En el amor siempre hay algo de locura, mas en la locura siempre hay algo de razón.
Friedrich Nietzche.La voz de su conciencia gritó dos palabras: «Dios mío». Pero su consciencia había llegado tarde, era evidente. Su Alteza Real, el príncipe George, había perdido por completo el juicio con una muchacha casadera. Y lo único que anhelaba era saber hasta donde podía llegar ese instante de libertad. Toda la vida había sido obediente, férreo a las normas de su familia, y un buen representante de la misma. Jamás había fallado a sus padres, ni a la Corona.
Pero Cassandra era, al parecer, su perdición. Todas las leyes de un caballero se habían visto anuladas ante el ferviente deseo que sentía por ella. Y no solo era deseo, además había un sentimiento del todo desconocido para él, que lo golpeaba con fuerza en el pecho.
Lo peor era que estaba dispuesto a llegar hasta el final, y si debía asumir las consecuencias las asumiría. Cassandra no era la mujer ideal para convertirse en su esposa, ni siquiera para ser digna de su compañía, pero ahora no podía pensar en eso. Si debía casarse con una jovencita impertinente y maleducada, lo haría. Y solo por ese instante: por saborear el placer genuino. El deleite jamás experimentado. Claro que había contado con los servicios de muchas meretrices, pero ninguna se podía comparar con Cassandra y con lo que ella le hacía sentir en esos momentos.
El mero susurro de su nombre insinuaba innumerables tentaciones. Cassandra, en su origen griego, significaba la belleza que seduce a los hombres o, la perdición de los hombres. Todas aquellas lecciones de griego antiguo, que él había asistido con tanto recelo, finalmente hallaban su utilidad mientras besaba a...
—Cassandra —gruñó él contra su cuello, mordiéndole la piel tierna y pálida que allí había.
Sin lugar a dudas, aquel primer beso era el más glorioso y maravilloso que había existido jamás. Cassandra lo supo con certeza, mientras el príncipe le regalaba ardientes mordiscos en su delicado cuello. Sus piernas flaqueaban y ella se aferraba con más fuerza a él, experimentando una pasión desconocida en esa parte de su cuerpo que hasta entonces le habían prohibido ver o mencionar. Él ostentaba una musculatura pura y sólida, una virilidad desconocida para ella. El príncipe era un hombre fuerte, pero en ese instante, aferrada a él, parecía aún más imponente. Sus hombres eran anchos, y casi debía de ponerse de puntillas para tocarlos. Era magnífico.
Llevaban varios minutos así. Entre besos y mordiscos. Entre abrazos y roces. Sus almas habían estado juntas en otra vida y ahora se habían reencontrado en el mundo terrenal. No había otra explicación para esa locura; para ese deleite que sentían el uno contra el otro a pesar de tener tan poco común y nada a favor de su unión.
Él jamás había perdido su buen juicio.
Ella jamás había entregado sus labios a un hombre. Sin embargo, algo en su interior le decía que ningún otro caballero podría despertar en ella las emociones que el príncipe George había logrado aflorar. Estaba derrotada. Y era demasiado ingenua como para saber cuando parar.
ESTÁS LEYENDO
El Diario de una Cortesana
Historyczne[Retirada para su edición y venta] Lo imposible convertido en obsesión. Cuando le impiden casarse con el príncipe George de Inglaterra, a una dama del siglo XIX solo le quedan dos opciones: entrar en un convento y deshacerse de su hijo o convertirs...