Epílogo

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Sólo los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez.

Pío Baroja.

—Puede tomar asiento, tía Pauline —dijo Cassandra a su anciana tía, quien años atrás había sido una verdadera aguafiestas cuando su madre se escapó con el capataz, convirtiéndose en su carabina por un corto período de tiempo. 

Su tía ya no era tan corpulenta ni tan juvenil; ahora era una anciana viuda. Era la primera vez que Cassandra la veía desde aquella noche en que ella se fugó con el príncipe George, en mitad de los fuegos artificiales de los Bruyn. La tía había insistido en querer verla, y ella había accedido, invitándola a Cambridge Cottage.

—Si mal no recuerdo, la última vez que nos vimos me diste un susto de muerte —empezó su tía—. Jamás me creí el cuento de la princesa Augusta, debo añadir. Siempre sospeché que te habías escapado con algún caballero, pero no pensé que fuera el mismísimo príncipe —Cassandra no respondió nada, solo asintió—. Bien, no pude asistir a la boda de tu hija con el Duque de Wellington, pero me he encargado de hacerles llegar un broche que fue de mi madre, la Marquesa de Bristol, una reliquia familiar que me fue legada en su tiempo y que creo que es justo que mi sobrina nieta la tenga, al menos ella nos ha honrado con un matrimonio decente a una edad adecuada y espero que no cometa los mismos errores que su abuela materna, que en paz descanse. 

—Sí, es sorprendente, ¿verdad? Una niña tan buena, nacida de una cortesana que fue amante del príncipe George. Debería haber continuado con el negocio de su madre y llevar la casa de placeres de Victoria Park, siempre está a tiempo si decide dejar su esposo, el Duque de Wellington, yo la ayudaré —comentó Cassandra, disfrutando con la expresión de escándalo en el rostro de su tía mientras hacía una seña al servicio para que sirviera el té. No podía evitarlo, no podía evitar escandalizar a esa sociedad hipócrita, y no le importaba que ya tuviera cuarenta años, que estuviera esperando el segundo hijo del príncipe George en su vientre o que su hija ya estuviera casada con un gran hombre. Si debía ser impertinente con alguien que merecía una buena cucharada de su propia medicina, lo era y en su entorno ya la conocían por su sarcasmo y sus verdades dolorosas. 

George se movió incómodo en su asiento, pero mantuvo su rostro imperturbable, sin siquiera esbozar una media sonrisa cuando la tía Pauline buscó su ayuda con la mirada. La dinámica entre él y su esposa seguía igual, con George siendo el "príncipe altanero" y permitiendo que su esposa desplegara su "joven impertinencia". Ninguno de los dos había cambiado en ese aspecto, y no lo harían ni siquiera por la presencia de la desconocida Pauline, que ya lamentaba haber ido a visitar a su sobrina, esperando encontrar algún cambio en ella. 

Pauline esbozó una sonrisa falsa y terminó de tomar el té con una conversación sobre el tiempo y la cantidad de gente que había en Londres para la nueva temporada social. 

George comentó con una media sonrisa: —No creo que volvamos a verla —una vez que la tía Pauline se despidió con una reverencia, y Cassandra rio traviesamente.

—Mejor, nunca me gustó su forma de dirigirse a mi madre. Johanna Ward era muchas cosas, pero por encima de todo era mi madre, y no era una mala persona. Solo fue una víctima más del sistema. Ah, además, detesto tener amistades que no me aportan nada. 

—¿Puedo pedirte que no te alteres? —preguntó George con cautela mientras se levantaba del sillón y se acercaba a Cassandra. Sabía que, en temas como esos, su esposa podía estallar en una discusión acalorada en cualquier momento. A pesar de ser el Comandante General, temía más la ira de su esposa—. No me gustaría que nuestro hijo... o hija se alterara.

Lo habían sabido poco después de la boda de Jane. Cassandra estaba embarazada por segunda vez y ambos esperaban a su segundo hijo. O hija. George colocó su enorme mano sobre la abultada barriga de Cassandra y ella sonrió. —Haré un esfuerzo —accedió ella, relajándose con el roce de George sobre su panza y entrecerrando los ojos. 

La tranquilidad, sin embargo, no duró mucho más que unos meses. Poco después, George FitzGeorge llegó a Cambridge Cottage para llenar los silencios con su poderoso llanto. El varón había llegado a las vidas de George y Cassandra, y esta vez ambos estaban dispuestos a disfrutar del fruto de su amor sin impedimentos. Además, con el añadido de que Jane se comportaba con su hermano menor como si fuera su segunda madre. Los cuatro eran una familia unida y esa era una etapa demasiado feliz para la ellos.

—¿Puedo cargarlo? —preguntó Jane una tarde en el salón principal de Cambridge Cottage. 

—Por supuesto, hija —accedió Cassandra, colocando a su hijo recién nacido entre las manos de su hija mayor, ambos con el pelo negro y los ojos de color bronce. Ambos hermosos, y a salvo. Por fin, a salvo. 

—Es bueno que vayas practicando, querida —comentó el Duque de Wellington, llamando la atención de sus suegros. 

—Sí, papá —Jane miró a su padre que la miraba expectante—. Mamá... —Miró a Cassandra con sus bellos ojos de color bronce—. Vais a ser abuelos. 

Cassandra rompió a llorar mientras George felicitaba a su yerno y a Jane, no podían pedir más. Ninguno de ellos podía hacerlo. 

"Se había hecho justicia. Dios nos había dado honor, posición, y seguridad. Y no pensábamos desaprovechar esa oportunidad de ser felices. Yo era Cassandra FitzGeorge, la muchacha que seguía riéndose de la sociedad, pero también era la madre de Jane y de George, además de ser la abuela del hijo del Duque de Wellington. Gracias, diario, por haberme permitido escribir sobre mi historia y gracias a todos aquellos que algún día la leerán, por su tiempo y por su comprensión. Firmado: Madame Cassandra."

¡Hola, hola Mis Astros Bellos! ¿Cómo estáis? Bueno, primero deciros que esta novela ya está en Amazon y que ya podéis ayudarme con la compra de un ejemplar digital por 2,99. No sabéis cuánto me ayudaréis si hacéis eso por mí. Porque ni siquiera estoy segura de que esta novela vaya a tener éxito. ¿Vosotras que creéis? Yo pienso que me hundiré en la miseria porque nadie va a entender a Cassandra, pero bueno, en fin... yo la comprendo. ¿Eso es sufciente, no?


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Lo segundo, pero no menos importante, os anuncio que al final, se ha decidido continuar con..... tararararán: EL DIARIO DE UNA DONCELLA. Y sí, como muchas sospechabais, es la historia de Jane, que espero que os guste tanto o más que esta. 


¡Gracias y nos vemos en la siguiente historia!

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