La Abadía de Yessex estaba situada en el interior del país,
ubicada sobre bellos prados verdes cubiertos de flores, a orillas de un hermoso lago y a cuatro días de distancia a caballo del Castillo de Brumoise.
Gobernada por devotos religiosos, era un ejemplo de devoción y abnegación por parte de sus habitantes en el servicio a los viajeros que por allí pasaban, buscando en ocasiones un lugar para pasar la noche o un plato caliente que llevarse a la boca.Esa mañana, el viejo Fray Vitirio, que llevaba más de treinta años entre sus muros, acompañaba al joven fraile recién ordenado Fray David en los rezos de maitines, los primeros del día y que se realizaban antes del amanecer. De rasgos angulosos y rostro curtido por el sol, Fray Vitirio era un hombre cuyo aspecto hubiese sorprendido a un imaginario visitante al compararlo con el resto de los habitantes del lugar. Desde que había llegado a la abadía, su vida había estado dedicada a hacer de guía y acompañante a los nuevos religiosos que ingresaban en ella. Era un hombre respetado por todos los miembros de la congregación, tanto por su buen hacer en la educación de sus pupilos como en su constante aportación a la comunidad.
Aunque lo que realmente veneraban los frailes de la Abadía de Yessex eran sus consejos. Se decía que antes de ingresar en la vida religiosa había tenido una vida azarosa y aventurera, y que fruto de sus pasadas experiencias, había aprendido tantas sabias lecciones de la vida que siempre poseía una magistral respuesta ante cualquier vicisitud.-Joven Fray David, preguntaba tras la oración Fray Vitirio. -Os noto melancólico los últimos días ¿acaso echáis en falta vuestra vida anterior o es que la dedicación exclusiva a Dios nuestro Señor no llena vuestra alma de gozo?
-No, Fray Vitirio. Mi alma está llena de alegría desde que me retiré a este lugar sagrado. Además vos sabéis que vuestra compañía es para mí un orgullo y ejemplo a seguir.
-Cuanto mayor es la renuncia mayor es la virtud, joven fraile. Sabed que Fray Renato se pasó un año comiendo garbanzos con ese propósito, algo que su predecesor Fray Conato, hubiera considerado un lujo intolerable, dado que intentó alimentarse únicamente a base de nieve, con el resultado final que podéis suponer. No obstante, son estos pequeños y miserables retos los que nos acercan a Nuestro Señor y aportan valor a nuestra vida.
-Sois sabio, Fray Vitirio. Es cierto que, en ocasiones, en la soledad de mi celda, acuden a mí recuerdos de la infancia, cuando mi pobre madre quedó viuda, al ser mi padre sorprendido y asesinado por una piara de jabalíes salvajes. Viene a mí su recuerdo, y me pregunto si será dichosa en su segundo matrimonio con Florindo, el juglar, un hombre procedente de la corte que recomendó mi ingreso en la Santa Iglesia. Si bien en un principio pensé que tenía la intención de librarse de mi presencia en la casa, ahora creo que fue una decisión inspirada por la divinidad.
-Estoy orgulloso de vos, respondió orgulloso el viejo fraile. Los caminos del Señor son inescrutables. Pero dad por hecho que vuestra presencia en este lugar no responde a ningún capricho del destino, sino a un perfecto orden de las cosas en el que el tal Florindo, el juglar, no tiene ninguna trascendencia. Por vuestra madre podéis estar tranquilo, ya que sabiendo que su único hijo ha entregado su vida a tan noble y sagrada causa, podrá abandonar este mundo convencida de haber cumplido su misión en la vida.
Paseaban por el claustro entretenidos en esta enriquecedora conversación, cuando vieron a uno de los hermanos que corría azorado hacia ellos. Al llegar a su encuentro y con voz quebrada por sus jadeos, se dirigió a Fray Vitirio diciendo:
-Gracias al cielo que os encuentro Fray Vitirio. El Abad me envía a buscaros con urgencia y llevaros a su presencia. -¿Pero qué puede ocurrir hermano, que tanta prisa le causa?
-Como bien sabéis, no debo preguntar, sólo llevaros hasta él.
-No os preocupéis entonces, iremos a su encuentro.
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El dedal de Santa Poularda
HumorDoña Genoveva de Brumoise debe salir de su castillo para poner a salvo el Dedal de Santa Poularda, objeto mágico que corre peligro de ser robado, pues otros andan tras él. Junto a su fiel sirvienta, Doña Bernarda, su hermana, la ligera Doña Cristard...