A veces, las primeras impresiones son el reflejo más preciso de la realidad.
Lauren Kate.
Lady Cassandra Colligan se encontraba junto a la ventana del salón de baile de Almack's. Una actitud poco favorecedora para encontrar marido, pero ¿qué iba a hacer? La mera idea de coquetear la ponía nerviosa. Además, estaba esperando, con una impaciencia apenas reprimida, la llegada de su madre. Debería estar a su lado, pero un grupo de mujeres la había acaparado y conducido hacia el salón de refrigerios, lo cual resultaba sumamente irritante. Una larga sucesión de institutrices, la última de las cuales era la señorita Word (la misma institutriz que había educado a las deslumbrantes hijas del Duque de Devonshire), había insistido en que una dama jamás mostraba la exaltación de sus emociones. Pero, ¿cómo podría no hacerlo en medio de una multitud tan prejuiciosa, justo cuando su vida de adulta estaba empezando?
¡Qué difícil era contener la impaciencia y la emoción! Había llevado una vida muy protegida en Bristol. Entre la multitud, vislumbró a otras debutantes mucho más seguras de sí mismas. Entre ellas, a Karen y Georgiana Cavendish, así como a Sophia Peyton y Diana Towson. Todas ellas eran la viva imagen del saber estar y de la elegancia. Y, por supuesto, acaparaban la atención de todos los presentes. Claro que ellas eran tres o cuatro años mayores que ella y eso también se notaba en sus gestos. Cada vez, menos mujeres se casaban a una edad tan temprana como, por lo visto, debía de hacerlo ella.
Observó de reojo el reflejo de su vestido largo y blanco en el vidrio de la ventana. El blanco era el color, o la falta de color, que más detestaba, sobre todo sobre su persona. A ella le gustaban los amarillos, los azules y hasta los rojos. Pero nada habría sido más escandaloso que un vestido rojo, incluso para una mujer casada. A lo sumo, era permitido el burdeos para una mujer con título y varios hijos que abalaran su posición. Y, por supuesto, a la par de un rojo burdeos, debía de ir un cuello altísimo y unas mangas bien cerradas, sin nada de escote ni piel al descubierto. Ella no sabía muy bien por qué, pero eso era lo que las institutrices le habían explicado acerca de las normas de vestuario.
¡Ay, si solo hubiera tenido la oportunidad de vestir un tono celeste o un suave amarillo esa noche! No obstante, eso solo sería posible en su segunda temporada, no en su debut. Ahora, debía lucir lo más inocente y pura que pudiera. Aunque, la verdad, el color de la ropa no importaba tanto como lidiar con el apretado corsé que la señora Danvers había ajustado en su cintura y el tirante moño en su cabeza.
Gracias a Dios, y lo único que le daba tranquilidad, era que la presentación ante la reina ya la había hecho días atrás. No hubo tropezones ridículos con la cola de su vestido ni nada de lo que lamentarse ese primer día en sociedad. Así que ahora podía pasar ligeramente desapercibida y esperar que, con un poco de suerte, ningún caballero se fijara en ella. Le gustaría poder llegar a la segunda temporada. Por mucho que su padre se enfadara si lo hacía.
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El Diario de una Cortesana
Ficción histórica[Retirada para su edición y venta] Lo imposible convertido en obsesión. Cuando le impiden casarse con el príncipe George de Inglaterra, a una dama del siglo XIX solo le quedan dos opciones: entrar en un convento y deshacerse de su hijo o convertirs...