Capítulo 11-Tras el Umbral, no hay retorno

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—Usted ha perdido el juicio, Su Alteza Real —murmuró ella, saliendo de su estupor

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—Usted ha perdido el juicio, Su Alteza Real —murmuró ella, saliendo de su estupor. Había relegado al príncipe a un segundo plano tan pronto como el Duque de Doncaster y su encantadora esposa la invitaron a unirse a ellos para disfrutar del espectáculo de fuegos artificiales. Entre todas las personas reunidas en los jardines, los duques eran de los pocos que no la juzgaban por lo ocurrido con su madre, ni siquiera con la mirada. Por eso, se sentía cómoda con ellos.

No obstante, el príncipe George prácticamente la estaba arrastrando fuera de la bulliciosa multitud que se había congregado en los esplendorosos jardines para presenciar el espectáculo de fuegos artificiales. Afortunadamente, el estruendo y el asombro eran tan intensos que pasaban desapercibidos, y nadie parecía percatarse de su inusual retirada. Un suspiro de alivio se escapó de los labios de ella, agradecida de que nadie prestara atención a su escapada clandestina. Era crucial mantener su reputación intacta, especialmente con los crecientes rumores sobre su madre que ya circulaban en la alta sociedad. Y aunque él, el príncipe, era el instigador de ese posible escándalo, seguramente saldría impune de cualquier acusación. 

La acusarían de intentar seducirlo, de querer conquistarlo mediante artimañas, especialmente después de la maquinación de su tía Pauline, que sin duda había sido tema de conversación entre todos. Por cierto, ¿dónde se encontraba su tía Pauline cuando más la necesitaba? La buscó con una mirada rápida y nerviosa entre el gentío, y la vislumbró en las primeras filas, parloteando con la anfitriona. Su reputación ya estaba muy delicada, y no podía permitirse ni un solo tropiezo más. 

—¡Su Excelencia! —gritó en un susurro, fulminándolo con la mirada—. Esto va en contra de todo cuanto predica. 

—Solo quiero disculparme. 

—¿Cometiendo otro agravio? 

—No debería haberme rechazado. 

Cassandra se sintió abrumada. No sabía qué pensar. Una cosa era jugar con las miradas, y cruzar un par de palabras algo menos formales. Pero eso...

 ¿Sería posible que el príncipe sintiera un auténtico interés por ella? ¿Cuál era la razón detrás de su persistencia? 

Apenas podía pensar con claridad. Jamás le había ocurrido algo parecido. Y el roce del príncipe sobre su codo era emocionante. Una sensación desconocida se gestó en lo más profundo de su ser, y no se trataba de las típicas mariposas que había sentido en su presencia en otras ocasiones. No, esa sensación, esa emoción, era mucho más intensa; era algo que la impulsó a seguirlo a pesar de que, con un simple tirón, podría haberse liberado de su agarre en cualquier momento. Él no la arrastraba con fuerza, sino con delicadeza. Incluso con suavidad. Dos cualidades extrañas: delicadeza y suavidad, en un hombre tan frío e insensible. 

El príncipe George comprendió de inmediato que había cometido un error. El sendero por el que estaba arrastrando a lady Cassandra Colligan, hija del Marqués de Bristol, era cada vez más estrecho y oscuro. No había farolillos colgados de las ramas de los árboles, tal y como ocurría en la parte principal de los jardines, donde todos seguían congregados. La única fuente de luz era la luna, que caía en forma de rayos traviesos, colándose entre el follaje del camino, sobre el pelo negro de lady Cassandra. 

El Diario de una CortesanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora