Capítulo 1- El origen de la Cortesana

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Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.

Elie Wiesel.

Las jóvenes damas del siglo diecinueve solían presentarse en sociedad entre los quince y los dieciocho años. Las más afortunadas lo hacían a los dieciocho. Pero Cassandra no era de las más afortunadas.  

―Te aseguro que no pasarás hambre, Cassandra, pero no es común que una mujer muestre voracidad. Deberías tratar tu comida con cierta delicadeza, comiendo solo, a lo sumo, la mitad de lo que se te sirve ―la amonestó su madre durante la hora del almuerzo, sentada en la larga mesa del comedor―. Ayer por la noche debutaste en sociedad y no puedes seguir comportándote así ―se desesperó la Marquesa de Bristol―. No sé si estás preparada para Londres. 

Cassandra puso los ojos en blanco. La comida se había preparado con retraso por culpa de la celebración que habían organizado la noche anterior para conmemorar su debut. Sus hermanos menores ya habían terminado de comer con la nana y su padre, siempre correcto, había almorzado a su hora. La única hija de los Marqueses de Bristol sentía un vacío en el estómago tras pasar la noche danzando y luego durmiendo hasta bien entrada la mañana como resultado; sin embargo, parecía que incluso la posibilidad de comer ahora también se le había negado.

―No voy a desperdiciar esta comida, ¿verdad? ―se quejó Cassandra, en voz baja, mirando el bistec que tenía en su plato―. Podrías haberme avisado con tiempo de que ibas a darme una lección sobre cómo pasar hambre. 

La Marquesa de Bristol, Johanna Colligan, contuvo el impulso de carcajearse al ver a su hija metiéndose un generoso trozo de carne en la boca, ignorando sus palabras. La propuesta de introducir a Cassandra en el mercado matrimonial a una edad tan temprana había surgido de su marido. A Johanna le habría gustado esperar un poco más. Sin embargo, al Marqués de Bristol le urgía encontrar un esposo para su hija. Para la opinión del Marqués, Cassandra ya se había convertido en una mujer de pleno derecho. Y, aunque era verdad que la joven había madurado físicamente más de lo que se esperaba para las mujeres de quince años, Johanna todavía veía en su hija rasgos de infantilidad.

―Tienes que templar tus sentimientos, Cassandra ―siguió amonestándola, tal y como se esperaba de ella como Marquesa de Bristol y madre de la joven casadera―. Tanto tu institutriz como yo, te hemos explicado que ahora eres un miembro más de la alta sociedad y que, como tal, se esperan ciertas cosas de ti. 

―Lo sé, madre ―accedió Cassandra, dejando los cubiertos sobre el plato para mirarla fijamente a los ojos. Y eso era lo que más le gustaba a la Marquesa de Bristol de su hija, su capacidad de comprender las cosas pese a su temperamento fogoso y todavía aniñado―. Debo encontrar a un marido afable. 

―Exactamente. ―Asintió Johanna, cerrando sus bonitos ojos azules y verdes (los mismos que los de su hija) por unos segundos, queriendo ser firme en su papel como madre y carabina. 

―Ayer conocí a muchos caballeros afables ―continuó Cassandra, recolocándose su perfecto peinado―. Pero les faltaba algo... Eran... demasiado sosegados. ¿Son esos caballeros capaces de amar? ―se preocupó la joven debutante, poniéndose muy seria. Johanna quiso decir algo al respecto, pero lo cierto era que ella poco podía decir en defensa del amor por conveniencia―. Amar no es solo cortesía, madre; de hecho, es justo todo lo contrario...amar es consumirse en las llamas. Como lo hicieron Julieta o Ginebra. 

 ―Ambas tuvieron finales trágicos. Y no deberías leer ese tipo de historias tan poco adecuadas. 

―¿Y quién quiere un final favorecedor cuando se puede experimentar el amor verdadero? ―soñó Cassandra, mirando hacia el techo.

El Diario de una CortesanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora