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―Cierra la puerta ―escuchó que decía él despreocupadamente.
El sol caía a chorros por las ventanas del pequeño departamento atiborrado de lienzos, botes de pintura, pinceles y cuadros terminados o sin terminar. Él estaba en medio de todo ello, sentado en un banco, frente a un caballete. Su cabello dorado deslumbraba con esa luz y caía ligeramente sobre sus ojos. Pintaba con la playera blanca arremangada que dejaba al descubierto sus fuertes bíceps, llevaba puesto también un short azul marino e iba descalzo. Tenía manchas de pintura en los dedos, en los brazos y hasta en la mejilla.
Hacía calor.
Toni hizo lo que le dijo y se aferró al asa de su bolsa, con cierta incomprensible timidez. Él levantó la vista, dejó el pincel y la paleta sobre una mesa atiborrada de papeles llenos de bocetos; se puso de pie y se estiró. Toni tragó saliva, una punzada le atravesó el bajo vientre, cuando vislumbro el abdomen marcado del hombre frente a ella entre los pliegues levantados de su playera. Bajó la vista, pero eso no ayudó. Debajo del ajustado short se adivinaban sus fuertes muslos y un bulto en su entrepierna.
Los colores se le subieron al rostro.
Hacía más calor.
―Pensé que no vendrías ―le dijo él caminando hacia ella.
―No lo iba a hacer ―respondió Toni. Era la verdad, se había resistido a la idea hasta el último momento. Pero no pudo hacer nada, había probado la fruta prohibida y ahora se sabía adicta.
―¿Tu esposo? ―preguntó él con una media sonrisa en los labios.
―Dormido.
Él ensanchó su sonrisa.
―Conveniente ―dijo y la alcanzó finalmente.
La sujetó de la cintura con un brazo y con el otro le rodeó la espalda, inclinándola lo suficiente para besarla. El bolso de Toni resbaló y cayó con estrepito, su contenido se esparció por el piso.
Había ido a Roma para tener una "segunda luna de miel", como si hubiera tenido una "primera" para empezar. Ni siquiera quería recordar aquellos días plagados de decepción e insatisfacción, incluso, de dolor. Días que se habían prolongado durante los dos años que llevaba de matrimonio y que solo apagaban cada vez más la alegría que la había caracterizado.
Steve había sido su guía dentro de uno de los museos que habían visitado como parte dicha luna de miel. Cuando lo vio por primera vez supo que le gustaba, ¿cómo no podría gustarle? La palabra guapo se quedaba corta para describirlo. Esa primera vez, él estaba de pie afuera del hotel donde se hospedaban, iba vestido con una camisa azul marino y un pantalón gris, perfectamente peinado y rasurado; pero ella estaba segura que, podría ir despeinado y con barba de dos meses y aun así lucir espectacular.
Se desempeñaba como asistente del curador del museo, era pintor también y se encargaba de algunas restauraciones. Era un guía excepcional que no habrían conseguido sin los contactos de su esposo; Steve era norteamericano, el idioma no sería problema y era también y principalmente, un erudito. Conocía cada pintura mejor que la palma de su mano y además era carismático y amable. Cada explicación ganaba la atención de más de un visitante al museo y pronto, su pequeño grupo de dos se convirtió en uno numeroso.
Al finalizar el recorrido, Steve había invitado a Toni y a su esposo al área de restauración, una zona que se encontraba fuera del alcance del público común, tal privilegio, una vez más, era gracias a los conectes de su esposo. Pero éste argumentó que estaba cansado y deseaba regresar al hotel. Toni se empecinó en quedarse; ella no estaba cansada, ella quería un poco más y nadie, ni siquiera su esposo, se lo impediría. Así que éste regresó solo al hotel.
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Stony series Vol. 6
FanfictionConjunto de one-shots Stony. 1. Un error permite que dos amantes se reencuentren después de toda una vida. 2. En un mundo de perros y gatos, una pareja entre ellos es un rareza.