrás del grande, un chico joven de unos veinte años asomó la cabeza. Era Tobías, el benjamín del grupo; había sido fan de todos ellos desde que era pequeño, y ahora que también él se dedicaba a la comedia no se despegaba ni a sol ni a sombra, especialmente de Javi, por quien sentía devoción.
-¡Vámonos ya, hostia! -Roque dio con el puño en la puerta y salió de nuevo al pasillo, seguido por los otros dos-. Ya está todo el mundo en el bar, seguro que nos dejan sin nada.
Al oír esa última frase, Teddy bajó la mirada con resignación. Estuvo callado durante todo el camino hasta El Gato Azul, pub donde los cómicos solían terminar la jornada laboral. Aunque la coca no siempre estaba de por medio, sabía que cuando tocaba tendría que ver cómo su amigo se desviaba del que él consideraba el camino correcto. Permaneció en la barra con otros colegas mientras Javi, Roque, Tobías y alguno más de los que pululaban por allí desaparecían en los aseos.
Cuando salieron del baño todo se volvió más ligero, más fácil de llevar para Javi. Animado, fue a pedirse una copa. Se dejaba llevar por la música rock & roll y sonreía sin esfuerzo. Las chicas no tardaron en acercarse a él, y entre risas y fotos sintió cómo alguien le tiraba del brazo.
-¡Sabía que vendrías aquí! -una carcajada eufórica acompañó al chillido.
Reconoció inmediatamente el gesto que tanto le había molestado unos minutos antes. Decidió hacer caso omiso, algo que la chica no estaba dispuesta a tolerar, y al segundo cubata a Javi ya no le parecía tan insoportable. Se dejó querer entre bailes, adulaciones y unas intenciones más que claras por parte de ella. Él tenía ganas de sexo, o tal vez lo que buscaba era compañía; sea como fuere, salieron juntos del pub. Teddy, adiestrado en la materia, conocía el protocolo de actuación: esperar la llamada de madrugada e irlo a buscar en su coche a cualquier dirección de Madrid.
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Llorar de risa
Tiểu Thuyết ChungJavi Barderas es un joven cómico de éxito nacional con todo a su favor para comerse el mundo: fama, dinero, fans, juergas, "amigos"... ¿O tal vez no? Sandra, por su parte, es una amiga de la infancia a la que hace tiempo que no ve, psicóloga, y cuyo...